—¡Annie, por favor, vuelve aquí!
Annie pasó corriendo delante de mí, sosteniendo con una sola mano un vasito que al parecer tenía jugo de fresa, agitándolo de acuerdo con sus pasos. Quise gritar de frustración al verlo, si ese vasito que Harry hechizó para no derramarse fallaba, no habría manera de quitar la mancha roja sobre el pulcro vestido blanco.
Respiré profundamente para calmarme, contando hasta cien sólo para controlar mi malestar. No estaba enojada con Annie, Annie era demasiado dulce y bonita para ello, estaba enojadísima con su padre, por haberle heredado esos genes inquietos con la herencia Potter, pues tenía la energía de un millón de lumus, por ser tan permisivo, tan incitador de las travesuras de su hija. Era demasiado consentidor con ella, aplaudiendo y pocas veces retando sus juegos.
Me detuve en la puerta de mi habitación y respiré más fuerte, llenando mis pulmones a todo lo que daba de aire. Me giré, para regresar el tocador y terminar de arreglarme. Bien, si Annie no quería terminar de peinarse, aprovecharía ese tiempo para hacerlo yo. Dejé sobre el tocador la pequeña corona de flores de apenas ayer Narcissa había enviado para ella, eran pequeñas margaritas blancas de pétalos suaves, con botones de rosas en color dorado y diminutas piedras brillantes tornasol. Era una preciosa corona en realidad, y moría por vérsela puesta ya a Annie, pero mi hija estaba más interesada en meter en su pequeña bolsita de tela bordada con más piedritas tornasol, juguetes que podrían entretenerla durante la fiesta.
Terminé de maquillarme lo justo, rematando con un color rojo oscuro mis labios, lo más llamativo en todo mi rostro, y peinarme, haciendo un simple recogido en mi cabello, sostenido con pequeñas horquillas decoradas con perlas de color plata. Me levanté con lentitud del taburete y caminé a hacia el vestido que estaba sobre la cama. El color no era mi favorito. Una boda de dos Slytherin no debería llevar rojo por nada en el mundo, pero Astoria tenía razón al decir que era un rojo precioso, sobrio y elegante, y el vestido no estaba nada mal, un gran diseño de la señora Zabini.
Me quité la bata de seda rosa pálido y con dificultad me lo puse, deslizando los brazos en las tiras, acomodando lo de enfrente, de manera que no quedara arrugado ni en mi vientre o pechos. Llevé mis manos a la espalda, y suspiré frustrada al notar que sería inútil subir el cierre por mi cuenta: mis dedos apenas llegaban a la mitad de mi espalda, y por más que trataba de alcanzarlo por sobre mis hombros, no había manera de llegar a él.
—Joder —gruñí en voz baja, rindiéndome.
Respingué al sentir unos tibios dedos tocar con delicadeza mi espalda, adentrando los dedos en mis costados, acariciándome hasta hacerme suspirar. Sonreí y cerré los ojos al sentir después unos suaves labios en mi cuello, depositando pequeños besos y alguna que otra mordida, luego lo sentí en mis omoplatos, hasta llegar donde había dejado el cierre. El caminó de besos volvió a mi cuello, mientras aquellos dedos subían poco a poco el cierre, y su nariz se enterró para respirar con fuerza, haciendo que mi piel se erizara y tuviera que recargarme por completo en aquel pecho firme, disfrutando más que nunca el momento.
—Harry —murmuré.
—Te ves tan hermosa —dijo en mi oído.
—Claro que no —negué con una sonrisa, mientras sentía las manos de Harry acomodarse sobre mi vientre— Le dije a Millicent que no se casara cunado yo estuviera tan gorda, y mira lo que ha hecho, parezco una ballena ahora.
Escuché una suave risa y luego aquellas manos haciéndome girar.
—Te ves completamente divina —juró y luego se arrodilló ante mí, besando mi redondo vientre de cinco meses, mirándome a los ojos— Pareces una diosa.
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Amores dormidos | Hansy
RomancePansy ha tomado la decisión de abandonar su matrimonio, sin una explicación lógica para Harry. Pero ¿existirá una razón poderosa que la haga volver? ¿Cómo tomara Harry al ver volver a su ex esposa? Ellos no tuvieron un cierre, tal vez sea el momento...