Ocho.

3K 444 48
                                    







JIMIN



Tenía el sueño ligero. Siempre lo he tenido, pero estar encerrado lo ha hecho aún más ligero. Por no hablar de esta casa que me ponía la piel de gallina. Simplemente me recordaba que incluso cuando traté de hacer el bien, explotó en mi cara y terminó mal. Levanté la cabeza ante el sonido de pies desnudos en el suelo. Estaba tumbado en el sofá; no me había molestado en ir a buscar una manta o algo, así que esperaba que si Jungkook estaba de camino a donde me encontraba, estuviera listo para manejarme en nada más que un par de bóxers ajustados. No estaba lo suficientemente motivado o lo suficientemente caballeroso como para molestarme en arrastrarme por mis pantalones. No me avergüenzo fácilmente, y dado que él era quien se encontraba despierto y en mi espacio, podía hacerme frente en mis calzoncillos.

Los pasos se acercaban y me incliné alrededor del brazo del sofá lo suficiente para ver su lento recorrido entre la cocina y la sala de estar. Ninguna de las luces estaba encendida, pero no perdí el mínimo detalle de luz brillante que desprendía su piel. Él era luminoso, y también estaba sin sus pantalones. Todavía tenía esa camiseta gigantesca, pero la extensión de las piernas que sobresalían de él y que llegaban a la mitad del muslo estaban tonificados. Si antes aseguraba que los muslos de Taemin eran perfectos, las del pelirrojo estaban ahora en la parte superior de la lista de los mejores que había visto nunca.

—¿Qué pasa? —Lo vi saltar un poco y jugar con su lengua dentro de la boca. Me di cuenta de que era lo que hacía cuando estaba nervioso o inquieto.

—¿Te he despertado?

Me pasé las manos más o menos por encima de mi cara y balanceé las piernas para que mis pies estuvieran en el suelo. Apoyé la cabeza hacia atrás en el cojín y me quedé mirando el techo oscuro.

—No —le mentí—. No me gusta estar aquí.

Él dio la vuelta al lado del sofá y se dejó caer a mi lado, cerca pero sin tocarme. Enroscó sus piernas debajo de él y traté de no mirar. Sentí que sus ojos patinaron sobre mi cuerpo mayormente desnudo y luego de regreso de vuelta a mi cara. Mi cuerpo era un mapa carretero de una vida efímera, dura y demasiado rápida. Tenía una fea cicatriz en mis costillas de un accidente de moto cuando tenía diez años. Tenía una horrible cicatriz que recorría toda la longitud de mi bíceps por golpear la mano a través de una ventanilla de auto cuando había empezado a salir. También había una preciosa herida de batalla en la espalda que coincidía con la cicatriz a un lado de mi oreja derecha de la primera y única vez que no había sido lo suficientemente rápido como para escapar de un policía enojado.

Estaba seguro de que él estaba consternado por todo, horrorizado por mí en general, pero golpeteó con los dedos sobre su rodilla y me dijo:

—Eso es una mierda. Es una casa muy bonita. Mi mamá también estaba en mal estado. Así fue como terminé en el sistema. Quería más a las drogas, que ser una madre.

Yo no era muy bueno hablando, y mucho menos en compartir, pero parecía como si él no fuera a marcharse a ninguna parte, por lo que suspiré, cerré los ojos y crucé las manos sobre mi vientre.

—Ella está limpia. O trata. Simplemente nunca dura mucho, y he aprendido a dejar de empujar. No es como que un tipo con antecedentes penales y sin medios legítimos de empleo puedan emitir un juicio sobre lo que alguien más está haciendo bien o mal. La quiero, es mi mamá, así que este es el tipo de relación que tenemos.

Mejor cuando es audaz. #1  [Jikook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora