Se oyen pasos en la escalera. Hace ya buen rato desde que Manu se fue, porque el horario laboral de papá termina cerca de esta hora y creo que todos nosotros preferíamos evitar una situación como la de esta mañana. Pensar en ello me hace temblar.
Los pasos son de mi progenitor, lo doy por seguro. Lo sé porque, a la vez que controla la cocción de la cena, mamá se está ocupando de «cuidarme» y ahora mismo se encuentra sentada a mi lado en la cama, mirando algo molesta las cicatrices de mi brazo derecho. Me apuro a ocultar el opuesto bajo la sábana de mi cama, para cumplir con la petición de mamá y que papá no se entere de mi falso intento de suicidio.
Doy por seguro que la intención de mi padre era ir a su habitación, pero se detiene justo delante de la mía, contigua a la suya y por la que, por tanto, tiene que pasar irremediablemente. Seguramente sea por el haber visto a su mujer cuidando de su tan repudiado hijo.
Miento. Él no me repudia, estoy casi seguro. Lo que pasa es que no tolera parte de mí, y no puedo culparlo. Yo tampoco me quiero como soy.
—¡Clara! —reprocha a la vez que ingresa en la estrecha habitación a pasos firmes—. ¡Tú no lo ayudes! ¡NO LO MERECE!
La aparta hacia un lado cuando llega hasta ella, y empuja el bol de agua helada, que, al hacerlo, ¡oh, adivina! me cae encima a mí y a gran parte de mi cama. Toma su brazo y tira de él para sacarla del dormitorio, pero, cuando ella se resiste, papá le da una bofetada, razón por la que mamá acaba obedeciendo y lo sigue hasta la otra habitación.
Por mi parte, quedé demasiado aturdido como para hacer nada y evitar el maltrato de papá también a su mujer. Me levanto sin importarme que esté sin remera ni que el corte me duela o se me vea y camino a paso lento rumbo a la puerta contigua a la mía. Me mareo en el corto trayecto, pero sigo adelante y me apoyo en el marco de la puerta a ver la situación.
Mamá está parada cerca de la pared de la habitación, sobando con la mano la zona del antebrazo por la que papá la agarró hace minutos. Él, por su parte, está parado a más o menos un metro y medio de ella, cruzado de brazos y diciendo no sé cuántas cosas sobre mí.
Sí, ya sé que soy un inútil.
Sí, ya sé que estoy mal.
Sí, ya sé lo débil que soy.
Pero no creo que esté mal estar con el chico que amo. Es lo único en lo que no coincido.
Mamá replica a todo lo que él dijo en cuanto encuentra un hueco entre sus palabras. Y él, en voz de hablarlo calmadamente o, como mucho, gritar a modo de respuesta, se le acerca un paso en completo silencio. No acabará bien.
Corro hasta mi madre y me paro justo delante de ella, intentando protegerla. Y, mierda, cuando me detengo el mareo en mi cabeza se hace más fuerte.
—No la toques —ordeno.
—¡Vincent! Ve a secarte y métete a la cama, ¡ahora!
—¿¡Disculpa!? ¿¡Ahora me dirás lo que tengo que hacer!? ¡Muévete de ahí! —Por supuesto, no me corro ni lo haré hasta que la deje en paz. Él se acerca más a mí—. ¡OBEDECE!
Recibo un golpe bastante fuerte en la mejilla, el cual me desplaza directamente a la frialdad del suelo. No es nada en comparación a lo que ya me hizo. Me pongo nuevamente en pie y, aunque mamá trate de apartarme, le doy un beso en la frente y me ubico en el mismo lugar de la vez anterior, extendiendo mis brazos hacia los lados aunque el temblor de mi cuerpo me impida mantenerlo estático.
—¿Por qué? —pregunto a papá con la voz más quebrada de lo que me gustaría—. ¿Por qué nos haces esto?
Mi primera intención era ablandar un poco su postura, pero no logro el efecto deseado.
—¡Porque alguien tiene que corregirlos!
Bajo la mirada tras su contestación y muerdo mi labio, auto reprochándome por no poder contener las lágrimas enfrente a él. Lo miro a los ojos otra vez y aclaro mi garganta, doliéndome las palabras que tengo atravesadas allí para decirle. Tengo miedo de cómo pueda reaccionar.
