Capitulo 5

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Scutari, Crimea

- Se me ocurre.- dijo Yesung al levantar una taza de caldo a los labios de un hombre herido. - Que un hospital puede ser el peor lugar posible para un hombre que trata de mejorar

El joven soldado al que estaba dando de comer, quien tenía no más de diecinueve o veinte años de edad, hizo un leve sonido de diversión mientras bebía.

Yesung había sido llevado a los cuarteles del hospital de Scutari tres días antes. Había sido herido durante un asalto a la Redan durante el asedio sin fin en Sebastopol. Ocurrió en el momento que había estado acompañando a un grupo de zapadores mientras llevaban una escalera hacia un bunker Ruso, y entonces se produjo una explosión y tuvo la sensación de ser golpeado de forma simultánea en el costado y la pierna derecha.

Los cuarteles estaban llenos de víctimas, ratas y alimañas. La única fuente de agua provenía de una fuente de la cual los asistentes hacían cola para coger un chorrito fétido en sus baldes. El agua no era apta para beber, y fue utilizada para el lavado y remojo de vendas.

Yesung había sobornado a las ordenanzas para que le trajeran una taza de licor fuerte. Derramaba alcohol sobre las heridas con la esperanza de impedir que supuraran. La primera vez que lo había hecho, la ráfaga de fuego le había causado un dolor inmenso y había estado a punto de desmayarse cayendo de la cama al suelo, un espectáculo que había causado la hilaridad de los otros pacientes de la sala.

Yesung había soportado de buen grado sus burlas después, sabiendo que un momento de frivolidad era muy necesaria en este lugar tan sórdido.

La bala de metralla había sido removida de su costado y su pierna, pero las lesiones no sanaban apropiadamente. Esta mañana había descubierto que la piel alrededor de sus heridas era de color rojo y estaba endurecida. La perspectiva de caer gravemente enfermo en ese lugar era aterradora.

Ayer, a pesar de las protestas de los indignados soldados en la larga fila de camas, los enfermeros habían empezado a coser a un hombre en la manta manchada de su propia sangre, y lo llevaron a la fosa de entierro común antes de que él hubiera terminado de morir. En respuesta los pacientes enojados pegaban de gritos, las ordenanzas respondieron que el hombre no sentía nada y que sólo faltaban unos minutos para que muriera y la cama se necesitaba desesperadamente. Todo lo cual era cierto. Sin embargo, como uno de los pocos hombres capaces de levantarse de la cama, Yesung había intercedido, diciéndoles que él esperaría con el hombre en el suelo hasta que tuviera su último suspiro. Durante una hora se había sentado sobre la piedra dura, espantando los insectos, dejando descansar la cabeza del hombre en la pierna no lesionada.

- ¿Crees que hiciste algo bueno por él? - Uno de los asistentes preguntó irónicamente, cuando el pobre hombre había pasado a mejor vida, y Yesung les había permitido llevárselo.

- No por él - dijo Yesung en voz baja. - Pero quizás por ellos. - Él señalo con la cabeza en dirección a las filas de catres desiguales donde los pacientes los observaban. Era importante que ellos creyeran que cuando el tiempo de morir les llegara, serían tratados con al menos un atisbo de humanidad.

El joven soldado en la cama junto a Yesung no podía hacer nada por sí mismo, había perdido un brazo entero y la mano del otro. Puesto que no había enfermeras de sobra, Yesung se había comprometido a darle de comer. Haciendo una mueca al doblar la pierna herida se arrodilló junto a la cama, levantó la cabeza del hombre y lo ayudó a tomar de la taza de caldo.

- Capitán Phelan, - dijo la voz nítida de una de las Hermanas de la Caridad.

Con su porte severo y de expresión dura, la monja era tan intimidante que algunos de los soldados habían sugerido que se mantuviera fuera de su vista, por supuesto que si fuera enviada a luchar contra los rusos, la guerra se ganaría en cuestión de horas.
Sus grises cejas hirsutas se elevaron cuando vio a Yesung arrodillado al lado del paciente.

– Creando problemas otra vez? - preguntó. - Volverá a su propia cama, mi capitán. Y no lo haga de nuevo. . . a menos que su intención sea ponerse tan mal que nos veremos obligados a mantenerlo aquí indefinidamente.

Obediente, Yesung se subió de nuevo a su cama.

Ella se le acercó y le puso una mano fría en la frente.

- Fiebre - la oyó anunciar. - No se mueva de esta cama, o me obligara a atarla a ella, capitán. - retiro la mano y la llevo hacia el pecho.

Con los ojos muy abiertos, Yesung vio que ella le había dado un paquete de cartas.

Seohyun.

Él las tomó con entusiasmo, hurgando en su afán de romper el sello.

Había dos cartas en el paquete.

Esperó hasta que la hermana se hubiera ido antes de abrir la de Seohyun. La vista de su puño y letra lo lleno de emoción. Él la quería, la necesitaba, con una intensidad que no podía contener.

De alguna manera, a medio mundo de distancia, se había enamorado de Seohyun. No importaba que apenas la conociera. Lo poco que sabía de ella, el la amaba.

Yesung, leyó las líneas.

Las palabras parecían como si se reorganizan en el juego del abecedario de un niño. Las miro desconcertado hasta que se volvieron coherentes.

". . . No soy quién crees que soy. . . por favor, ven a casa y encuéntrame. . . "

Sus labios formaron su nombre en silencio. Puso la mano sobre el pecho, atrapando la carta contra su ritmo cardíaco.

¿Qué le había ocurrido a Seohyun?

La extraña e impulsiva nota despertó un tumulto en él.

- No soy quién crees que soy. - se encontró repitiendo en voz baja.

No, por supuesto, ella no lo era. Ni él era. No era esta criatura rota con fiebre en un catre de hospital, y ella no era la chica insulsa que coqueteaba con todos. A través de sus cartas, habían encontrado la promesa de más de uno al otro.

". . . por favor, ven a casa y encuéntrame. . . "

Sus manos se sentían hinchadas y más duras ya que había perdido la fuerza con la otra carta, de Kibum. La fiebre le hacía torpe. Su cabeza había empezado a doler.... tenía que leer las palabras en medio de los impulsos de dolor.

Estimado Yesung,

No hay manera para mí de expresar esto con cuidado. La condición de Siwon ha empeorado. Él se enfrenta a la perspectiva de la muerte con la misma paciencia y la gracia que ha hecho gala durante su vida. En el momento en que esta carta te llegue, no hay duda de que él ya se habrá ido. . .

La mente de Yesung se cerró contra el resto de la carta. Más tarde habría tiempo para leer más. Tiempo de llorar.

Siwon no debería haber enfermado. Se suponía que debía estar a salvo en Stony Cross y engendrar hijos con Kibum. Se suponía que debía estar allí cuando Yesung volviera a casa.

Yesung logró acomodarse de lado. Tiró de la manta lo suficientemente alto como para crear un refugio para sí mismo. A su alrededor, los demás soldados siguieron pasando el tiempo. . . hablando, jugando a las cartas cuando era posible. Gracias a Dios, deliberadamente, los chicos no le hacían caso, lo que le permitió la intimidad que necesitaba.

Enamorándonos Al Atardecer [YeWook] Libro 5  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora