Prólogo

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Todas las mañanas eran igual. ¿Era culpa mía? Quizás. Pero nadie busca que le rompan el corazón, ¿o sí? En mi caso, quizás habían confluido muchos obstáculos al mismo tiempo. Y siempre, siempre pensaba eso mismo nada más ser consciente de que empezaba un nuevo día. Pasé mi fría mano por mis ojos (otra vez me había destapado en pleno invierno), pero no era como si me importase sentir ese frío. No era solo culpa del clima. Cuando giré la cabeza hacia un rincón de mi habitación, encontré preparada mi ropa de trabajo. Como todas las mañanas. Primero fui al baño, solo para ver ese familiar rostro descansado y despeinado. ¿Cuándo me había crecido tanto el pelo? Me gustaba. Miré la hora, las 7:30, así que no tenía tiempo que perder. Hice café, el más amargo que tenía para asegurarme de que estaría despierta, y lo bebí casi sin respirar. Como todas las mañanas. Lo siguiente fue mi ritual de vestimenta: primero la camisa, luego la falda bien ajustada a mi cadera, seguidamente mi pelo y mi maquillaje, impecables, como siempre, después los tacones, si es que quería que me tomaran en serio, y, antes de salir, mi sobria chaqueta de traje y mi bolso. Si alguien me hubiese dicho que ser abogada requería tanta apariencia, a lo mejor habría encontrado otra manera de encarcelar gente.

Al encontrar mis llaves, volví a echar un vistazo casi de forma instintiva a una foto que descansaba en la pequeña mesa del recibidor. Después de cinco años, no había tenido el valor de quitar esa imagen de allí; de ella, de mí, de nuestros años de universidad siendo amigas, abrazadas el día de nuestra graduación. Siempre amigas. Solo amigas. Llevé la vista al suelo hasta que cerré la puerta, y solo pude respirar hondo cuando vi el sombrío pasillo de aquel pequeño piso. Bajé en ascensor hasta el garaje, donde encontré un coche extremadamente caro, pero que ni siquiera me agradaba tener. Y es que eso era mi mundo, mostrar que eras tan buena en tu trabajo que te podías permitir un coche de lujo por la cantidad de casos y dinero que ganabas. Por suerte, no tenía por qué hacer lo mismo con mi casa, la cual era, probablemente, la única posesión que me representaba a mí realmente.

Cuando llegué al bufete, todo el mundo estaba en su puesto de trabajo. Como todas las mañanas. Cuando se dieron cuenta de mi presencia, me saludaron de forma aduladora. Imbéciles. ¿A caso nadie en ese maldito lugar se dio cuenta de que no quería que me adoraran? Quería que trabajaran, nada más, ni nada menos. Sin embargo, sonreí a cada uno de ellos con mi ya acostumbrado gesto artificial. Perdí la capacidad de sonreír el día de mi graduación, pero eso era algo que ninguno de ellos sabía. Entré en mi despacho, ordenado y limpio, tal y como lo había dejado. Continué con el caso de violación que tenía entre manos la noche anterior, pues el abogado del acusado era un experto en aferrarse a vacíos legales, y yo tenía que solucionar el único de mi cliente. Si solo no se hubiese cambiado de ropa... Suspiré, estresada, y pensé en la posibilidad de que no la hubiese lavado.

- ¡Clarke! – grité algo exaltada ante la idea-.

- ¿Sí, señorita Thompson?

-Déjate de señorita, me desesperas cuando me llamas así. Lexa no es un nombre muy complicado.

-No es tan sencillo para mi tutearte – me sonrió-.

- ¿Y decirme "Thompson" sí? Déjate de estupideces. A mí no me fue fácil el idioma en sí y tu te quejas por decir un nombre – sacudí la cabeza, consciente de que perdía el tiempo-. Quiero que localices a Héctor, el chico de mi caso de violación.

- ¿Para qué? – dijo completamente extrañada-.

- ¡Ya!

Ante mi exigencia, marcó el número de memoria en el teléfono de mi despacho y me pasó el auricular cuando empezó a dar tono. Mi respiración se aceleró, deseosa de poder hacerle aquella pregunta tan importante. Sin embargo, tuve que esperar varios tonos para oír una voz al otro lado.

Ms. Thompson; lawyer [Clexa AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora