Cuatro Cagadas Monumentales

48 3 0
                                    

No tengo palabras. Ni sentimientos. Tu partida me quemó como si hubiera bebido gasolina y luego tragado un cerrillo encendido.

Sé que yo te dejé. Sé que fui yo quién se rindió, quién no te pudo perdonar una última vez. Y créeme, todos los días pienso: ¿y qué si le hubiera dado una última oportunidad? ¿y qué si no me hubiera rendido tan pronto?

Lo cierto es que no había manera de que eso sucediera. Cagaste monumentalmente nuestra relación únicamente cuatro veces, quizás son pocas, quizás son muchas, pero la cagaste.

1) La vez en qué le dijiste a tu amigo que no fumarías marihuana porque "tu novia se enojaría". Palabras que yo nunca dije.

Me sentí humillada. Seguro que ibas diciendo por ahí lo controladora y psicótica que era tu novia. Pero nadie nunca sabía la verdad. Tu novia también se fumaba un porro de vez en cuando, es sólo que ese día exacto no quería oler extraño y que sus papás sospecharan algo. Pero claro, tu novia sólo quería arruinar tu diversión.

Te perdoné.

2) La vez en qué, a pesar de que te dije que si me mentías en automático terminaríamos, me mentiste en la cara cuando te pregunté si habías fumado marihuana. Lo pregunté siete veces. Siete veces me dijiste que no. Pero yo ya sabía la verdad antes de si quiera preguntarte.

Si te arruinabas la vida a kilos de marihuana nunca me importó en realidad. Si querías fumarte tres porros en un día y darle la vuelta al mundo en alguno de tus viajes era muy tu problema. Lo que nunca me cupo en la cabeza fue la razón para mentirme. No existía, ¿y qué si te fumabas un porro? ¿y qué si te sentías en las nubes? ¿y qué? Pero, ¿mentirme en la cara?

Te perdoné.

3) La vez en que tuvimos sexo, esperaste a que yo me fuera de la fiesta para alcoholizarte y drogarte y terminaste viendo a dos de mis amigas desnudarse en un baño. Fotografiaste a una de ellas. Mi amiga tuvo qué contarme lo que pasó porque tú ni siquiera podías recordarlo.

Y esta fue la peor. La peor de todas, con las manos cruzadas. Me sentí como un montón de mierda. Como si no fuera suficiente para ti, como si todo lo que me decías era solo basura para llevarme a la cama, como si me arrancaran el corazón desde el pecho y me hicieran ver cada segundo del acto. Me destruiste, y te lo dije. Te dije que me hiciste mierda y ¿quieres recordar cómo fue que reaccionaste? Intentaste suicidarte. Intentaste quitarte la vida, tomar el protagonismo, ser el puto centro de atención cuando la que estaba hecha mierda era yo. ERA YO, JODER. Y sí, me hiciste sentir aún peor porque yo no sentía que valía la pena como para que murieras por mí. Me dejaste sin amor propio. Me dejaste sin nada.

Te perdoné.

4) La vez en que te burlaste de lo fea que salía en una foto de hace cinco años aún sabiendo lo insegura que soy. Sabiendo que aunque me dijeras todos los días lo enamorado que estabas de mí para mí nunca sería suficiente como para creerme hermosa. Te burlaste de mí.

Ese día exploté. No sé qué se metió en mí, pero por fin tuve el valor de dejarte. O eso creí. Creí que sería sencillo olvidarme de ti. Quizás sí sobreactúe con el asunto de la fotografía, pero más que nada lo que provocó todo esto fue que las tres veces anteriores sólo te perdoné a medias. Y esos perdones a medias se convirtieron en coraje.

Te perdoné (a medias). Pero ese día fue el último de nuestra relación.

Para ser una persona muy rencorosa (porque así me considero) creo que te perdoné más de lo necesario. Y todo eso sólo ocurrió en el lapso de un mes, pero claro, no todo acaba aquí.

Tuviste cagadas monumentales que arruinaron nuestro intento de recuperar la amistad.

1) La vez en que me llamaste puta.

Nos calentamos en una fiesta y tuvimos sexo, era lo único que podía salirnos bien. Te dejé muy claro que el hecho de que eso hubiera sucedido no significaba que íbamos a regresar o algo por el estilo. Aceptaste. Tres horas después, jugando juegos de ebrios, confesaste que habías pensado en serme infiel. Jugando otro juego de ebrios, me retaron a besar al chico de nuevo ingreso del último curso. Acepté. Besé a un chico enfrente de ti.  Me fui a mi casa, pero cuando tú estabas ebrio a las seis de la mañana le marcaste a uno de nuestros amigos, dijiste que lo puta no se quita. Aún sabiendo que mi pasado era algo delicado para mí. Sabiendo que había cambiado por ti.

Nos perdonamos.

2) La vez en que me llamaste puta (por segunda vez).

Accidentalmente encontré un mensaje donde le decías a mi peor enemiga que, otra vez, lo puta no se quita. Lo único que hice fue abrazar a uno de nuestros amigos. Lo cierto es que, me dolía tanto perder a mi mejor amigo que estaba dispuesta a quedarme en ese maldito ambiente tóxico con tal de que te quedaras un poco más conmigo. Mendigué por tu amor, cuando debió haber sido al revés.

Nos perdonamos. 

3) La vez en que confesaste que me fuiste infiel.

Jamás fuiste específico sobre este incidente. No tengo la fecha, ni la ubicación, mucho menos los detalles. Pero sí tengo a la persona. Y me rompí, me rompió saber que algo—no sé qué—sucedió con mi peor enemiga (por más infantil que suene). Porque desde el día uno ella había intentado meterse entre tus pantalones, y lo logró. Maldita sea lo logró mientras tu me decías que no podías comprender qué es lo que había hecho yo en ti porque estabas tan enamorado de mí que ni si quiera podías creerlo. Mierda. 

Nos perdonamos.

4) La vez en que le contaste a tu ex y a mí peor enemiga nuestros problemas.

Si serme infiel no te fue suficiente, también decidiste contarle, a tu ex novia—que me provocaba inseguridades— y a la chica con la que me engañaste, todos nuestros problemas. Y es que ellas se ponían felices cada que peleábamos porque quizás así podrían tenerte en sus brazos. Estúpida yo, que estuviera presente o no, ellas ya te tenían.

No nos perdonamos.

O más bien, yo no te perdoné. Porque para perdonar necesitan pedirte perdón. Y no lo hiciste. No te molestaste en aceptar que habías hecho mal. Porque ya no te importó. Ya no te importé.

Quizás sí, escogiste mal. Escogiste a la idiota que le cuesta un poco olvidar y a la que le encanta el drama.

Y yo también escogí mal. Escogí al chico que pensaba que no me merecía porque yo era mucho para él. El chico que se autosaboteaba porque esto era simplemente demasiado bueno. El chico que se esforzó tanto en hacerme creer que no valía la pena, tanto pero tanto, que lo logró. Me demostró infidelidad, mentiras y traición más que nada.

Lo que más me duele es que no encontraré otros labios que se fusionen tan bien como los tuyos hacían con los míos. Y tú no encontrarás alguien que te perdone tantas veces como yo lo hice, tampoco a alguien que te quiera igual.

Eso es lo que me da miedo. Que yo tampoco encuentre a alguien que me ame de la misma manera, o que si lo encuentro, me pasaré deseando que fueras tú.

Cuatro cagadas monumentales.

Perdóname mi amor,

por no intentarlo una vez más,

perdóname por no poder

perdonarte.

Perdóname por pensármelo cuatro veces

antes de correr a tus labios,

perdóname.

Everything Comes Back To YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora