De cómo nos conocimos

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Bakugo regresaba a su pequeño departamento después de un arduo día de trabajo. Ese día el bar había cerrado más tarde de lo habitual, pues era el fin de semana más importante de la Golden Week. Aun así, hubiera salido antes, de no ser porque un grupo de borrachos se empezaron a pelear media hora antes del cierre del bar.

Él, por ser el más joven de los empleados, que además trabajaba clandestinamente porque aún era menor de edad, había tenido que limpiar la mayor parte del desastre. Por más que le molestara que lo hicieran trabajar como asno, se aguantaba; pues estaba juntando dinero para salir del cuchitril que llamaba "casa".

Definitivamente no era su día, habiendo salido a las tres de la mañana, tuvo que tomar un desvío hacia su casa, pues la calle por la que pasaba para llegar al barrio de mala muerte en el que vivía estaba cerrada.

Dio un enorme rodeo, la próxima calle era un nido de ladrones y drogadictos. No era alguien débil pero no se arriesgaría a que se lo llevara la policía y lo pusiera en custodia.

Caminaba con las manos en los bolsillos y una pequeña mochila al hombro cuando escuchó un grito femenino, decidió ignorarlo pero lo volvió a escuchar, aún más desgarrador que el anterior. Eso lo hizo sentirse perturbado, así que corrió hacia dónde provenía aquel sonido.

En el segundo piso de lo que parecía una ensambladora abandonada (una fábrica donde empacaban bentos) encontró a un grupo de cinco hombres, algunos borrachos y otros drogados, violando a una niña que parecía de once años.

—¡Que están haciendo, escorias! —Gritó a la vez que corría accionando explosiones con sus manos.

Le dio con su explosión a un hombre en la cara mientras que otro lo atacaba con una masa gelatinosa, pero no logró que su ataque lo golpeara porque usó al hombre que había atacado en la cara como escudo.

Otro hombre, que tenía dientes de rata, lo embistió, aventándolo contra la pared. —¡Muere! —Gritó el rubio y se abalanzó contra este, dándole puñetazos en el rostro y le lanzándole una explosión en el estómago. Después también arrojó al hombre ventaba esa masa gelatinosa contra el sujeto que a.

Uno de los dos hombres que aún estaban sobre la niña, dejó de sujetarle los brazos y le atacó formando un tubo de metal con su mano izquierda, golpeando a Bakugo en la espalda y haciéndolo caer. Este, encolerizado, le tomo por el pie y lo azotó contra el suelo y luego le propinó una gran explosión en la mano que sujetaba el tubo, haciéndolo sangrar.

—Eres muy valiente para continuar haciendo lo tuyo mientras muelo a tus compañeros. —Le dijo con una sonrisa de lado y se abalanzó contra él, jalándolo de la playera y arrojándolo a un lado, chocando un escritorio.

Vio que al fondo había una puerta abierta que daba a un pequeño sanitario. Fue por el hombre que había arrojado al escritorio, le dio unos cuantos puñetazos en la cara y después lo aventó a la pequeña habitación. Al hombre que expulsaba la masa viscosa lo pateó y luego también lo arrojó al baño. Fue por el hombre rata y le torció el brazo para aventarlo con los demás.

A los otros dos hombres también los aventó al baño, atrancó la puerta con el escritorio y con el tubo de metal que había dejado atrás uno de los agresores.

Regresó donde estaba la niña, se hincó y le hablo:

—Oye niña, ¿estás viva?

—M-me duele.

—Levántate, están encerrados.

Con torpeza, la chica se levantó mirando a su alrededor. Por su pierna escurría sangre y la habían golpeado en la cara. A paso lento ella empezó a caminar con dirección a la puerta, ignorando que Bakugo estaba en la habitación.

El rubio se le adelantó y la dejo atrás.

—No me dejes sola, por favor.

—¿Eh? Yo ya te ayudé con esos malnacidos, arréglatelas como puedas.

Se giró y continuó caminando pero enseguida escucho como ella se desplomaba, cayendo sobre unas latas.

—Ahhh, supongo que por lo menos te tengo que sacar de este basurero.

Volvió sobre sus pasos y la levantó en brazos, sintió como todo el cuerpo de la chica se tensaba.

—Tranquila, si quisiera hacerte algo lo haría aquí mismo.

Bajó con ella hasta la entrada del edificio y la bajó bruscamente.

—Hasta aquí te dejo, suerte.

La chica lo sujetó de la camisa antes de que este emprendiera su camino.

—Po-por favor llévame contigo, tengo miedo de que me encuentren.

—¡Ese ya no es mi asunto! —Le gritó y soltó el agarre. Y de nuevo siguió su camino.

Ella solo empezó a llorar y le rogaba.

—Me voy a arrepentir de esto, ven.

Ella lo siguió pero se quedó atrás. Fastidiado, Bakugo regresó por ella y la cargo como un costal de papas. Pudo sentir la sangre seca sobre las piernas de la muchacha. La bajó y le dijo que se envolviera las piernas con su camisa, quedando él con una playera negra.

La chica hizo lo que le indicó su salvador torpemente y después Bakugo la cargó de la misma forma. Todo el camino fueron en silencio, que de vez en cuando era interrumpido por los sollozos de la chica, que ahogaba con sus manos.

—Llegamos. —La bajó y saco sus llaves, entrando primero.

—Cierra la puerta. —Ella atendió y se quedó en la entrada con la cabeza gacha, sus cabellos cubrían su rostro.

—¿Te piensas quedar ahí toda la vida? —Le dijo molesto para después aventarle a los pies una toalla, una playera y una bermuda*.

Ella vio como las prendas caían a sus pies. El chico le dijo que se fuera a bañar señalado la dirección donde estaba la ducha.

Entró y con cuidado se quitó el vestido, no traía pantaletas, pues sus captores se las habían arrebatado. Con pequeños pasitos se dirigió a la regadera y abrió la llave; el agua poco a poco cubría su cuerpo. Empezó a llorar y a gemir de dolor. No le lastimaban los golpes que le dieron, sino su zona íntima y su ano. Ella estaba rota, le habían arrancado su inocencia y sus ganas de vivir.

Bakugo, fastidiado, se cambió de ropa y luego hizo algo ligero de cenar. Pese al ruido del agua cayendo y el que él hacía en la cocina, podía escuchar tenuemente el llanto de la chica.

—Este mundo está podrido. —Dijo Bakugo a la vez que volteaba el tamagoyaki.

Para cuando la chica salió, Bakugo ya estaba en la habitación cenando.

—Ya era hora que salieras. Come, se va a enfriar.

Ella se acercó temerosa y se sentó frente a Bakugo. Al ver la comida caliente y recién hecha no esperó más y empezó a devorar el tamagoyaki con las manos.

—¡No seas asquerosa y usa los palillos!

Ella dio un salto pero acató las órdenes del rubio. Torpemente terminó el tamagoyaki y con dificultad empezó comer el arroz. Se rindió y empezó a tomarlo con las manos.

—Demonios, ya se me quitó el apetito solo con verte. Termina de comer y lava los platos.

Sacó el futón, arrojó al suelo una frazada y se acostó a dormir.

—No te olvides de apagar la luz cuando acabes.

Ella se apresuró a comer, llevo la mesita y los platos al fregadero, enjuago sus manos y apago la luz del cuarto donde reposaba Bakugo. Después lavo los platos, bebió agua y se acomodó para dormir al lado del pequeño refrigerador que había en la cocina.



Bermuda: Short o pantaloncillo corto y holgado que llega casi a la rodilla.

Un rincón en el olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora