Memorias: 2. El hospital psiquiátrico

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Todo era gris y blanco.
Caminaba por los pasillos de aquel hospital. Mis pasos aunque hacían ruido, el eco se veía interrumpido por los murmullos de otros internos. Gritos, llantos, risas flojas y energéticas.

Yo estaba escoltado por dos doctores, como siempre. Y al ingresar a una enorme sala pude ver a varias personas sentadas, en su mundo… Gente de mi edad o más grandes. Algunos estaban jugando con cartas en un rincón, otros dibujaban sobre hojas en mesas de madera mientras estaban sentados en largas banquetas y otros estaban en sus sillas de ruedas sentados mirando por las ventanas, como si la vista al jardín fuese lo más alucinante que verían en su vida. Un ápice de libertad para nosotros que pasaremos el resto de nuestras vidas encerrados.

Camino un paso y siento una calidez sobre mi mano, inmediatamente me alejo y miro hacia mi costado. Un hombre de uniforme blanco había tocado mi mano, me sonreía amplio con dientes amarillentos y torcidos que destacaban en su cara esquelética. Y en ese momento un enfermero lo tomó del brazo y lo alejó de mí.

Yo estaba confundido así que di unos pasos hacia atrás y sentí que me agarraban de la cintura, otra vez un tacto cálido se cernía sobre mi espalda y esta vez se movía. Así que frunci en ceño, y en cuanto iba a liberarme, otro enfermero intervino.

Me giré a ver y vi a una jovencita siendo alejada, era de cuerpo robusto y cabello café. Y mientras el enfermero se la llevaba, ella sonreía. Y yo me sentía sucio. Creo que ella intentaba frotarse contra mí.

Miré alrededor y fue peor. Todos los ojos de aquellos lunáticos caían sobre mí. Entonces un enfermero se me acercó.
—Lo lamento Sykes. Los nuevos siempre llaman la atención. —Dijo.

—Yo quiero a ese chico. —Se oyó una voz femenina y la mayoría de las personas comenzaron a reír. Y volví a sentirme sucio, era un pedazo de carne exhibiéndose en una góndola.

—Tranquilo. —Dijo el enfermero y palmeó mi hombro— Puedes hacer amigos, sé que hay algunos que te pueden caer bien. —Me sonrió fugaz y me abandonó allí. Entonces volví a mirar alrededor y volví a hacerme pequeño en mi lugar mientras escuchaba murmullos.

Esa tarde me la pasé sentado en un rincón en esa sala. Todos los que pasaban se detenían a mirarme sin ningún tipo de cuidado, sólo lo hacían y yo cohibido bajaba la mirada.
Odiaba sentirme menos, sentirme solo.

Las voces en mi cabeza habían desaparecido en el primer año, ni siquiera yo mismo era buena compañía para mí… Pero algo me dejaba inquieto y era que cada vez que había visto a Andrew sentí mi cerebro retumbar. Estaba demasiado ansioso ante su presencia, mis manos comenzaban a sudar, mi pulso tenía un ligero temblor y me sentía torpe, demasiado torpe para mi gusto.

A la hora de la comida volví a mi habitación. Ya no estaba encerrado en una habitación acolchonada como al principio, si no que era una pequeña habitación con una cama y un par de muebles pequeños a los lados, simplemente había ropa mía en esos lugares. Y a la noche, como casi todos los fines de semana, se cernía sobre mí el infierno.

Había una ventana en mi habitación, lo suficientemente enrejada como para que me sea imposible escapar, pero lo suficientemente ventilada como para dejar pasar un poco de la luz azúl del exterior… Y luego oscuridad.

Ya era de noche y yo estaba a punto de dormirme pero mi somnolencia fue interrumpida por el ruido de la puerta de mi habitación abriéndose. Ya sabía de que se trataba pero confiaba con todo mi corazón que no sea lo que yo creía que era.

Unas sombras se hicieron presentes y entre eso los pequeños sollozos de una muchachita a la que traían a ratras.

¿Quiénes eran ellos? Marcus y Lucas. Dos de los cuidadores de turno por la noche del fin de semana. Bien, se suponía que ellos nos cuidaban pero desde hace unos meses me están obligando a hacer cosas y negarme equivalía a una golpiza.

