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Capítulo 8

Las tres semanas de vacaciones se fueron rápidamente y Millicent se despidió dos días después de año nuevo. Había sido grato tenerla conmigo, pues su compañía había menguado esa sensación de abandono y soledad. También había sido algo incómodo, pues había días en que no podía salir por culpa de los mareos y las náuseas, cosa que se me quitaba al tomarme unas pociones y con un poco de reposo, pero vivir ambas cosas me quitaba el apetito de salir de casa, y siempre me disculpaba con ella, pues Millicent no había venido de vacaciones a encerrarse para cuidarme.

—No te preocupes por eso —era lo que siempre me decía mientras me pasaba las pociones o un vaso de agua, o me ayuda a levantarme después de vaciar mi estómago por el retrete— Yo vine a apoyarte, no a pasear, además si he visto la ciudad, así que deja de quejarte sobre mi falta de salida de este lugar.

—Pero...

—Pero nada. Eres mi mejor amiga, que está embarazada y está viviendo los malestares de rigor, déjame ayudarte sin quejas —terminaba regañándome.

Yo simplemente sonreía al escucharla hablar. Era bueno tener a alguien.

Ambas habíamos pasado la noche de Navidad en el departamento, un sencilla cena y postres, y miramos las luces artificiales sentadas directamente en el sofá, pues con las amplias ventanas nos podíamos dar ese lujo. La última noche del año la pasamos en el restaurante del edificio, donde se celebraba una gran y elegante cena, donde todos los huéspedes y dueños de departamento celebraban juntos. No falto hombre que quisiera entablar conversaciones con nosotras, y Millicent bailó con dos de ellos, que no dejaban de mirarla por el resto de la noche.

Se veía realmente bien Millicent, con su vestido dorado, dejando al descubierto su espalda y sus labios en rojo, cautivaron a muchos. Yo rechacé las invitaciones, no me era cómodo ni siquiera para un simple baile estar tan cerca de otro hombre y menos en mi estado. No podía olvidar que, muy a mi pesar, seguía siendo una mujer casada, ya que mi esposo se negaba a firmar los papeles, cosa que revisaba todos los días en el pergamino que dupliqué antes de irme de Inglaterra, en el cual aparecería la firma de Harry Potter una vez que lo hiciera.

Cada mañana se producían sentimientos contradictorios en mi pecho, siempre sacaba el pergamino de mi cajón para ver si la firma de Harry ya había aparecido, pero la única reluciente en él seguía siendo la mía. Eso me frustraba pues quería que lo hiciera de una vez, pero luego me ponía pensar en el día que eso sucediera y definitivamente no sería algo agradable de ver, mi corazón se encogía al simple pensamiento.

Millicent se había marchado después de hacerme prometer y jurar que si me sentía mal le avisaría de inmediato.

—Vendré para las vacaciones de verano. Es más, saldré a finales de mayo, para estar contigo cuando el bebé nazca —aseguró después de abrazarme— No creo que mi jefe ponga algún problema —dijo algo divertida, rodando sus ojos miel.

—Gracias por todo, Millicent —le dije mientras la volvía abrazar.

Faltaban apenas cinco minutos para que el traslador se activara. Había pocas personas a esa hora de la mañana, algunos reduciendo su equipaje y despidiéndose de la familia o amigos.

—No tienes nada que agradecer. Te enviare muchas cartas y espero que ya empieces a pensar en algún nombre —pidió con una sonrisa.

Simplemente asentí, la volvía abrazar rápidamente y me alejé tres pasos cuando el tiempo se acababa. Ella desapareció ante mis ojos y yo volví a mi departamento, teniendo una semana más de vacaciones. Me sentía algo triste por la despedida y más al volver a mi solitario y silencioso departamento.

Amores dormidos | HansyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora