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Siente cómo sus fuerzas se van, su cuerpo se desvanece al sentir un nuevo latigazo en la espalda. Y no sabe si aún está completo, si no es que ya le habían mutilado los brazos y las piernas, porque no sentía ninguna de sus extremidades, sólo sentía dolor. Sentía cada latigazo como si golpeara directo en sus huesos, y ya no tenía ni fuerzas para gritar.

—¡Dime dónde está Taemin y acortaré tu sufrimiento, pedazo de mierda!

Taemin.

Sonríe internamente, seguro de que su amor ya tenía casi dos meses de estar encinta. Sólo le dolía que jamás conocería a su cachorro, al producto de ese amor que desesperado se aferraba a la vida, a ese lado natural, donde el amor no tenía límites.


*** 2 meses antes***


Se habían pasado tres días encerrados, comiendo y haciendo el amor desesperadamente, uniéndose como dos muertos de sed habiendo encontrado su oasis. Así se sentía Minho al entrar y salir de ese cuerpo sensual que se movía al ritmo de sus estocadas.

Cuando el celo de Taemin pasa, Minho se siente culpable al ver la marca en el cuello de su amado; no se arrepentía de haberlo marcado, sólo de que se viera tan morado, como si un vampiro hubiera querido absorber su vida en esa mordida.

Toman una ducha juntos y se sienten como nuevos, sólo que su burbuja estalla en la cara de ambos; ese momento cuando Minho rodea la cintura de Taemin y se miran juntos al espejo.

Esa marca no sería algo que pudieran esconder, menos que pudiera pasar desapercibida. Ni hablar del olor. Ambos olían a una mezcla de los dos, y Minho pudo ver ese cambio en el color del iris de su amado. Estaba encinta.

Estaba feliz, y sentía que moría.

Ambos sabían que procrear con quien no era pareja destinada tenía un castigo dictaminado por ley. Si se enteraban del hecho antes de los primeros tres meses, obligarían al Omega a abortar, si pasaba de esta etapa, exiliaban al alfa y una vez el nacimiento del cachorro, se dictaminaba la orden de eliminarlo, para no alterar el equilibrio.

Decían que ese cachorro no tendría jamás una pareja destinada y estaría condenado a vivir una vida solitaria y llena de soledad, que lo mejor era evitarle ese sufrimiento.

Todos conocían esa ley, el cruel destino que esperaba al producto prohibido. Por eso pocos, o nadie, se atrevían a ir en contra de la ley. Jamás antes hubo perdón, y no lo habría tampoco. La pareja pecadora no tendría perdón, si estaban marcados quebrantarían el lazo y aunque los dejaran heridos de por vida, estaban condenados a seguir existiendo, casi como si no tuvieran alma.

Sin embargo, Minho había conocido el mundo entero y se había encontrado manadas raras, con razas de todos los tipos viviendo como gitanos, sin un lugar específico, pero pacíficos y trabajadores, no tenían ni voz ni voto en nada, nadie los tomaba en cuenta, pero vivían como querían, sin leyes de por medio, sólo el respeto por el otro.

Y, pese a que le da terror, recuerda a la pareja del vampiro y el lobo plateado. Aquella pareja que le había ayudado cuando casi fue asaltado en un barrio bajo de los cambia formas tigres, no había atacado, porque ellos portaban balas de plata. La pareja extraña, gustosa le había acogido en su casa por unas semanas, contándole su historia, y aunque el vampiro era muy altanero, había podido congeniar con la pareja. Les había contado sobre su amor, una noche cuando decidieron beber como despedida, porque él debía seguir su viaje, había sacado toda su frustración por las leyes, por ese amor prohibido que jamás sería aceptado en ningún lugar del mundo.

Por Amor - 2minDonde viven las historias. Descúbrelo ahora