¿Y qué ocurría si los delataba? Me amenazaron con decir que yo los había atacado de nuevo y eso implicaría que vuelvan a encerrarme, ¿Al fin y al cabo quién le creería al decapitador de Sheffield?

—No pienso hacerlo. —Dije con voz áspera mientras me incorporaba rápidamente en la cama. Pero Marcus, el más robusto físicamente, se acercó y me tomó del cuello de la camiseta.

—Harás lo que te digamos que hagas. —Masculló e inmediatamente tiró de mi camiseta para quitármela.

Sentí un escalofríos recorrer mi cuerpo y luego ser impactado con el pequeño cuerpo de la chica cayendo sobre mí. Y entonces pude verla mejor cuando encendieron las luces. Cabello naranja, ojos claros y un rostro infantil, piel pálida como la nieve. Ella temblaba y sus mejillas brillaban humedecidas por sus lágrimas.

Inmediatamente aparto mi mirada cuando Lucas se acerca a ella.

Lucas era un tipo delgado, con un rostro decadente y amargo. Tenía una apariencia seria y desagradable.
—Es muy delgada pero tiene un buen trasero. —Dijo Lucas con voz gangosa. Sentí náuseas y escuché una queja por parte de la chica.

E inmediatamente siento que me empujan contra la cama obligándome a acostarme, Lucas me había empujado y al verlo, veo a la chica a un lado completamente desnuda. Vuelvo a apartar mi mirada y siento un tirón en mis pantalones.

—¡Basta, no! —Grité y traté de sostener mi pantalón pero de inmediato un golpe en mi mejilla me aturdió, ardió, mi cerebro rebotó contra mi cráneo y por un segundo olvidé quien era yo mismo. El frío en mi cuerpo me indicó que me habían desnudado por completo. Todo fue tan rápido, y volví.

Y en cuanto miré frente a mí, vi como la pequeña pelirroja era abofeteada de una forma brusca. E inmediatamente fue obligada a colocarse sobre mí…

Por más que ella intentaba hacerme excitar, no lo lograba y cada vez que masajeaba mi miembro y no lograba ponerme erecto, recibía un golpe aún más duro que el anterior.

—El problema es Sykes. —Se quejó Marcus— Nos ha servido antes porque hemos traído puros hombres.

—Pero yo quiero un poco de acción con una chica. —Se quejó Lucas.

Para entonces la pelirroja y yo estábamos sentados en la cama. Yo no la veía a ella, tenía la mirada gacha y estaba temblando lleno de rabia desbordado de vergüenza, mis lágrimas ya no caían pero mi respiración seguía agitada por el estrés que envolvía mi cuerpo y me dejaba sin aire.

—Bien. Hay que traer a otro entonces en vez de a una mujer.—Sentenció Marcus.

E inmediatamente levanté mi mirada.
—Pero si quieren ver a un hombre y una mujer, entonces no me necesitan. —Hablé con voz áspera y temblorosa. Y vi a Marcus abalanzarse sobre mí y tomar mi mentón con rudeza, sus ojos cafés se clavaron en mí y yo solté una queja.

—No me importa. Yo te quiero ver a ti. —Me dijo con un tono amenazante y luego me soltó soltó de forma brusca.

Esa noche al final no trajeron a nadie, esa noche al final terminaron por obligarme a masturbarme. Ellos solían filmarnos… No sé con que propósito pero sabíamos que debíamos hacerlo o nos iría peor. O eso pensaba en ese momento.

Es una completa basura no poder pedir ayuda porque sabes que no te creerán. Tienen oídos y no oyen, tienen ojos y están ciegos. Y yo tenía una escandalosa voz que era acallada por el fantasma de mi pasado.
Solo, desamparado. Y sabía que estaba mejor muerto pero algo me obligaba a seguir… Y ese instinto lograba hacer que empezara a odiarme a mi mismo.

Por eso hay que saber valerse por si mismo sin esperar ayuda de nadie.







amor enfermizo { segunda parte }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora