Capítulo 14 - Plan de escape

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"Me voy ya. Te quiero."

Las palabras de Link se repetían en su cabeza una y otra vez, en bucle, en una espiral que nunca termina, como cuando pones un espejo frente a otro.

Nunca se lo había dicho, esa era la primera vez, y él había elegido (no sabía si conscientemente) un momento tan inapropiado como aquel, en el que ella estaba atrapada, en el que él salió corriendo, en el que no hubo opción de réplica.

Zelda no supo hasta ese momento la importancia que tienen en realidad las palabras. La mente es libre, crea y destruye, imagina. Si él la veía pasando frío, hambre o estaba en problemas y acudía para ayudarla, era una forma de decir "te quiero". Pero la mente puede pensar que "lo hace por obligación, porque es un caballero". Ese era un pensamiento envenenado que anidaba en su cabeza casi desde el principio, desde que conoció a Link. Cuando ella le confesó sus sentimientos la primera vez, en aquel bosque de Kakariko, él la besó, durmieron juntos, fue una de las noches más felices de su vida, sí, pero él no dijo nada. Para Zelda era muy fácil confundir los gestos de afecto o incluso de deseo si no se ponen palabras por medio. Ella tenía una mente científica, exhaustiva, no era suficiente con intuir o captar, necesitaba oírlo.

Se sentó en el borde de la cama, esperando. La casaca de Link aún tenía su olor, era cálida, cerró los ojos e imaginó que él aún seguía abrazándola, era su cuerpo el que la rodeaba mientras volvía a decir lo de "Me voy ya. Te quiero.", mirándola con los mismos ojos con los que la miraba cien años atrás, prometiéndole esperanza. Estuvo un rato así, envuelta en sus fantasías, hasta que oyó la puerta de la mazmorra. Entonces se quitó la casaca para esconderla bajo el colchón de su catre.

Yaba abrió la puerta de la cárcel. Ella se puso en pie y la siguió, sin decir nada ni oponer resistencia. Era la misma rutina, la llevaron por los mismos pasillos a la misma torre aislada, donde las mismas manos rugosas la lavaron como se lava a un animal sucio y que se ha portado mal.

—Estáis muy callada —observó la vieja.

—No tengo nada que decir, es todo —respondió ella. Sólo pensaba en Link y en conseguir salir al patio de armas.

—¿No preguntáis por vuestros amigos o por el caballero? —se burló Yaba. ¿Sospechaba algo? ¿Habrían descubierto a Link?

—Aunque lo haga... ¿obtendría otra respuesta distinta a las veces anteriores?

—No sé si estáis aprendiendo a comprender cuál es vuestra situación o si hay algo más.

Zelda se encogió de hombros y permaneció en silencio, mientras sus "doncellas" terminaban de vestirla. Ahora tocaba esperar. Esperaba a que cayese la noche, a que él reclamase su presencia. Nunca la llamaba antes del ocaso, tendría otras cosas que hacer, los saqueos no se organizan por sí solos.

Como las otras veces, Yaba se marchó, también ella tendría sus menesteres de bruja. Una de las mujeres que la atendían apareció con una bandeja con un trozo de pan, queso y agua. Hizo un esfuerzo y cumplió la promesa que le había hecho a Link, así que no dejó nada del triste desayuno que solían servirle. Entonces el tiempo se volvió infinito, desesperante. Deseó poder ver algo a través de la ventana alargada de su torre, pero estaba demasiado alta. No sabía cómo convencer a Tarek para que la sacase al patio de armas. Un simple "necesito respirar aire limpio" no iba a servir con él.

***

—Parece que os gusta la cena —observó Tarek —tenéis más apetito que nunca... eso está bien.

Zelda se encogió de hombros y cortó un pedazo de pan. Esa noche habían encendido una de las chimeneas, hacía más frío. En el enorme salón con la vidriera robada, sólo se oía el crujir de la leña al consumirse y el rechinar de cubiertos sobre los platos.

El trono perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora