{2} El Lugar Más Oscuro

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Con somnolencia, mi rostro se mueve sobre la almohada, abriendo lentamente mi mirada al quejido que escucho a mi lado. La total oscuridad de mi habitación me indica que queda aun horas para el amanecer y reponernos de tan exhausto día laboral. Sin embargo, cuanto otro gruñido se escucha, reconozco lo que sucede, por lo que no demoro en abrir completamente la mía e incorporarme suavemente a su lado.

De su boca escapan pequeños quejidos, los cuales justifican la tensión en su cuerpo y el frunce marcado de su entrecejo, moviéndose incluso su rostro en suaves espasmos debido a la incomodidad que parece sentir. Una vez más, sus sueños le atormentan horriblemente. Como las veces anteriores, cuidadosamente, acerco mi cuerpo desnudo al suyo, abrazándole y dedicándole cariñosas caricias que acompañan a mi suave susurro en mi intento de despertarle.

—Es solo una pesadilla. No es real, cariño.— digo contra su oído, acompañando mis caricias aún de susurros que solo buscan entregarle tranquilidad.

Cuando susurra mi nombre sé que ha despertado. Sus lamentos cesan y la tensión en su cuerpo demora en desaparecer, también como su respiración toma unos segundos en reponerse. Rápidamente, en un movimiento suave y silencioso, nuestras posiciones cambian. Sebastián toma mi cuerpo entre sus brazos, abrazándome y atrayéndome a él con el ímpetu desesperado que en ese momento le inunda. Me presiona, pega la piel de su mejilla en mi frente y respira mi aroma con urgencia, deslizando al tiempo sus dedos entre mis cabellos. Todo para cerciorarse de que mi presencia era real.

—Estoy aquí, amor.— susurro con la convicción que necesita, escabullendo mis brazos a su cuello, donde uno le rodea y el otro, lleva mi mano hasta su mejilla, descansando en ella y siguiendo con el amoroso toque de hace unos segundos.

—No iras a ninguna parte.

—No iré a ninguna parte.— le aseguro, alzando mi rostro y teniendo la oportunidad de rozar mi nariz con la suya antes de encontrar el azul cansado y vulnerable de su mirada.

Tras la confesión sobre lo sucedido con su padre, las pesadillas habían vuelto con una recurrencia que me parecía injusta y desalmada. Nuestras conversaciones al respecto habían sido reducidas. Él no se sentía a gusto comentando lo que pasaba en ellas, pero fuera lo que fuera, lo dejaban en un estado de vulnerabilidad total, temblando y juzgándose así mismo de la peor manera. No tenía duda alguna sobre ello.

Ya siendo parte de nuestro protocolo, nos acunamos el uno al otro hasta cuando su agarre a mi cuerpo comienza a cesar en fuerza poco a poco. No nos separamos, pero si me siento un poco más libre para proporcionarle las caricias que quiero. Como solía hacerlo, una disculpa se escucha de su parte y yo no digo nada. Solo acerco mi rostro al suyo y junto nuestros labios en un beso que él siempre se encargaba de prolongar. Era grandioso como a través de solo ese gesto el deseo comenzaba a construirse, hasta tal punto donde aquellas simples caricias no eran suficientes. Y en medio del todo el amor y pasión que compartimos es inevitable reconocer los leves rastros de dolor y miedo de aquella noche donde la dura verdad había sido revelada.

{ III } SUEÑOS CONFIABLES  (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora