Capítulo 11 - El secreto del silencio

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Link se había acostumbrado a acompañar a la princesa Zelda en casi todos sus experimentos. No es que hubiese descuidado su entrenamiento personal los días que ella no necesitaba escolta, pero sí había tomado la costumbre de ir de un lado al otro del castillo junto a ella y sus ayudantes sheikah. En realidad, él no era de gran ayuda, pero sentía curiosidad por la tecnología ancestral y estaba aprendiendo muchas cosas que desconocía.

La princesa Zelda era obstinada y muy perfeccionista. Se enfrascaba en complicados debates con los sheikah y no le importaba defender sus ideas aunque tuviera que hacerlo frente a gente más mayor y experta. También había descubierto que la princesa sentía adoración por Hyrule y todo lo que representaba: la gente, la cultura, la naturaleza... pasaba largas horas documentando todo lo que encontraba a su paso, desde el musgo que crecía junto al tronco de los árboles hasta cada tipo de ave, anfibio, lo que fuese. Él la ayudaba como podía, si durante sus excursiones descubría algún animal ella capturaba su imagen con su extraña piedra sheikah y almacenaba datos como la hora y el lugar donde lo habían encontrado. Link reconocía que, aunque nunca había puesto atención a ese tipo de cosas, se divertía bastante haciéndolo.

Pero todo no era igual de brillante y divertido. Con el tiempo, Link se dio cuenta de que los habitantes del castillo de Hyrule les observaban con recelo. Una gran mayoría sonreía a la princesa a la cara para luego susurrar a sus espaldas. Hasta el momento había pensado que él era el único blanco de críticas y desconfianzas, la mayoría de los soldados de la guardia ponían en duda sus habilidades y era continuamente juzgado por llevar la Espada a la espalda. Pero no era el único, pues la princesa Zelda se sometía también al mismo duro juicio de los hylianos, que no dudaban en criticar su falta de disciplina y cómo se saltaba los estrictos protocolos una y otra vez. Era algo que detestaba, pero a la vez, saber que no era el único en el ojo del huracán le hacía sentirse menos solo.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Zelda. Estaba sentada sobre una montaña de papeles con anotaciones y fórmulas.

—Yo no he oído nada, alteza —dijo Prunia, una de sus ayudantes sheikah.

—Me ha parecido oír algo... ¡otra vez!

—Ahora sí lo he oído —admitió Prunia.

—He... sido yo. Lo siento —confesó Link, sonrojándose por completo.

—Por todos los demonios, Link, ¿ese ruido eras tú? —preguntó Zelda

—Alteza, deberíais moderar vuestro lenguaje. Podéis dar gracias de que no esté por aquí Impa para oíros hablar así. —la corrigió Prunia.

—Sí, sí, lo que sea —dijo Zelda, restándole importancia —pero el estómago de Link suena igual que si hubiera llegado el Cataclismo. ¿Qué hora es?

—Por la oscuridad que hay, debe ser casi la hora de la cena —dijo Prunia, poniéndose en pie.

—Por todos los diablos...

—Alteza, el lenguaje.

—Prunia, es mejor que lo dejemos por hoy. Por mucho que insistamos no vamos a encontrar el significado de los símbolos de este santuario. La mayoría están borrados y creo que la cabeza me va a estallar.

—Yo también creo que un descanso nos vendrá bien —dijo Prunia, echando un vistazo al desorden del laboratorio. Todo estaba lleno de papeles, anotaciones, planos extendidos por todo el suelo... habían perdido la noción del tiempo.

Link sonrió para sí mismo. Ambas jóvenes eran igual de apasionadas cuando se trataba de investigar, pero su genialidad las hacía ser muy despistadas.

—En fin, más vale que vayamos a comer algo... no sé cómo se nos ha podido ir el tiempo tan rápido —sugirió Zelda.

—Yo tengo que marcharme ya, alteza —anunció Prunia.

Leyenda del DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora