Epílogo

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Joel

Agradezco el momento a solas con Orkan, el sol está por ocultarse, bajo de él con extremo cuidado porque mi brazo aún no está del todo recuperado, aún así, está lo suficientemente fuerte para quitarle las riendas y la silla.

Me da un empujón cariñoso con el hocico cuando está libre de todas esas cosas, pero creo que también lo hace porque desde que llegamos a nuestro lugar preferido en la playa empecé a llorar en silencio.

Me quito las botas y los calcetines, me separo de él para dar una caminata por la orilla. Todo parece como si más de una docena de caballos salvajes nunca hubiera estado ahí, no hay rastros de sangre, ni de los caballos, ni nada.

Nada. 

Todo está en perfecta paz, hace pocos días que Erick y yo hemos estado viviendo con los Albareda.

Siento la presencia del semental rojo tras de mí, y hablo en voz alta:

—Hace no mucho prometí que ambos encontraríamos la libertad. —río irónicamente cuando una frase ridícula viene a mi mente. —Dicen que si amas algo, debes dejarlo ir.

Resopla como si también pensase que esa frase es ridícula. 

Vuelvo a mi discurso: —Le pedí a la diosa yegua que me diera lo que necesito. Y ahora yo te lo doy a ti, amigo. —me vuelvo hacia él y lo abrazo por última vez, sollozo, me duele el pecho, tal vez así se siente cuando te rompen el corazón. —Te amo.

Me separo de él y meto los pies en el agua, el ambiente se ha tornado demasiado triste, al menos para mí, porque en su primera oportunidad, me salpica agua para empezar su juego, una última vez no hace daño, así que le sigo la corriente.

Cuando ambos estamos completamente empapados, me doy cuanta de que ya no tengo lágrimas de tristeza, me río con ganas y él relincha amistoso, estoy con el agua hasta la cintura, y como la vez anterior que hicimos esto, se adentra más en el mar, pero esta vez, no voy a sacarlo, sin darle la espalda, retrocedo hasta que las olas me golpean en las pantorrillas.

Continúa nadando con felicidad hasta que voltea a verme, como esperando a que lo siga.

Pero no puedo, aquí es donde nuestros caminos se separan; con dolor, las lágrimas vuelven a hacer borroso mi campo de visión, agito mi mano a manera de despedida, lanza un gruñido, pero me quedo plantado en la playa.

Después de otros dos gruñidos más, comprende qué es lo que está pasando.

Lo dejo libre, tal y como lo prometí, sé que hubo muchos buenos y malos momentos entre él y yo durante diez años, pero todo ese tiempo, lo he alejado de hogar, su verdadero hogar. A costo de ganar unas carreras mortales cada año.

Todos merecen un descanso.

Con indecisión, me vuelve a dar la espalda, para mirar hacia adelante. 

De mi garganta suena un quejido, yo también me doy la vuelta, sabiendo que a pesar de todo, tomé una buena decisión.

Camino con lentitud, y justo cuando estoy por llegar al lugar donde dejé las cosas, escucho un sonido animal muy familiar, me vuelvo en mi lugar y lo veo, nadando con rapidez hacia mí, hace ruido para que lo note, cuando me doy cuenta yo también estoy avanzando en su dirección, chocamos con violencia y me duele el pecho por el impacto, las lágrimas dolosas se tornan de alegría, cuando mi caballo se separa de mí, empieza a brincotear alrededor.

Rió eufórico.

"Déjalo ir, y si vuelve, es tuyo". 

Miro al cielo esperando que Kobyla me vea, donde sea que esté y le susurro un "gracias".

—Vamos a casa.

Riendas » joel pimentel || TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora