Capítulo 4 - Un árbol que habla

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La Posta del Bosque estaba a un tiro de piedra del Bosque Kolog. Ni los hylianos ni el resto de seres de las razas que habitaban Hyrule solían aventurarse por allí, pues corría el rumor de que aquel bosque estaba encantado. Se decía que aventureros y exploradores se adentraban en la espesura buscando el corazón del bosque, pero la mayoría terminaba dando media vuelta tras largas jornadas de exploración en las que no parecía haber un camino ni una razón que explicase por qué era tan confuso moverse por allí. Algunos incluso desaparecían por siempre y no se les volvía a ver nunca más... O eso decía el viejo dueño de la Posta. Lo cierto es que Link sentía fascinación por ese bosque, y las historias de viejos alrededor de una hoguera no conseguían asustarle lo suficiente como para olvidar su deseo de adentrarse en él algún día.

Link acababa de cumplir doce años y se veía a sí mismo como un adulto completo y formado, por eso sólo atendía de reojo a los cuentos del anciano de la Posta del Bosque. Todo el mundo sabe que los cuentos son para niños y él ya no era uno, así que se esforzaba en disimular el interés que la historia despertaba en él lo mejor que podía.

—Dicen que la Espada Destructora del Mal yace en el centro del bosque, así que para pasar la prueba no es suficiente con sacarla del pedestal. Lo más complicado es conseguir dar con ella, nadie ha llegado hasta allí —dijo un joven mochilero, que también había escuchado la historia del viejo.

—Así es —dijo el viejo, que estaba encantado con que su historia hubiera despertado tanto interés entre sus huéspedes —hace falta mucho valor para meterse ahí. Pero también hay que tener astucia para evitar tales encantamientos.

—Bueno, ya hemos tenido suficientes encantamientos por hoy —intervino Ralek, que estaba sentado junto a su hijo, apurando los restos de la cena —Link y yo nos vamos a retirar a dormir.

—Ah! Suena como si no creyeses nada de esto —refunfuño el anciano.

—Siento si os he molestado, mi señor, no era mi intención —se disculpó Ralek —es que mañana nos espera un largo viaje y necesitamos descansar.

—Está bien, está bien —dijo el viejo —lo cierto es que va siendo hora de ir a dormir, las Postas tienen un horario después de todo. Además, me duele la rodilla y siempre que me duele la rodilla es que se avecina una tormenta.

—Pues es una pena que os vayáis a dormir tan pronto —intervino el mochilero —tengo aquí un vino de Tabanta que es excelente, suave como el beso de una dama y a la vez fuerte como una patada en el estómago. Lo estaba pasando tan bien que pensaba compartirlo con vosotros... pero será en otra ocasión.

Link observó cómo el joven pegaba un generoso trago de vino y recordó una vez en la que se animó a probar un poco. Lo cogió a escondidas a uno de los soldados de la Ciudadela. Con el primer trago se le saltaron las lágrimas, aquello no tenía un sabor agradable ni por asomo, pero quiso hacerse el valiente delante de los hijos de otros soldados y bebió algo más. Tras la prueba de valor, él y el resto de muchachos acabaron mareados y dormidos en medio de un prado. Al día siguiente el dolor de cabeza fue tan insoportable como si le hubieran atravesado el cráneo con una flecha, y no volvió a hacer una temeridad así nunca más.

—Muchacho, ¿en qué demonios piensas? Vamos adentro, tu padre espera —le dijo el viejo, que con un candil encendido guió a Link hacia el interior de la Posta.

El viejo les acondicionó una de las literas que había disponibles. Lo cierto es que aquella noche Link, su padre y el mochilero eran los únicos huéspedes y podrían haber elegido cualquier cama, pero Ralek no tenía demasiadas rupias en la bolsa, así que se quedaron con una de las opciones más económicas. Link se quitó las botas y saltó como un insecto ágil y larguirucho para ocupar la cama de arriba. Al poco tiempo el anciano apagó las velas y candiles anunciando la hora de dormir, y pronto reinó el silencio y la calma

Leyenda del DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora