Capítulo 1: Cuando las lechuzas llegan

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Frankie abrió los ojos, con sueño. Frente a ella, al otro lado de la habitación, estaba Arthur de espaldas, viendo por la ventana, con su silueta dibujaba con la brillante luz de la luna. Él era alto para su edad, de cabello largo hasta las orejas
       –Hermanote. –Dijo Frankie con voz adormilada. –¿Qué haces despierto?
       Arthur dio media vuelta y vio a Frankie acostada de lado en la parte superior de una litera de madera. Sonrió y se acomodó su cabello ondulado.
       –Nada, no puedo dormir –Respondió.

Frankie y Arthur Shine eran de esos gemelos que no se parecen en físico. Al verlos por separado, incluso no podrías adivinar que son hermanos. Pero cuando ellos convivían entre sí, el parentesco era más que obvio; compartían habitación desde siempre y eso no les molestaba, pues así podían pasar las noches en vela jugando con su Chivatoscopio, un pequeño trompo, parecido a los que usan los Muggles, pero de cristal. La función de este objeto, entre otras cosas, es girar cuando alguien está mintiendo o engañando. Así que los dos hermanos se desvelaban jugando a las verdades, escuchando música o contando historias fantásticas sobre brujas y magos legendarios. 
       Así eran todas sus noches, con excepción de aquella en que el insomnio de Arthur se hizo presente.

Frankie se incorporó y se sentó a la orilla del colchón, dejando los pies colgando de la litera, y se talló los ojos. –No te creo nada.  –Esbozó un poco más despierta.
       Ella era un poco más baja que su hermano, de cabello ondulado, el cual planchaba seguido y que ahora se encontraba despeinado por sus vueltas al dormir.
       Arthur se recargó a un costado de la ventana y vio a Frankie directamente.
       –Te juro que no es nada. Oh bueno... Sí es algo.
       – Ya sabía.– Frankie se bajó de la litera y caminó hacia la ventana. –¿Me quieres contar?
       Hubo un silencio. Frankie se recargó en el otro costado de la ventana, viendo a su hermano, quien le devolvió la mirada, ahora con una expresión menos sonriente. –Papá no ha respondido la lechuza. –Dijo él finalmente, desviando la mirada hacia la enorme luna llena del otro lado del cristal. Frankie miró al suelo.
       – ¿De verdad crees que conteste? –Preguntó ella, a lo que Arthur se encogió de hombros.
       –La verdad ya no sé. Han pasado veinte días. –Arthur no despegaba la vista de aquel astro en el cielo, intentando ocultar su cara triste, pero su voz entrecortada y aguda lo delataba.
       Frankie siguió la mirada de su hermano. Sus ojos estaban empezando a humedecerse.
       –Probablemente no lo hará, hermanote. Ni siquiera sabía de nosotros hasta hace veinte días. Si la carta llegó a él, me sorprendería que respondiera de inmediato ante tal noticia. Y de todas formas, ¿para qué lo queremos en nuestras vidas? Hemos vivido once años sin él. –Ella lo tomó de la mano. –Tenemos a mamá Molly, y eso debe bastarnos. Es más que suficiente.
       Arthur asintió sin voltear a verla. Ella tampoco lo veía. Ambos observaban la luna, admirando su brillo y grandeza. 

°°°

A la mañana siguiente, Frankie y Arthur estaban dormidos plácidamente en la litera. La luz del sol iluminaba el interior de su habitación, la cual era amplia, con acabados de madera y techos altos; armarios casi de la misma altura que el techo, una mesa cuadrada de madera cerca de la entrada, con dos sillones medianos a los lados y un escritorio, igual de madera, junto a la litera. Y claro, no podía ser la habitación de unos pre-adolescentes sin un poco de ropa tirada por aquí y otra por allá, posters de equipos de Quidditch en las paredes, libros y cromos por un lado y juegos y envolturas de dulces por el otro.
       Frankie y Arthur eran dos torbellinos con la flojera como para no recoger sus cosas, pero no tanta como para desobedecer cuando su madre, Molly, les ordenaba arreglarlo todo. Y hablando de ella, esa mañana su voz se alzó por todos los rincones de la casa, gritando los nombres de los gemelos una y otra vez.
       Arthur y Frankie se despertaron de un brinco. Frankie casi cae de la litera por el susto, y Arthur se dio un golpe directo en la frente al chocar con el colchón de su hermana.
       –¿Qué le pasa a mamá? –Preguntó Frankie mientras bajaba de la cama. Arthur ya había corrido hacia la puerta para cuando los pies descalzos de Frankie estaban tocando el piso.  Los gritos de su madre seguían escuchándose con fuerza, llamando sus nombres una y otra vez.
       Arthur salió del cuarto a toda prisa, seguido poco después por su hermana. Ambos bajaron las escaleras y llegaron a la sala, donde Molly Shine los esperaba con una enorme sonrisa en el rostro. Sostenía dos cartas, una en cada mano.
       –¿Mamá? ¿Qué ocurre? –Preguntó Arthur de forma apresurada. Molly no dejaba de sonreír y bailotear por toda la sala, pisoteando la alfombra de colores apagados, mientras una lechuza de color café con manchas negras descansaba al pie de una ventana abierta.
       –¡Llegaron! ¡Llegaron! –Gritaba Molly con euforia. Arthur y Frankie la miraban, confundidos.
       Arthur vio las cartas en las manos de su madre. Sus ojos brillaron y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. De inmediato, corrió hacia ella. Frankie, aún confundida, siguió a su hermano a tropezones. Molly les dio a cada uno un sobre.
       –¡Felicidades! –Dijo la madre con entusiasmo y orgullo.
    Los sobres eran gruesos y pesados, hechos de pergamino amarillento, con la dirección de los hermanos escrita con tinta verde esmeralda. 

The Whisperers: El Torneo ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora