Capítulo 17 - El secreto de la Trifuerza

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Zelda caminaba con solemnidad por las calles vacías de la aldea de Kakariko. Ella sabía que, a pesar de que la aldea parecía abandonada, muchos sheikah habían vuelto a refugiarse allí. Si ponía atención podía darse cuenta de que una mujer la miraba con sigilo a través de la mirilla rectangular de la puerta de su casa. Un niño se escondía tras una roca y asomaba de vez en cuando la nariz para verla pasar. Pero nadie le salió al paso. Así era la guerra.

De todas maneras, ella no ofrecía un aspecto muy distinto al de una vagabunda. Tenía las sandalias de cuero cubiertas de barro, al igual que gran parte de su cuerpo. El polvo del camino se le acumulaba en el pelo y entre las uñas. La túnica de sacerdotisa, antes blanca e inmaculada, estaba desgarrada y llena de quemaduras.

Cuando llegó a la plaza central de la aldea, se quedó mirando un rato la larga escalinata de madera que llevaba a la casa de Impa. Como líder de la tribu, tenía una casa situada en el lugar más privilegiado de Kakariko. Zelda subió las escaleras, sintiendo el tacto de la madera crujiente y húmeda bajo los pies. Empujó la puerta principal, que se quejó sobre sus goznes al abrirse.

—¿Quién es? ¡Alteza! —exclamó Impa nada más ver su silueta dibujada en el marco de la puerta.

—¡Alteza, alteza! —imitó Prunia, que también se hallaba con Impa, en la estancia principal de la casa.

—Tranquilas, estoy bien.

De repente, la luz dorada brotó del dorso de la mano de la princesa delineando su figura y las dos mujeres cayeron de rodillas de forma instintiva y sumisa.

—No, por favor, levantaos. No es necesario todo esto —les pidió la princesa —sigo siendo la misma de siempre, soy vuestra Zelda, no hay más.

—Alabada sea la Diosa —admiró Impa boquiabierta —el Poder Sagrado está con vos.

—Así es... aunque haya despertado tarde para algunas cosas —dijo Zelda, con una honda tristeza en la mirada.

—¿Dónde está Link? —adivinó Prunia de inmediato.

—Link... ha caído —dijo Zelda sin ocultar el intenso dolor que le producía pronunciar aquellas palabras.

—No es posible... —lamentó Impa.

—Me temo que sí. Pero aún hay esperanza... toda la que albergo en mi corazón.

—Venid alteza, sentaos aquí y contadnos todo lo que ha pasado.

Zelda se dejó llevar por la estancia principal de la casa de Impa hasta sentarse en una alfombra junto a la chimenea. Prunia le echó una manta por los hombros y ofreció agua a la princesa, que dijo no tener hambre pero sí mucha sed.

—Fuimos al campo de entrenamiento de guardianes —comenzó a relatar Zelda, ante sus dos atentas oyentes —recuerdo que en su momento había cientos, pero cuando llegamos allí eran ya un número reducido, los sheikah debieron llevarse al resto. Aun así eran tantos guardianes los que quedaban... demasiados para nosotros dos. Link pensó en un plan, un modo de acabar con varios guardianes al mismo tiempo... pero no funcionó. Había demasiados. Se metían por el bosque, tirando los árboles sin dificultad. Si no conseguían dar con nosotros disparaban en todas las direcciones con la esperanza de hacer blanco de alguna manera. Corrimos todo lo posible, pero alcanzaron a Link en la pierna. Cuando parecía que teníamos un respiro aparecieron más, no sé de dónde venían, estaban por todas partes. Había explosiones, fuego, ruido, caos... Era como estar dentro de una pesadilla. Link... luchó con tanto ahínco que ni siquiera les permitió que me rozaran —Zelda se interrumpió para tomar aire y unas lágrimas solitarias se deslizaron en silencio por sus mejillas — él estaba agotado y herido. Y cayó. No puedo expresaros lo que significa tener su cuerpo sin vida entre mis brazos, con sólo pensarlo se me quiebra el alma otra vez. Pero... hay esperanza para él.

Leyenda del DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora