Capítulo 23 - Origen

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Link volvió agotado ese día. Ya había anochecido casi del todo y la oscuridad apenas le permitía distinguir el camino de vuelta.

—Tres días —le dijo Kei, al verle llegar con el ceño fruncido.

—No hay suficiente leña, mañana nos levantaremos temprano para cortar más —respondió él.

Entró en la cabaña y se cambió la camisa, no iba a tener tiempo de darse un baño esa noche. Había cazado y desollado un ciervo en el bosque y transportar toda esa carne de vuelta le había llevado demasiado tiempo.

Cuando salió, Kei ya estaba terminando de preparar la cena.

—Toma, espero que sea suficiente —le dijo, tendiéndole un cuenco con guiso de verduras, setas y pescado.

Él lo engulló con los ojos fijos en el fuego. Estaba bueno y era reconfortante.

—Link, llevas tres días seguidos sin verla —insistió Kei —me preocupas.

Resopló y terminó su cena con parsimonia, tomándose todo el tiempo del mundo para responder. Después de todo, si algo le sobraba era tiempo.

—Verla o no verla no va a cambiar nada —dijo al fin —y cada vez que la veo me hace más daño del que te puedas llegar a imaginar.

—Tal vez note tu presencia.

—No. No funciona así.

Kei se calló y no dijo nada más en todo el rato que se mantuvieron en la hoguera. El sheikah había aprendido a conocerle, sabía que no merecía la pena insistir.

Al día siguiente cortaron leña, como habían acordado la noche anterior. Link conocía aquellos bosques como la palma de su mano y sabía muy bien dónde acudir para que el trabajo fuese efectivo.

—Link.

—No lo estás haciendo bien, no seas vago —gruñó él —si sólo cortas árboles enfermos y medio podridos estropearemos el resto de la leña. Esfuérzate un poco más.

—Link, he estado pensando —dijo Kei. Le había hecho caso y se situó junto a un árbol con mejor aspecto que la triste rama que intentaba cortar antes.

—Aham.

—No tiene por qué ser como tú, no tienes por qué llegar a anciano esperando. Podría despertar de un día a otro. Sé que eso es lo que te preocupa.

Él ignoró a Kei por un momento y se cebó con el duro tronco de un arce hasta hacerlo caer. El sudor le caía a chorros por la frente.

—No, no es eso lo que me preocupa. Esperaré toda mi vida. Moriría esperándola. Pero tú no tienes por qué hacerlo. Te he dicho miles de veces que eres libre de volver a Kakariko cuando quieras. Así que deja de "pensar tanto".

Kei arrojó el hacha al suelo con furia y se precipitó colina abajo dando grandes zancadas. Link apretó las mandíbulas y unos segundos después se vio azotado por un profundo sentido de culpabilidad.

—¡Kei, espera! —gritó, corriendo tras él —espera.

El sheikah no detuvo el paso ni cuando lo tuvo al lado. Link lo agarró del brazo con fuerza para detenerlo.

—Perdóname —murmuró.

—No te oigo bien —refunfuñó Kei, cruzándose de brazos.

—Vamos, no me hagas suplicarte.

—No eres el único que está sufriendo con todo esto, ¿sabes? —le reprochó Kei. —sólo llevamos aquí tres meses y cada vez estás peor, Link.

El trono perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora