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Isabella O'brian - Me llamaron por megafonía.
Así era como nos llamaban uno a uno para distribuirnos según las
diferentes clases. Empezaban por los más pequeños que iniciaban la
E.S.O., y acababan por los de primero de bachillerato. Todos esperábamos
pacientemente (menos Liara, que prefería divertirse conmigo) a que
dijeran nuestro nombre.
Me acerqué a la entrada intentando ocultar la herida, pero fue en inútil.
Aunque no parecía muy profunda, empezaba a ser aparatosa por la sangre que seguía cayéndome por la cara. Cuando me acerqué a Natalia, la
Consejera, que como cada año era la encargada de llamarnos uno a uno, se le escapó un grito de horror que resonó por todo el patio gracias a la
ampliación del micrófono.
- ¿Qué te pasó? -me preguntó con cara de susto.
- Me trómpese pero no es nada. Ya va a sanar.
-le dije intentando esquivarla para entrar lo antes posible,
ya que todos miraban intrigados después del exagerado
aullido con el que casi nos deja sordos.
- ¡Qué horror, te podrías haber sacado un ojo!. Ves a
la enfermería que te van a curar!.
Me costó no reír ante tal expresión, que combinaba algo así como
susto, asombro y dolor. Sin duda, Natalia podría haberle hecho creer a
cualquiera que mi herida le dolía más a ella que a mí. Natalia siempre me
había recordado a las típicas matronas alemanas que alguna vez había visto en anuncios de cerveza. Desprendía maternidad por cada poro de su piel,pero a la vez, su gran tamaño, imponía respeto. De cualquier modo, siempre que la veía, me entraban ganas de darle un abrazo.
- De verdad no es nada-le insistí sabiendo ya de
antemano que estaba ignorando una de sus órdenes.
De repente cambió su expresión. Ésta ya me daba un poco más de
miedo. Estaba claro que no tenía opción, tenía que ir a la enfermería sí o sí.
Daba gusto ver los pasillos tan tranquilos y despejados. Todo el
mundo estaba en sus clases con sus adscriptos que les explicarían como iba a ser el año.
Cuando llegué a la enfermería, no había nadie. Me senté en una de las
sillas delante de la sala de profesores por si pasaba alguien. La herida me
seguía sangrando, y podía sentir el corazón latiendo con fuerza justo donde estaba el corte. Todo seguía igual. Cuatro años en aquel lugar y nada había cambiado. Seguro que Natalia no había pensado que no habría nadie en enfermería, ya que todos estaban ocupados distribuyendo a los alumnos en los salones. Lo mismo hubiera dado desangrarme en clase, que en enfermería.
El sol entraba con fuerza por una de las ventanas y me daba en la
espalda. Era agradable sentir aquel calorcito que se esparcía por todo mi
cuerpo. Miré por la ventana. Nada especial. Un ciudad de lo más común,
con poca gente y poca actividad. Tenía su gracia porque estaba rodeado de
campos y bosques, pero el pueblo en sí era bastante feo. Me fijé en unas
grandes nubes cumulonimbos que se acercaban amenazantes a lo lejos.
Eran bien negras, y se acercaban con rapidez, incluso me pareció ver un
rayo a lo lejos. Con un poco de suerte, para rematar el día, acabaría
lloviendo y tendría que caminar bajo la lluvia sin paraguas durante
cuarenta minutos hasta llegar a mi casa.
Pero de repente, cualquier calamidad que pudiese sufrir dejó de tener
importancia. Me quedé sin respiración, como si alguien me hubiese golpeado en el estómago. Un Muchacha baja, de contextura pequeña, extremadamente guapa, salió de la sala de profesores. Desprendía una magia que hacía
imposible no fijarse en ella. Nunca había visto una chica así, y menos tan cerca de mí.

Enamorada De Mi Profesora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora