Capítulo 1 - La reina Celeste

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El día que Celeste supo que estaba encinta, pidió que ensillasen su caballo y preparasen una merienda especial para ella y su esposo, el rey de Hyrule. La reina adoraba dar largos paseos por las extensas llanuras y ver la caída del sol tras las cumbres que blanqueaban en la lejanía. El rey Rhoam en cambio, era un hombre mucho más práctico. Era de los que no dan un paso sin haberlo meditado y no arriesgaba en absoluto. Por eso se incomodó el rey ante la propuesta de Celeste de salir a cabalgar estando ella esperando un bebé.

—En lugar de venir hasta aquí podríamos haberlo celebrado con la corte. Haría que lanzasen esos fuegos artificiales sheikah que tanto le gustan a la gente —protestó el rey, mientras ataba los caballos a un árbol que coronaba la colina que habían elegido para descansar.

—Y aún puedes lanzar esos fuegos, querido. Pero primero prefería celebrarlo contigo a solas —respuso la reina, mientras preparaba el picnic sobre la hierba.

—Espero que nuestro futuro hijo no sea tan cabezota como lo eres tú. Es lo único que le pido a la Diosa —bromeó el rey, que no ocultaba la felicidad que le producía la buena noticia.

—Es una niña —replicó la reina.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Lo sé porque lo he soñado —dijo la reina con tranquilidad —He soñado que una mujer vestida de blanco se acercaba a los jardines de la Ciudadela. Llevaba consigo una cesta que emitía una luz dorada. La mujer me hizo una seña para que me acercase a mirar, y cuando lo hice vi una niña acurrucada dentro de la cesta. Era nuestra hija, nuestra pequeña.

—Ese sueño entonces es... es... —dudó el rey.

—Sí, es uno de mis sueños especiales, relacionado con mi poder.

El poder de la Familia Real de Hyrule era un misterio en sí mismo. Durante generaciones, los dones sagrados se habían ido heredando entre las mujeres con el linaje sagrado. Además, estos poderes o dones solían tener una naturaleza muy diversa. La reina Celeste, por ejemplo, tenía sueños proféticos desde que era muy niña. En ellos veía sombras del pasado, presente y futuro, y en ocasiones incluso podía comunicarse con la Diosa Hylia a través de ese universo onírico.

La reina madre había sido una muy reconocida curandera. Durante toda su vida había recibido visitas de hylianos y gentes de todas las razas para recibir su ayuda. Era experta en preparar pócimas y remedios curativos, pero su mayor don era el de eliminar "el mal sombrío". Era una especie de enfermedad que hacía que los enfermos se cubriesen de oscuridad y terminasen tan hundidos que jamás volvían a ser ellos mismos... era una especie de muerte en vida. Ella era capaz de eliminarla con la luz de sus manos, tan sólo tenía que tocarlos para apartar aquel extraño mal proveniente de épocas ancestrales de sus malogrados cuerpos.

La reina Celeste sabía que, tal y como había profetizado su sueño, su hija venía envuelta por la luz dorada de la Diosa y por tanto heredaría alguno de sus dones. Sin embargo, esto no es lo único que la reina vio en su sueño. Aún no lo había hablado del tema con nadie, ni siquiera con el rey, pero en el sueño se presentaba una profecía que no auguraba nada bueno. La llegada de la joven princesa venía rodeada por una atmósfera de oscuridad y tinieblas. La reina luchaba contra esta oscuridad, pero conforme más intentaba acercarse al cesto del bebé, más lo envolvían las tinieblas. De repente había un relámpago sucedido por una enorme explosión y aquí terminaba el sueño, la reina despertó sin poder averiguar si su futura hija lograría escapar o no de esa malicia inmaterial. Celeste supo que el sueño albergaba la esperanza de una nueva vida, pero también la llegada de una tragedia y de una nueva era de oscuridad para las tierras de Hyrule, algo que no había sucedido desde hacía más de diez mil años como narraban las leyendas.

Celeste disfrutó del atardecer y decidió no aguar el feliz momento con su esposo, que disfrutaba del picnic entusiasmado.

—¿Qué nombre le pondremos a la niña? —preguntó el rey —¿Tal vez Arien como tu madre? ¿Lyrian como mi abuela? Ambos me gustan.

—Se llamará Zelda —dijo la reina con la seguridad de alguien que ya ha tomado una decisión.

—Extraño nombre, no lo había oído nunca.

—Es lógico. Lo encontré en un antiguo archivo sheikah, es un nombre en desuso desde hace varios siglos. Pero precisamente por eso me pareció hermoso, es único y especial —dijo la reina, mientras se acariciaba el vientre con ternura.

—Es cierto... suena bien, muy bien. Zelda sea entonces, ya que mi señora esposa lo ha decidido y tengo dudas de que yo pueda opinar nada al respecto...

La reina Celeste soltó una carcajada y se acercó al rey, para besarle levemente sobre las mejillas, cubiertas de esponjosa barba.

—Querido, cuando tengamos un hijo, tú decidirás. Lo prometo.

El atardecer comenzó a tornarse morado, dejando atrás los colores naranjas y ocres de la caída del sol. Los reyes de Hyrule decidieron regresar al castillo, antes de que llegase la noche. La reina no paró de pensar en la profecía. "Todo en este mundo tiene solución, de una manera u otra" solía decirle su madre, así que algo habría que pudiera hacerse. Con esta determinación Celeste pensó que lo mejor sería rezar a la Diosa, le rezaría todos los días para que sus peores presagios, jamás llegaran a cumplirse.

***

Nota/Spoiler de Breath of the Wild: 

Cuando escribí la historia aún no había encontrado el diario del rey Rhoam, que está oculto en la biblioteca del castillo de Hyrule. En el diario dice "que todas las mujeres de la familia se llaman Zelda", pero como no conocía esta información, a la madre de Zelda le puse el nombre que me pareció oportuno xD Tampoco sabía de la relación de amistad entre la reina y Urbosa.

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