Capítulo 3 - Ausencia

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El día que la reina Celeste murió, llovía con tanta fuerza que los ríos desbordaron y los campos quedaron inundados. El cielo entero parecía lamentar la marcha de la reina y su último suspiro fue acompañado por el sonido de los truenos y los destellos de los relámpagos. Esta fecha quedó marcada en los calendarios de los hylianos por siempre, por perder a una muy querida gobernante y también por las pérdidas que tuvieron que afrontar tras las inundaciones.

La reina había estado enferma, como otras veces, tan solo parecía que padeciese un catarro mal curado. Nadie esperaba que su salud fuese a empeorar de una manera tan brusca. Fue una de sus doncellas la que advirtió que el constipado de Celeste se había tornado en sudores y fiebres que la habían vuelto pálida y sin color, como si fuese de cera.

Tras el fallecimiento de la reina, el rey Rhoam declaró un periodo de diez lunas de luto en todo el reino de Hyrule. Todos los monarcas y los grandes señores del reino pasaron antes o después por el castillo para transmitir sus condolencias. "Lo lamento majestad, pero pensad que su espíritu debe estar ya con la Diosa". "Fue una gran soberana, lamento que los médicos que envié no fuesen de ayuda". "La princesa es tan joven, de veras siento que esto haya ocurrido". El rey recogió estos y otros muchos mensajes del mismo estilo con toda la diplomacia y la seriedad que le caracterizaba, pero en realidad el golpe fue tan duro para él, que ya nunca volvió a ser el mismo.

Pero después de un día llega otro, y el día siguiente y otro más. Y de este modo el paso del tiempo fue emborronando el recuerdo de la reina y ya no quedó más tiempo para el luto y las lamentaciones. El rey había estado postergando decisiones importantes excusándose en la pérdida y el dolor, pero ya no había tiempo para seguir escondiéndose, debía volver a retomar sus obligaciones con fuerza.

La princesa Zelda sólo tenía seis años cuando la reina falleció. Era demasiado joven para entender la magnitud de aquella pérdida en su totalidad, era consciente de la ausencia de su madre, aunque no tuviese claro del todo qué significaba la muerte ni cuáles eran sus verdaderas consecuencias. El rey sentía que se le quebraba el corazón al ver que su hija, de propia voluntad, había dejado de preguntar por su madre. "Mami no está" le dijo un día que jugaba a la pelota en el jardín de palacio, así, de una manera tan simple la pequeña había normalizado una ausencia que tanto le costaba al rey asumir.

Lo cierto es que todo lo que tuviera que ver con la pequeña Zelda, le resultaba especialmente doloroso al rey. Aquella niña no era más que el reflejo vivo de un proyecto de familia que nunca podría llegar a ser como lo había imaginado. Aun así, aunque le costase más que nada, el rey tenía que tomar decisiones sobre la educación de la princesa. Zelda estaba destinada a heredar los dones de la Diosa, esa era la realidad, pero era responsabilidad de su madre el transmitirle la educación necesaria para que la niña aprendiese a despertar y controlar dichos dones. El rey ignoraba todo lo que se refería a dones, a poderes sagrados... aquello era un conocimiento vedado para él. Es por esto que el rey decidió delegar la educación de la niña en la tribu sheikah, el único pueblo que atesoraba el conocimiento suficiente para ayudarle.

Cuando la princesa cumplió diez años, Maoru, uno de los tutores de Zelda, se puso en contacto con el rey.

—Tiene que salir del castillo, majestad, no hay otra manera.

El rey se dio la vuelta malhumorado, sin ocultar ni un ápice de su desagrado.

—¿No puede ser formada aquí? Es peligroso que vaya de un lado a otro. No apruebo esa idea —dijo el rey.

—Majestad, la princesa es particularmente inteligente, incluso más de lo que se espera de una niña de su edad. Si solo se tratase de una educación normal, como la que se concede a otras niñas de alta cuna no habría necesidad de sacarla de aquí. Pero las Fuentes Sagradas están fuera del castillo y es necesario que las visite en persona. Debe aprender a meditar y a rezar a la Diosa, es la única forma de que algún día pueda despertar su poder latente.

—¿Y por qué diablos no lo ha despertado ya? —refunfuñó el rey —¿No debería al menos dar algún síntoma de ello? Ya es mayor.

—No lo sabemos, majestad. Y eso es algo que nos tiene desconcertados, no lo voy a negar —reconoció Maoru —Tal vez si comienza a frecuentar las efigies de la Diosa o viene con nosotros a las excavaciones, la energía ancestral canalice de alguna forma sus poderes.

—Diablos. Está bien —cedió el rey —Entonces precisa de escolta. Una escolta de élite y profesional, cuanto antes mejor.

—Como sabéis, majestad, el tapiz ancestral también habla de un caballero que...

—Otra vez con ese estúpido trozo de tela —interrumpió el rey —Como sabéis no ha aparecido ningún caballero, ni soldado, ni siquiera un maldito hortelano que haya demostrado ser particularmente hábil ni merecedor de la Espada. Algunos ni siquiera han superado las pruebas mínimas.

—Tal vez debáis buscar mejor —recomendó Maoru sintiendo que se arriesgaba a otro ataque de ira del rey —Os aconsejo encarecidamente que intensifiquéis la búsqueda. El destino de vuestra hija está ligado a la existencia del caballero si... si las visiones de vuestra esposa son ciertas como afirmáis y estamos ante las puertas de otro Cataclismo.

—Me hablas con demasiado descaro. Espero que esta sea la última vez que cuestionáis las visiones de mi esposa, por vuestro bien —amenazó el rey —Aun así, y para que tú y tu estúpida tribu vea que estoy haciendo todo lo que está en mi mano, voy a conceder tus dos peticiones. Mientras aparece o no el caballero, voy a proporcionar una escolta a mi hija. No dejaré que vague por los bosques en compañía de saltimbanquis con ojos pintados en la camisa. Puesto que hay ya cuatro campeones, cuatro elegidos con dones excepcionales para ocuparse de esas bestias mecánicas que habéis desenterrado, nominaré a uno de ellos para que escolte a la princesa. ¿Os parece bien?

—Oh! Eso sería estupendo majestad, no creo que haya mejores candidatos —dijo Maoru, haciendo una reverencia con toda la pompa que le fue posible.

—En ese caso... en marcha.

Leyenda del DespertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora