Prólogo: Diez años antes

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Joel

Hoy es primero de Noviembre, y alguien va a morir.

El olor a sal y a sudor de caballo inunda mis fosas nasales, los reporteros están espectantes junto con el público esperando por ver el espectáculo que las carreras prometen.

Si mi madre estuviera viva, no me habría dejado venir a apoyar a mi padre, como cada año desde que tengo uso de razón, dos años después de mi nacimiento decidió dejar esta tierra, y aunque muchos pensarían que el calor materno me hace falta, creo que su ausencia me ha servido para pensar de manera avanzada para mi edad. 

Contemplo a cada uno de los jinetes alistándose a sí mismos y a sus caballos marinos para la competencia y sólo pienso en una cosa: cuando tenga edad suficiente, participaré en las carreras.

—¡Hey, Pimentel! —escucho a un hombre llamar a mi padre por nuestro apellido. —Ese muchachito no debería estar aquí, corre mucho riesgo al lado de ese monstruo. —dice refiriéndose al semental de color rojo como la sangre sobre el que mi padre está montado.

—Él sabe lo que hace. —sentencia mi padre con despreocupación. —Aun así gracias.

El hombre asiente inseguro y se retira de la pista que consiste simplemente en la playa para ocupar su lugar en las improvisadas gradas, junto con los reporteros y los turistas.

—La carrera está a punto de empezar. —anuncia mi padre luchando con las riendas del caballo para que éste no se descontrole. Si yo fuera él, no estaría así de nervioso, además lo trata de calmar con la mano derecha, el semental ve mejor del lado izquierdo por lo que sería mejor darle las palmaditas del otro lado. —Ve donde siempre, te veré ahí.

Asiento con la cabeza y mi padre me revuelve el cabello con su mano, antes de retirarme, me acerco a la cabeza del animal, y le susurro el sonido del mar, el lugar del cual proviene, y le hago una petición de 6 palabras: "no te comas a mi padre".

Los caballos marinos son carnívoros, y no se pueden contar los muertos en Kalë que han sido devorados por estos caballos. Por eso el atractivo de las carreras. Los hombres montan sobre su posible muerte. Esa es la única razón por la que gente del continente llega a esta insignificante isla.

¿Qué haces, Joel? —reprende mi padre. —Aléjate de su cara o te arrancará la cabeza de un sólo mordisco. —el grito asusta al semental y lucha de nuevo por mantenerlo bajo control, definitivamente debería ser yo el que participe en la carrera porque mi papá estaba muy, muy nervioso, y esos animales huelen el miedo.

Sin que mi padre se entere, ya he montado sobre el joven semental color escarlata a todo galope sin silla de montar, de alguna manera había conseguido que el caballo por lo menos no intentara comerse mi brazo cuando me apoyara sobre su lomo para subirme, descubrí que le gustaba que hiciera el sonido de las olas al golpear la arena cerca de su oído, así lo apaciguaba y hasta llegué a creer que él también disfrutaba de nuestros paseos clandestinos.

El caballo me conocía, y yo le conocía a él. Cuando mi padre lo capturó el año pasado para competir sobre él me había advertido no ponerle nombre, porque eso sólo me haría sentir un vínculo con él y me dolería cuando mi papá se diera a la tarea de regresarlo al mar después de la carrera. Pero, después de haber quedado en segundo lugar, decidió conservarlo para entrenar y competir en las carreras que hoy se están llevando a cabo.

Desobedecí, como era mi costumbre, y llamé al corcel Orkan, significa "huracán" en danés, porque su fuerza y vigor eran arrolladores, así como el fenómeno natural que lleva en su nombre.

—Te veré pronto. —dije a manera de despedida. —Suerte.

Y la carrera inició. Los gritos de la gente y los cascos golpeando con intensidad llenaron la playa, alcancé a ver a un caballo blanco morder a uno color chocolatado, iniciando una pelea entre los rocinantes, que como era de esperarse, terminó en tragedia... para los jinetes.

Vi a mi padre rebasar a los problemáticos, sus manos apretaban con fuerza excesiva las riendas de Orkan y las espuelas en sus botas presionaban sus costados, definitivamente, yo no habría hecho eso.

Y entonces todo sucedió en cámara lenta frente a mis ojos.

Un caballo gris muerde en el hombro a mi papá, tomando todo su brazo derecho con fuerza, gracias al jinete sobre el animal gris, mi padre logra salvar su brazo, pero no su equilibrio. Si el nerviosismo no lo hubiera traicionado, no habría perdido su lugar sobre el caballo rojo, pero cae a la arena, y, en su imposibilidad de frenar, el resto de competidores le pasa por encima, se escuchan gritos de frustración por parte de los tipos que apostaron a favor de mi padre. 

Me quedo helado hasta que todos abandonaron sus lugares para ver quién había recibido el primer puesto, sí, el primero, porque es el único lugar que se premia, los otros dos tienen mínima importancia. Me acerco al lugar donde cayó mi padre, y el único rastro que queda de él es una gran mancha roja y negruzca, ni siquiera se distinguen sus ropas, me dan nauseas, pero desaparecen cuando veo a Orkan mirando el mismo escenario que yo, en silencio se acerca un poco al mar para que el agua toque sus tobillos y me mira expectante. 

Por lo menos ha cumplido mi petición, no tomó a mi padre como su cena.

Miro a los negros y profundos ojos de Orkan y me devuelve la mirada con la misma intensidad, volteó un segundo hacia mi padre y vuelvo a ver al semental frente a mí, exclamo:

—No cometeré el mismo error.

Riendas » joel pimentel || TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora