Capítulo 2

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Aunque el gato gigante demostró intenciones de perseguir al último ladrón, una seca orden del espadachín lo dejó agazapado en el sitio. La iracunda mirada de mi salvador sólo duró hasta que se arrancó la flecha de entre el ropaje, tras lo cual se levantó la camisa de cuero y pude observar aliviado que apenas le había hecho un rasguño en la zona de las costillas; admiré la sensualidad de sus velludos abdominales marcados.

—¿Estás herido? —me preguntó con su profunda voz de barítono.

—No, gracias. Estoy bien, gracias —contesté atropelladamente. Estos de los rateros vencidos no eran los primeros cadáveres que tenía cerca, pero presenciar la inamovilidad de esos cuerpos que hace unos instantes estaban vivos (e intentando robarme) me producía una gran inquietud; ¡qué frágil era la vida! y qué definitiva la muerte.

Pero yo estaba vivo aún, y este curioso (y peligroso) personaje que me había rescatado me examinaba con la mirada, así que trataré de describir detalladamente mis primeras impresiones: Con abundante cabello castaño claro, misteriosos ojos grises, sombra de barba cerrada y vestido de cuero y pieles a la usanza de los exploradores o cazadores, este hombre me pareció extremadamente atractivo. Se dio la vuelta y comenzó a alejarse hacia la salida de la calleja seguido por su mascota.

Me había ayudado de manera sumamente eficaz y sin pedir nada a cambio, sólo porque había creído que debía hacerlo. ¿Podía el destino haberme servido en bandeja justamente lo que estaba buscando? ¡Tenía que hablarle ahora! Carraspeé antes de añadir:

—Luchas bien, y rápido. Te doy las gracias de corazón, señor...

—Imrothel —su tono fue seco y no se volvió hacia mí, aunque detuvo su andar.

Caminé raudo hasta colocarme delante y la intensidad de sus ojos me cohibió, pero extendí una mano (que se quedó huérfana en el aire hasta que la retiré) y continué con mi exposición:

—Señor Imrothel, yo me llamo Dorjan Felagunt; ha sido un inesperado placer. —La mentira sobre mi apellido me salió sola, y es que no pensaba usar nunca más el de mi madre. Lo sentía por ella, pero debía labrarme un destino propio fuera de la reputación que ella se ganó y que me había causado tantos problemas. —Lo cierto es que buscaba a alguien como tú para un contrato de trabajo. ¿Podríamos hablar? —Me ruboricé al darme cuenta repentinamente de que le estaba tuteando, pero después de todo él no era tan mayor; quizá tendría 25 años, y eso era apenas una década más que mi propia edad.

—Sí. —Se me encaró cruzándose de brazos.

Contuve un resoplido ante su parquedad de palabras y mis ojos se desviaron hasta recorrer los cuerpos ensangrentados de los dos ladrones caídos; era conveniente alejarse de aquí antes de que la guardia nos encontrase en el escenario. No es que fuéramos culpables de nada más que de defendernos, pero la burocracia podía convertirse en algo tedioso, e incluso peligroso.

—Vamos a... a la posada y te invito a tomar algo mientras charlamos, ¿vale? —Aunque asintió, no se movió, así que comencé a avanzar hacia la Escama de Plata y noté cómo el enorme gato me olfateaba la mano al pasar. Con el vello de punta ante el instintivo miedo que me causaba este animal (no sé bien si me estoy refiriendo al cazador o a su bestia) encabecé la corta marcha asegurándome de que nadie se fijara en nosotros.

El silencio de sus pasos me llevó a volverme para comprobar que me seguía, y yo diría que le pillé mirándome el trasero; ¿era posible que yo le gustase? Al llegar a la puerta de la taberna, el reflejo del cristal me recordó que ahora yo tenía la cara deformada por un escandaloso tajo; era imposible que yo pudiera gustarle a nadie nunca más.

Legado de PirateríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora