Capítulo 18 - La llanura de Nima

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Link se despertó con el peor dolor de cabeza que conseguía recordar. Cuando abrió los ojos descubrió que estaba dormido sobre una montaña de cojines, en el suelo de la tienda de Vilia. Rotver roncaba a su lado con la boca abierta, como un jabalí viejo, haciendo retumbar el suelo.

—Oye... oye, ¡despierta!

—¿Q-qué diablos? —gruñó Rotver —Mocoso...

—Estás... llevas... creo que estás vestido de mujer —observó Link.

—¿Qué? Y tú...

Link se miró y descubrió que vestía un apretado corpiño mal puesto que sólo le cubría la mitad del pecho. Llevaba pulseras en un brazo y un pañuelo anudado en la cadera como única ropa.

—¿Dónde están mis pantalones? —preguntó alarmado.

—Bah, no te preocupes, te quejas más que una doncella. Yo voy a dormir un poco más.

—Maldición. No encuentro mis pantalones, la cabeza me va a estallar...

—Deja de lloriquear y deja que este viejo sheikah siga soñando un poco más. —Rotver volvió a desplomarse sobre los cojines, como si nada.

Link agarró una de las cortinas de gasa que rodeaban la cama de Vilia y se la enroscó como pudo al cuerpo, aunque era tan transparente que tampoco tapaba demasiado. Salió a hurtadillas de la tienda. Todo el campamento estaba ya en movimiento: guerreras entrenando, fuegos ardiendo con comida y bullicio general.

Se movió por la parte trasera del campamento, donde esperaba que nadie lo encontrase. Sintió un par de arcadas, no sabía si había vomitado la noche anterior, pero tenía un terrible sabor de boca. Cuando alcanzó a ver su tienda, encontró a Zelda en la puerta, esperando cruzada de brazos. Se tiró a la arena para agazaparse, lo último que quería era que ella lo viera en ese estado. Esperó con paciencia hasta que Adine apareció, intercambió un par de palabras con Zelda y ambas se marcharon de allí. Link respiró aliviado y siguió arrastrándose por la arena como una culebra hasta alcanzar su tienda.

Una vez dentro se deshizo de todas las ropas que llevaba puestas. Tenía muy vagos recuerdos de lo que había hecho (o no) en la tienda de Vilia. Recordaba entrar, seguir bebiendo, jugaron a un juego de cartas... pero no sabía mucho más. No había hallado rastro de sus pantalones y eso le causaba pánico. Metió la cabeza en la tina de agua para refrescarse y la sensación fue tan purificadora que se hundió más, hasta mojarse la cintura. Riju se había encargado de dejarle ropas gerudo, así que se vistió con la hombrera y pantalones gerudo, eran mucho más cómodos y adecuados para el clima del desierto.

Cuando salió de su tienda, encontró a Zelda conversando con Cecille junto a una hoguera. Ambas vestían también ropajes gerudo y... bueno, Link pensó que no había palabras para describir la luz que irradiaba Zelda cada vez que dejaba tantos centímetros de piel al descubierto. Él era un miserable y ella brillaba como el sol. Tenía una piel tersa y resplandeciente, y aunque no estuviera dorada al sol como las gerudo, transmitía una intensa sensación de pureza, de suave calidez.

—Hola, creo que otra vez me he perdido el desayuno —sonrió él, rascándose el pelo tras la nuca.

—Hola, Link. Tienes cara de haber dormido poco, ¿eh? —observó Cecille, devolviéndole la sonrisa.

Zelda lo miró un instante y frunció el ceño.

—Tengo que irme, hay que seguir discutiendo temas importantes en la posada. —dijo ella, dando un paso al lado para retirarse.

—Bien, voy contigo. Yo también quiero estar en esas discusiones —intervino él.

—No. No hace falta que vengas.

El trono perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora