{ Diamante: Cansado de ser. } [recuerdo]

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Hace antaño.

«Narra Kellin.»

Matthew Kean, el chico rubio el que creía que era Matt Sonic; mi compañero de clases. Me resultaba un chico tierno y callado. Él es por mucho más alto que yo, más fuerte. Tan fuerte… Sus manos dolían azotando sobre mí sus puños como una lluvia de meteoritos del cual yo estaba cautivo. Su ternura era cierta pero no conmigo.

El baño el instintuto era el cruel escenario donde el silencio era acallado con la rudeza y mis inútiles pedidos de auxilio.
La injusticia es gigante, el sabor metálico de mi esencia revolucionaba la piel que cubría mis labios. Tenía tantos tajos.

De repente alguien irrumpe, era Jordan Fish, su mejor amigo. Desde el suelo vi sus ojos azules posarse sobre mí y luego mirar a su amigo encima mío aplastándome. Yo estaba acostado temblando de dolor en el frío de los cerámicos.

—En cualquier momento vendrán los profesores. —Dijo Jordan— Ya tuvo suficiente por hoy.

Y Matt le hizo caso, y como un perro abandonado me dejaron allí.

Tosí e hizo eco. Y entonces mi vista se posó en el techo...

¿Esto tenía algún sentido?
Me golpeaban acusándome de la locura de Oliver Sykes. Oh, sí... El joven y prometedor Oliver Sykes al final era homosexual y se había fijado en mí, en Kellin Quinn; el tan simpático Oliver Sykes se volvió loco y mató a personas, mató por mí.

Kellin Quinn, el inútil youtuber que sólo sirve para subir tutoriales de cómo tocar el piano. El inútil que vive deprimido siendo una carga para su madre y su hermano mayor, el idiota al cual todos sus amigos se vieron obligados a dejar para no sufrir el mismo destino.

Inútil, raro, gay, pasivo.
Idiota, débil, patético.
Sin tan sólo tuvieses fuerzas para defenderte...

Los amigos de Oliver me odiaban. Media escuela me insultaba porque por mi culpa Oliver se destrozó la vida.

Es lo que ellos me quieren hacer creer. Es lo que la mayoría me dice pero no todo el mundo es así.
En mi teléfono llegan mensajes de apoyo de fans, porque aunque dejé de hacer vídeos ellos aún me recuerdan.

Han pasado 5 meses desde que Oliver se fue. Desde que lo encerraron.

Y han pasado 5 minutos desde que llegué del instituto. Me encontraba en la cocina bebiendo agua, pero sin querer volqué agua en el suelo, mi boca se encontraba adormecida por los golpes de Kean.

El sonido del agua cayendo al suelo llamó la atención de alguien. Oí unos pasos acercarse, me volteo a ver y veo a mi madre. Me mira con resignación, ve mi aspecto y esto pertenece a nuestra cotidianidad.

—Otra vez. —Dijo ella. Intentaba estar calmada pero le notaba la exasperación en su voz— ¿Y otra vez no había un profesor cerca? ¿Por qué nunca me llaman de la escuela para avisarme de estas cosas?

—No pasa nada. —Dije.

—¿No pasa nada? —Ella frunció el ceño— Hace dos semanas no podías pararte derecho. Levantar los brazos te duele. ¿Y todavía crees que puedes seguir asistiendo al mismo colegio?

—No quiero hablar de esto. —Giré mis ojos y dejé el vaso sobre la mesada.

—Oh no, jovencito. Vamos a hablar de esto ahora.

—¡¿Ahora vamos a hablar?! —Fruncí el ceño— ¡Pero si cuando empecé a faltar te volviste loca para que siga yendo!

Y en ese momento viví la impaciencia de mi madre golpearme en la cara haciéndome ladear la cabeza. Mi madre me había abofeteado. Entonces se quebró toda la estabilidad que pude armar en estos minutos y volví a sucumbir en el dolor de mi pena.

¿Acaso era mi culpa todo aquello?
Desde el comienzo, desde que saludé a Oliver Sykes en aquella fiesta de navidad... Por haberlo tratado con indiferencia aquella primera vez que caminamos juntos al instintuto. O aquel primer beso que nos dimos a oscuras y yo sin poder distinguir su rostro...

Está todo muy exagerado para ser cierto pero de inmediato mi madre se dio cuenta de su error y corrió a abrazarme y yo no correspondí, más bien impío arrojé mi pesar lejos de mi conciencia innaturalizando aquel acto de cariño.

Me di cuenta de que no importaba cuantas palabras de aliento recibiera, nunca eran suficientes. Las palabras de odio junto con los actos me marcaban al punto de llegar a odiar mi propia existencia.






Agarré unas tijeras para cortarme el cabello. Era por la medianoche cuando decidí cortarme aquellos mechones verdosos desteñidos que cayeron en un silencioso vuelo que abrazó el suelo.

Me di cuenta de que no necesitaba casi nada, así que el apogeo de la plutonica madrugada agarré mi mochila y guardé en ella un par de cosas que creía esenciales. Esa misma noche escapé de casa, con mi mayoría de edad cumplida estaba listo para ser libre de aquella vida que me perpetuaba en una eterna melancolía.



amor enfermizo { segunda parte }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora