CAPÍTULO IX

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Su corazón se acelera al tiempo que se levanta y sienta en la cama, se limpia los ojos. Se coloca de pie, abre la puerta, ve de un lado a otro. Se vuelve y la observa.

—¿Qué sucede? –preguntó inquieta Anabel.
—Es qué... what? –respondió Esteban.
—Sí, Esteban, estoy en tu cuarto, yo... Anabel... son las 7:25 am –dijo mientras veía el reloj dorado que lleva puesto en su muñeca izquierda.
—¿Hace cuánto? –preguntó Esteban aún confundido.
—Mmm, quince minutos. Tengo quince minutos viéndote mientras duermes –replicó mientras se hacía un rubor en sus mejillas.

Esteban sin saber qué hacer, decide calmarse y comienza a charlar con ella.

—Discúlpame por haber actuado de esa manera la vez que fuiste a mi oficina –murmuró Esteban mientras se encogía de hombros.

Esteban camina hasta donde Anabel se encuentra y a su frente, se sienta sobre la cama.

—No te preocupes, tenías razones para enojarte –espetó Anabel y añadió–: Es más, debo disculparme yo contigo.
—¿Tú? ¿Por qué? –preguntó Esteban intrigado.
—Pues, por todo. Absolutamente todo –susurró Anabel bajando la mirada.
—No estoy comprendiendo, Anabel –replicó Esteban.

«Maldita sea, su perfume... Me encanta. No sé qué rayos haces aquí, pero muero por besarte», pensó Esteban justo cuando Anabel se disponía a responder.

—Por haberte engañado con Jay cuando estabas aquí en Caracas, estudiando tu maestría, por todo. Por no respetar la confianza que me tenías –dijo mientras bajaba la mirada a sus manos.
—Yo no tengo rencores contigo. He aceptado que te irás del país con tu pareja, y yo estaré donde tenga que estar –respondió Esteban con aliento de tristeza.
—Gracias de verdad –susurró Anabel frunciendo el ceño.

Y antes de olvidarlo, Esteban recuerda que debe preguntarle a Anabel qué hace en su casa, aunque la respuesta fuese obvia para él.

—¿Por qué estás aquí? –preguntó sarcásticamente.
—Samy –dijo mientras echaba una sonrisa pícara.
—Me lo supuse –contestó Esteban mientras se levanta para ir a la puerta y añade una pregunta–: ¿Quieres salir a tomar algo?
—No lo sé... no creo que sea apropiado –respondió Anabel mientras se encogía de hombros.
—¿Y tú crees que es apropiado que estés en mi cuarto viéndome mientras duermo? –preguntó Esteban frunciendo el ceño.
—Eh no –espetó Anabel.
—Bueno –dijo Esteban mientras abría la puerta y agrega–: Espérame en la sala mientras me alisto y vamos por un café.
—Está bien –cesó ruborizada mientras se disponía a salir del dormitorio.    

Anabel sale del cuarto de Esteban. Emocionado, se desviste, se echa una sonrisa de oreja a oreja, toma su toalla y sale del cuarto. A pasos cortos se dirige al baño, entra y se echa una ducha.

«Mierda... está en mi sala esperando por mí, hace tanto tiempo... Ya quiero decirle todo, en calma sin problemas. Creo que esto es una señal, espero lo mejor. Estoy excitado, Dios mío. Aunque debo calmarme. Necesito tener las cosas claras y no confundir esta cita», divagó Esteban al tiempo que se terminaba de duchar.

Esteban sale del cuarto de baño. Se dirige a la sala de estar para decirle algo a su abuela, sin embargo; se da cuenta que Anabel no se encuentra. Solo Samy y Beth, sentadas frente al televisor. Ana no está.

«¡No! ¡Qué sucede! ¿Dónde está Ana?», pensó mientras se disponía a preguntarle a su abuela Beth.

—Abuela, ¿dónde está Ana? –preguntó conmocionado.
—Hijo... tranquilo –dijo Beth.
—¿A dónde fue? –preguntó nuevamente inquieto.
—Hoy debes ir a trabajar, eso debería preocuparte más –replicó Beth mientras fruncía el ceño.
—Abuela, por favor –Suplicó Esteban.
—Esteban, cálmate. Anabel dejó su bolso en tu cuarto, lo fue a buscar –interrumpió Samy.
—Ah, vale, Samy. Gracias, por lo que hiciste –dijo mientras se calmaba y añade–: Abuela hoy no iré al trabajo. Saldré con Ana.
—No te preocupes, tonto –replicó Samy.
—Si te hace bien, hazlo –murmuró Beth.

Desde el momento que Beth se enteró que Anabel había engañado a su nieto, no sintió el mismo aprecio por ella. Esteban sufrió, ella no estuvo con él. Esteban perdió a su mamá y Anabel no estuvo en ese momento tan duro para él. A Beth, simplemente no le gusta el hecho que Anabel haga como si nada ha pasado. Aunque, eso es lo que ella considera.

Esteban se vuelve a su cuarto, abre la puerta. Lo primero que observa es a Anabel con las cartas que nunca le entregó en sus manos, con lágrimas en sus ojos, leyéndolas.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? –susurró Anabel mientras lloraba a flor de piel, al tiempo que miraba fijamente a Esteban.
—Ana, puedo explicarte –respondió Esteban mientras se acercaba a abrazarla.
—No, detente. No te acerques. Yo... me iré, no tengo nada que hacer aquí –dijo en llanto y entristecida mientras se levantaba para irse.
—¡Pero espera! –La sujeta del brazo.
—¡Suéltame! –respondió imponente y zafándose de él.

En ese momento, Esteban la suelta. La deja ir observando cómo se marcha, llorando y enojada. Cierra la puerta, observa sus cartas y su lapicero. Toma la carta que se ve a simple vista y se encuentra lo que menos esperaba.

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¿Cómo te va? Espero hayas disfrutado este capítulo. ¿Qué consiguió Esteban? ¿Qué hará para hablar con Anabel? Actualizaré esta historia cada lunes.

Recuerda que si la compartes, me das más motivación de seguir publicándola a tiempo, me das a saber que te gusta y que quieres saber más de esta historia. Gracias por tomarte el tiempo de leerla, lo aprecio mucho. Nos leemos el próximo lunes.

Las cartas que nunca EntreguéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora