Somos esclavos del tiempo.
Es una correa en nuestro cuello, y tira con fuerza, marcando el ritmo que debemos seguir. Algunos no pueden sobrellevarlo y terminan por asfixiarse.
¿Por qué me aprieta tanto? Por favor tiempo, ralentiza el ritmo. Te lo suplico, mis fuerzas se agotan.
*****
No volví a escuchar mi nombre por el megáfono en los siguientes días. Sí el de Riley y Leura.
La primera regresaba de la llamada sin expresión alguna, pero Leura —que llevaba menos tiempo— acostumbraba a encerrarse en sí misma el resto del día.
Me preguntaba qué le harían exactamente.
La Roja se esfumó. Me dediqué a explorar la biblioteca los diez días siguientes. Había pocos libros de aventuras y fantasía. La mayoría eran tomos como los que teníamos en el colegio, y libros de anatomía humana. Se me abrió una nueva puerta al mundo real, y descubrí que efectivamente la parte masculina en el ser humano era imprescindible para la especie, al igual que la femenina.
Dormía profundamente por las noches, y mi cabeza regresaba a Adna, junto a mis hermanas. Me sentía increíblemente triste al despertar, y me invadía la impotencia al pensar que apenas estábamos separadas por un estrecho pasillo.
Pensé en Dail por primera vez desde que llegué a Aniria.
Seguramente le habría visto entrar junto al resto de chicos en el comedor. ¿Habría él vuelto a pensar en mí? ¿Debería preguntarles a los chicos su nombre uno a uno hasta dar con Dail? No, no iba a arriesgarme.
No puedo decir que era una mañana fría o cálida, porque la temperatura era constante en Aniria.
Estaba desayunando un tazón de leche con cereales. Leura había guardado silencio desde el día anterior, cuando la llamaron por el megáfono, y nosotras no la presionamos para que hablara.
Anunciaron una serie de nombres, pero estaba tan concentrada en los torbellinos blancos que formaba la leche que no me percaté cuando pronunciaron el mío.
—Erika —me llamó Riley—, han dicho tu nombre.
Me miraba mordiéndose el labio inferior, inquieta, porque podía sentir lo aterrada que estaba.
Me levanté y, ella me agarró del brazo y me dijo algo al oído: —Solo cierra los ojos y utiliza esa preciosa imaginación que tienes.
Caminé hasta la puerta de mi cuarto. Las imágenes de diez días atrás me atormentaban. No quería que volviera a repetirse. No quería que nadie me tocara ni me humillara de tal forma.
Esta vez no fue Daniela la que fue a recibirme, sino una mujer baja y regordeta.
Nunca había visto a una persona de tales dimensiones. Ahora sé que se llaman obesos mórbidos, y que es una enfermedad.
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Al otro lado de la puerta ©
Science-FictionSi has pasado toda tu vida entre rejas puede que no seas consciente de ello. *** Con qué facilidad se puede quebrar un pensamiento; toda una vida. Erika gira en torno a su mundo, rodeada de sus seres queridos, inmersa en los libros y la rutina. Un d...