La parte sudeste de la muralla estaba terminada. Ver relucir la piedra blanca y firme era poco más que un milagro, teniendo en cuenta cuál había sido su lamentable estado.
—¿Cuánto tardarán en arreglar el siguiente tramo? —preguntó Zelda.
—Una semana. Es una zona más pantanosa y hay que cavar profundo para asentar los cimientos —dijo Symon.
Zelda hizo las anotaciones necesarias en la piedra sheikah y después un recuento visual de los trabajadores.
—Habría que traer a más gente —observó ella —se les pueden ofrecer casas, hay al menos tres nuevas casas terminadas, me lo dijo ayer mismo el maestro de obras. Tres casas son tres familias.
—Alteza, no hay nadie más en los alrededores, ya trajimos dos familias el mes pasado, el mundo está más despoblado de lo que pensáis.
—¿Y en esa aldea costera? La que está al sur. ¿No prefiere la gente cambiar una cabaña por un hogar más sólido y seguro?
—Los habitantes de aldea Onaona son muy peculiares y no querrán mudarse, alteza. Disfrutan de la pesca, el sol y la vida sencilla. No saben cazar ni pastorear. Y no creo que toleren el frío que baja de la montaña.
Zelda levantó la vista y vio a lo lejos el majestuoso pico del monte Lanayru reluciendo blanco contra el sol.
—Una semana entonces —cedió ella.
Deshicieron el camino que iba desde la muralla hasta el centro de la aldea de Hatelia. El olor de la nueva forja les llegó con fuerza. Todos los guardianes que se apelotonaban en el pantano a las afueras del muro fueron desmantelados y clasificados para la fundición. De sus materiales saldrían armas, herramientas y utensilios para las casas. Zelda odiaba tener ese cementerio a la vista y hacerlo desaparecer fue una de las primeras acciones que llevó a cabo cuando se estableció en la aldea. Allí mismo había visto a Link morir entre sus brazos, tenía que aniquilar cualquier resto de aquel recuerdo.
—Alteza, ¿me estáis oyendo? —preguntó Symon, al verla perdida en sus pensamientos.
—No, perdona —admitió, ruborizándose un poco ante su propio despiste.
—Decía que si no os importa, he de ir al laboratorio con Prunia.
—Sí, sí. Claro, puedes marcharte —sonrió ella.
El sheikah hizo un gesto con la cabeza y se alejó dando zancadas calle arriba, camino de colina llama. Los habitantes de Hatelia ya se habían acostumbrado a entremezclarse con él. Los sheikah siempre habían vivido aislados, rara vez se topaban con el resto de los aldeanos, incluso tenían sus propios métodos para abastecerse sin tener que interactuar con nadie más, así que el cambio fue sorprendente para ambas partes. Symon se habituó rápido al trasiego de la aldea, incluso parecía disfrutar con ello. El caso de Prunia fue más complicado. Ella era complicada. Era una anciana de más de cien años encerrada en el cuerpo de una niña de siete. ¿Quién en su sano juicio podría entender aquello sin achacarlo al mal de ojo y la brujería? Además, Prunia perdía la paciencia con facilidad y Zelda tenía que interceder para que no se excediese con sus locuras y sus experimentos.
Zelda se detuvo ante el edificio de la escuela. La escuela era lo que más le enorgullecía de todo lo que había hecho desde que llegó a la aldea, hacía algo más de cuatro meses. Desde que llegó se volcó en reconstruir la vieja escuela, toda la idea de su proyecto de reconstrucción se inició justo en ese lugar. No podía entender que los niños estuvieran creciendo salvajes y con un dudoso nivel de educación. Ellos eran el futuro, ante todo.
—¡Profesora! —exclamó uno de los niños que jugaba en los alrededores. Echó a correr en su dirección nada más verla.
—¿No deberías estar en clase, Nebb?
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El trono perdido
FanficZelda ha renunciado a la idea de gobernar el reino y recorre junto a Link un Hyrule plagado de cicatrices del Cataclismo. Pronto descubrirá que cien años también han dejado huella en ella y tendrá que aprender a redescubrir su relación con Link, mie...