—¿Y qué culpa tiene mamá de que yo sea gay? Ella no tiene nada que corregir, el problema... —tomo aire y comienzan a caérseme las lágrimas involuntariamente— ...el problema soy yo.
—¡No, Vince! —mamá me abraza, y por lo que siento también llora—. No hay ningún problema con eso, ¿está bien?
¡Nada está bien! Me giro y la separo de mí, intentando forzarle una sonrisa. Tanto que no advierto que papá se aproxima más a nosotros.
—¡Nadie te invitó a opinar, Clara!
Me toma por el hombro y me empuja hacia un lado con intención de acercarse a mamá, pero al caer al piso lo último que sé es que me golpeo fuerte la cabeza.
°°°
Manu
Faltan pocos minutos para que el timbre suene e indique el comienzo del horario escolar. Hasta ahora Vins no llegó, y me alegra saberlo, puesto que ayer se encontraba tan mal que me preocuparía incluso que se levante de la cama. No es problema para mí el hecho de que falte un día o dos, porque él sabe bien que tengo con quién pasar el tiempo mientras tanto. Lo único que se me hace extraño es que no me conteste los mensajes desde ayer, pero supongo que debe haberse quedado dormido. Estaba muy cansado.
Converso con May —una chica pelirroja, con la mitad del pelo rasurado, y que en su momento fue muy buena amiga de mi novio— y con otra chica, Carla, cuando alguien me toca el hombro. Y ahí está él. Sonríe un poco, pero tiene el labio inferior tan inflamado y unas ojeras tan negras incluso estando maquilladas bajo los ojos que no puedo devolverle la sonrisa. Dejo a las chicas, me aparto un poco de allí y atraigo al rubio conmigo mirándolo de arriba abajo con preocupación.
Lo primero que hago es preguntarle qué demonios hace aquí. Me cuenta que no quiere perder clases, que su padre lo obligó a venir y que, si bien podía haberle insistido, prefería estudiar en un aula con el aire acondicionado roto antes de permanecer con él. También me cuenta que volvió a desmayarse ayer por la noche, tras un intento en vano de proteger a su madre, y que durmió en el sofá porque su cama está empapada.
Mi primer impulso es intentar llevarlo al hospital, incapaz todavía de asimilar todo lo demás, pero se niega rotundamente.
—Mamá prefiere mantener todo en secreto y no ir al médico ni avisar a nadie, creo que es mejor así —explica—. No quiero que le pase nada a mi padre, porque lo sigo queriendo aunque nos haga todo lo que nos hace, sólo necesito un poco de tiempo para aprender a no hacer determinadas cosas para que no se enfade.
A cada palabra que va soltando me da más y más impotencia. Sus padres lo ponen en una situación en la que no puede hacer más que bajar la cabeza y consentir que lo golpeen y escondan de todo el mundo. ¡No puede ser más injusto!
—¿¡Qué!? Primero que nada, no puedes mantener en secreto que te está lastimando. Además de que no es nada sano, ¡mírate!, cualquiera notaría que tienes la cara hinchada y lastimada, aunque intentes taparlo un poco con maquillaje. Por otro lado, ¡no puedo creer que te estés echando la culpa de esto! ¡La culpa es suya, Vins! —acaricio su mejilla con el dorso de la mano cuidándome de no hacerle doler y lo miro a los ojos—. Si no quieres denunciarlo, no lo hagas, pero al menos déjame llevarte al hospital. Por favor, lo necesitas. No estás bien como para estar en la escuela. Por favor. Te amo.
No se me ocurre con qué otro argumento convencerlo. Solo necesito saber que está bien. Vins me mira a los ojos, da un vistazo alrededor como si no estuviera del todo convencido y finalmente checa la hora.
—También te amo —esboza media sonrisa triste—. Está bien, pero salgamos rápido de aquí, que queda un minuto para que empiecen las clases.
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Tormento [Historia de Vincent y Manu]
Teen FictionSegunda parte de «Te Prometo [Historia de Vincent]». No pasó mucho tiempo desde que Manu vino a vivir a mi ciudad con sus padres. Las clases se reanudaron, nuestra relación perdura y... bueno, los maltratos de papá también lo hacen. Pero pretendo da...