Capítulo 14 - La leyenda del Vigilante

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Zelda se encerró en la torre de astronomía. Las lágrimas de rabia y frustración le quemaban la cara. De un manotazo tiró todos los libros que había sobre la pequeña mesa de madera y después de descargar su ira arrancando y rasgando las hojas de su cuaderno de anotaciones, cayó al suelo rendida. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan humillada. El fracaso en la fuente del Poder había sido un golpe muy duro para ella, pero había logrado recomponerse sobre todo gracias al progreso en las investigaciones y al apoyo de Link. Pero después de lo que había ocurrido esa misma tarde, lo veía todo perdido y valoraba seriamente la opción de marcharse para siempre del castillo. Podría marcharse lejos y seguir investigando por su cuenta, escondida en algún laboratorio clandestino. Construiría uno en la región de Akkala, no le sería complicado conseguir los apoyos necesarios para ocultarse allí y retomar el trabajo en paz. Lloró en silencio toda la rabia acumulada, hasta quedarse casi dormida. Pasado un tiempo oyó unos golpecitos en la puerta de la torre. Abrió a sabiendas de que sólo había una persona que podía adivinar que ella estaba allí.

—Link...

—¿Puedo pasar?

—Sí, pasa.

Link atravesó la habitación hasta la ventana de observación de la torre y ella cerró la puerta. Él no llevaba su casaca azul, sino una fina camisa interior. Debía ser muy tarde, seguramente se encontraba descansando en sus aposentos y al pensar en el episodio que había ocurrido durante la tarde, decidió ir a buscarla sin importarle la hora.

—Esta tarde te despediste tan rápido que pensé que no te encontrabas muy bien. He venido tentando a la suerte, no sabía seguro si estarías aquí. —dijo él mirando a través del gran ventanal.

—Como ves, no me he escapado.

—Pero te ha faltado poco —dijo Link, echando un vistazo a las hojas arrancadas y los libros y objetos desperdigados por el suelo de la habitación. —Ya sabes que no me gusta tener que perseguirte por ahí.

—No iba a escaparme, Link —negó de nuevo Zelda, sintiendo cómo un nudo le oprimía el estómago. —Sólo necesitaba estar sola.

—Si quieres puedo marcharme —insinuó él con seriedad.

—No, no digas tonterías. Quédate.

Link suspiró profundamente y ella extendió la lona que habían usado en otras ocasiones para comer. Se sentó sobre ella, con la espalda pegada al muro de piedra de la torre e invitó a Link a que sentase a su lado.

—Sí había pensado en escaparme —comenzó a decir ella, tras un largo silencio —me... siento muy avergonzada por lo que ha pasado hoy.

—Lo sabía —dijo Link, agitando la cabeza —pero no deberías renunciar a todo lo que has conseguido por eso, por una estúpida regañina.

—No quería renunciar. Y no quiero renunciar. Pero... podría seguir haciendo lo que hago lejos de aquí. Podría vivir entre la gente corriente sin tener que aparentar que soy especial por unos poderes que no existen. Y así podría luchar por el pueblo de Hyrule trabajando sin descanso en mis investigaciones.

—No sabes si tus poderes existen o no. Sólo sabes que no han despertado, es todo.

—Lo que más me molesta de todo es que tú hayas tenido que presenciar cómo mi padre me habla de esa manera —dijo Zelda con rabia —no puedo soportarlo, Link.

—Debes saber que eso me da exactamente igual. Todos los padres son iguales, nunca hacemos nada bien, nunca somos lo bastante buenos. Tu padre además es el rey, y tiene que aguantar otras cargas, imagino. No me gusta que te haya hablado así, pero ¿qué más da? Tienes que seguir adelante como hasta ahora. Sé que es duro que él ponga en duda tus esfuerzos o que piense que pierdes el tiempo con los sheikah y las Bestias Divinas. Pero los padres no tienen razón sólo porque sean padres. Mi padre ni siquiera quería que me acercase a la Espada Maestra... y mírame ahora.

Leyenda del DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora