{18} Difícil

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La costa del del rio Spree regala una bella vista de la ciudad y de la cual llevábamos disfrutando por largos minutos. Su mano se aprieta a la mía un poco más fuerte a pequeños intervalos de tiempo, aun así, ni él ni yo apartamos la mirada de la calma del agua.

En el segundo en que le observo, noto la apacible serenidad que refleja su semblante, entendiendo que sus pensamientos estaban siendo igual de reflexivos que los míos.

—No debemos seguir caminando si no es lo que quieres.— habla de pronto, con la misma calma en su rostro.
—Si es lo que tú quieres, está bien para mi.— nos detenemos y su rostro se gira a mí, posando sus atormentados ojos azules en mi con prisa.

Por un par de segundos, tengo la sensación de que necesita decir algo. Sin embargo, no logra hacerlo. Hay una sombra de profundo cansancio que siento es la culpable de ello. Con suma cautela, tomo sus manos, de la misma suave y amorosa manera en que lo había hecho en aquel lugar. Acaricio su piel y una pequeña sonrisa le ofrezco, queriendo entregarle nada más que comprensión y entereza.

—Lo que sea que necesites en este momento, está bien.— digo queriendo así abrir el abanico de oportunidades que sabía mis palabras ponían ante él.

Su mirada se aleja. Vuelve serena a las aguas tranquilas del río, manteniéndose pensativa en ella por un momento más.

—¿No tienes curiosidad?— pregunta y siento como mi frunce se mueve en total confusión. —Pienso en que quizás...si haces preguntas, seré capaz de contestarlas y hablar de lo que pasó. Nunca lo hago. Nunca lo hice antes. Quizás hablar de ello hará que el peso se sienta menos doloroso.— explica y tanto como me ha dejado anonada, asiento ferviente enseguida.

Así, él se encarga de retomar nuestro caminar. Esta vez, ha tomado mi mano, arrastrándola hasta su antebrazo, para después entrelazar nuestros brazos cómodamente, caminando uno al lado del otro lo más cerca posible. En los segundos que siento su pequeña acción, mi mente baraja la lista de preguntas que obviamente ya tenía dispuesta y que tenía una data de creación de hace seis años cuando le conocí.

—No quiero hacerte sentir incómodo, o algo peor.
—Te haré saber mis limites, señorita Perret.— la sonrisa que acompaña a sus palabras es cálida; ese tipo de calidez que cualquier otra persona categoría como completamente inapropiada por el contexto.

Sin embargo, yo no puedo hacer más que replicar su hermoso gesto, sabiendo que era su manera de hacerme saber que estaba listo, también.

—Dijiste que estuviste en prisión aquí.
—Definitivamente...— noto el veloz ademán que hace por tomar aire, no obstante, su esfuerzo se desmorona en una sonrisa que me parece un gesto nervioso que otra cosa. —Ese es un límite.
—Lo siento. No era mi inte...— el toque de su mano a la mía me calla. Entrelaza nuestros dedos y me pide con un suave apretón que le observe tan directamente como él lo hace conmigo.
—Lo sé.— su dulce mirada cambia en un pestañear. Vuelve a nublarse con algo que es tan desgarrador y vacío. —Realmente me gustaría que no escucharás nada de lo sucedido ahí, porque no hay absolutamente nada agradable que compartir.
—No debes hacerlo si no quieres. Lo entiendo completamente.— un atisbo fugaz de su sonrisa asoma por la comisura de sus labios, sin embargo, el dulce gesto no llega a nada cuando ya ha movido su rostro y su mirada se ha clavado en el camino que seguimos recorriendo.





{ III } SUEÑOS CONFIABLES  (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora