CAPÍTULO 6

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Desperté. Tenía el cuerpo completamente gélido. Aún un poco grogui, pude sentir cómo el frio recorría todo mi ser.
Boca abajo, el raído suelo de madera chirrío estrepitosamente cuando quise levantarme, y aunque no recordaba nada, sentí fuertes pinchazos por todas partes de mi cuerpo. Levanté la cabeza haciendo una mueca de dolor por el esfuerzo. Noté un cuadro, de hace mucho tiempo ya, de una hermosa joven de cabello castaño rojizo recogido en una coleta, mientras éste le caía en rizos por el hombro izquierdo, y a su derecha un apuesto muchacho de ojos grises azulados (justamente como los míos) con una camisa blanca...

Me estremecí, no sabía qué era lo que hacía ahí.

El cuarto había cambiado, ya no estaba la pequeña mesa de noche, ni la pequeña cama en la que, cuando papá estaba de malas, mamá y yo nos acurrucábamos. Cerrábamos la puerta con llave para que él no entre por las noches y nos dé un gran susto, pero la mayoría de  veces lo usábamos para dormir cuando él llegaba demasiado ebrio, como para mantenerse en pie por más tiempo.

¿No se suponía (o al menos eso fue lo que yo había pensado) que ya no volvería a ese sitio? ¿Por lo menos no sin mi madre?

Mi madre...

¿Acaso, no me encontraba en un lugar, supuestamente seguro? O, cuando Matt me dijo que me darían de alta, ¿se refería a volver a la casa que más temía en todo el mundo? ¿A volver a ver a la persona que asesinó a mi madre? ¿Volver con él, para que todo siga su curso?, ¿ para volver como vivía antes?

Pero, esta vez sola, sin la protección de mi madre sin ella... ¿Cómo se suponía que podría sobrevivir con aquella bestia? Diciendo y haciéndome cosas para sufrir...

Volver a los golpes, maltratos, yo... yo, ya no sabía qué hacer.

La habitación comenzó a dar vueltas, vueltas y vueltas. Las paredes cremas comenzaron a teñirse de rojo carmesí, de escarlata.

Comencé a sentir fuertes arcadas.

Olvidándome del frío y lo congeladas que estaban algunos de mis músculos, intenté, por segunda vez, ponerme de pie.

Volví a fracasar y al chocar mi rodilla con la desgastada madera, éste hizo un sonido un poco fuerte, y como la habitación estaba vacía, comenzó a hacer ecos.

Comencé a temblar cuando oí pasos, y mi corazón empezó a latir más rápido, hasta que el sonido de éste llegó estrepitosamente para chocarse con mis oídos.

Vislumbré una pesada sombra por el resquicio de la puerta, que había estado ahí desde el principio, pero que no me había dado cuenta.

Y, sin necesidad de esperar a que entrase, maldije en voz baja mi desdicha. Debía encontrar un lugar para ocultarme y luego salir de ahí. Pero primero, debía tratar de levantarme, o por lo menos de moverme unos cuantos centímetro.

Cada vez que lo hacía dolía, mataba...

Lo intenté y caí. Volví a intentarlo y volví a caer.

La desesperación comenzó a subir desde mis pies hacia mi cabeza, como una enredadera de fácil y rápido crecimiento, que al mismo tiempo tiraba y apretaba de mí para tener un factible acceso hacia la superficie.

La negrura volvió a cubrirme los ojos, pero lo alejé de una simple sacudida. No confiaba en que mi nuevo mejor amigo me pueda librar (de lo que sentía) pronto iba a pasar.

Al parecer quien estaba tras la puerta había encontrado ya, la llave, ya que esta vez sólo tuvo que girar la manija y empujar.
Cada vez que intentaba ponerme de pie, sentía algo, algo muy pero muy pesado en mi espalda y un intenso dolor en el lado derecho donde se hallaban mis costillas.
Me toqué intencionalmente ahí, aunque sabía que sería una mala idea y, en vez encontrar los dos últimos huesos, sentí un vacío. La piel se me irritaba debajo del fino camisón que era parecido al que tenía mi madre la última mañana  en que la vi.

HopelessnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora