Perdona nuestras deudas.

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Perdona nuestras deudas.

Matías no entendía nada. Hacía muchos años, diez, había comprado un piso. Le quedaban cuatro años para terminar de gagar la hipoteca. Pero quella mañana le habían echado del trabajo. Quince años trabajando de carpintero y ahora su jefe cerraba el negocio.

"La crisis", le había dicho. Le dio quince días de sueldo por año trabajado, 22 días de sueldo, siete meses y medio, a razón de 1500 euros, algo menos de dos millones de pesetas. Y debía aún seis al banco. ¿Qué podía hacer?

Debería haber pagado cuanto antes al banco, como le había dicho su mujer. Pero él no quería renunciar a un coche nuevo, a ir a comer fuera de vez en cuando, a los regalos a su mujer, a los niños... ¿Cómo iba a quedarse sin trabajo mientras la gente quiera muebles para su casa?

Esa era la pregunta que se había hecho toda su vida. Por desgracia, le acababan de dar la respuesta. Y no le gustaba. ¿Dónde iba a ir ahora un carpintero de 45 años, sin más pedigrí que haber estado trabajando en el mismo sitio quince años seguidos? En una empresa que ya no existía. Primero habían sido los complementos de "productividad": ya no se los daban desde hacía dos años. El complemento había sido ver como despedían a los demás mientras él se quedaba trabajando para la empresa. Por eso aunque los tres mil euros mensuales de antes se habían quedado en la mitad, él confiaba salir del paso haciendo lo que siempre había evitado: apretándose el cinturón. Su hijo se había puesto a trabajar y estudiaba en la Universidad a Distancia. Su hija aún hacía bachillerato, pero él quería que ella estudiase también una carrera. Su mujer no trabajaba. Nunca lo había hecho. y ahora ya no había trabajo.

Por eso había ido esa mañana al banco: no podría seguir pagando al hipoteca hasta que tuviera trabajo. ¿Qué solución le daría el banco?

—Mira, Matías—, le había dicho el director, —nos hacemos cargo de la casa y condonamos la deuda.

—¡Pero mi casa vale más de lo que os debo! ¡Mucho más! Y además, ¿dónde vivirá mi familia ahora?

—Tu casa ya no vale eso, Matías. Es un favor que te hago, la deuda por la casa. Se llama dación. Piénsalo.

—Mi casa vale, según el papel que vosotros firmasteis, dieciséis millones. No os la podéis quedar por seis.

—El mercado es quien decide el precio, no nosotros. Lo siento.

—Y un cuerno. Habéis firmado un precio conmigo, y mientras las dos partes no estemos de acuerdo, el precio de esta casa no ha variado.

Pero desgraciadamente y por mucho que discutiese, pronto supo Matías que los jueces desahuciaban a la gente decente en virtud de no sé qué ley, y los contratos se violaban a favor de los bancos, ilegítima pero legalmente. El dilema era muy claro: o pagabas o perdías la casa. ¿Dónde encontraría el dinero? Sólo tenía un hermano pero también él estaba pagando su hipoteca.

En efecto, tenía un hermano, Fabián, pero este había tenido más suerte: apenas un mes antes había terminado de pagar su casa. Ya no debía darle 800 euros al mes al banco. Fabián tenía buen corazón y quería a su hermano. Era funcionario y por lo tanto no le faltaría el trabajo. Tenía dos hijos también pero ya estaban trabajando. Consultó a su mujer, y le hizo luego una extraña propuesta a su hermano:

—Matías, Sara y yo te queremos proponer una solución para "tu tema".

—¡Ah, sí? ¡No sabía que tuviera solución: yo en el paro y la casa sin pagar...

—No tengo el dinero para pagarte la hipoteca, hermano, pero podemos hacer una cosa: tú me reconoces que me debes dinero a razón de 700 euros al mes desde el día de la fecha hasta nueva orden, y yo te pagaré la mensualidad hasta que tú puedas pagarla por ti mismo.

—¿Y eso cómo se puede hacer?

—Nos vamos a un notario y estipulamos eso en una escritura.

—¿Y tú por qué haces esto? También tú tienes una hipoteca y una familia a la que atender.

—No, la hipoteca la acabé de pagar el mes pasado. Este mes he arreglado los papeles y ya está registrada a nombre de Sara y mío.

Así lo hicieron, y mes a mes Fabián hacía una transferencia a la cuenta de su hermano por valor de 700 euros, el importe de la hipoteca. Desgraciadamente, no tenía su hermano posibilidades de darle más dinero para que su hermano viviera con su familia. Pero Matías se iba defendiendo con chapuzas a domicilio: en época de crisis la gente ya no se gastaba tanto dinero en muebles, sino que reparaba los que ya tenía. Pronto cundió la fama de Matías como manitas bueno, rápido y barato, y ya no tuvo problemas para llenar el puchero y algo más.

Pero los milagros existen de vez en cuando. Un buen día a Fabián le vino devuelta la transferencia de la hipoteca de su hermano. Informado este, se personó en la sucursal donde tenía su cuenta, y la encontró cerrada. No había nadie, y en la vitrina principal había un cartel que decía "Se alquila", y un teléfono. Llamó al teléfono y descubrió que se trataba de una agencia inmobiliaria. Ellos no sabían nada, sólo que el dueño había puesto el bajo en alquiler. No, el dueño no era el banco.

Aquel día se quedó de piedra cuando oyó en las noticias de mediodía que su banco había quebrado debido a haber dado demasiadas hipotecas-basura. De no haber quebrado, habría tenido que pagar una fuerte multa por semejante práctica delictiva.

Pero ¿en qué situación le dejaba eso a él? Fue a ver a un abogado especialista en estos temas, que le tranquilizó: si otro banco se hubiera hecho cargo del suyo, le debería pagar su hipoteca al nuevo banco. Pero al haber quebrado, ya no había acreedor que le cobrase lo que le debía. Ya no le debía nada a nadie. Podría escriturar la casa cuando quisiera.

El favor de su hermano le había hecho falta sólo dos meses. Por mil cuatrocientos euros no se había quedado sin casa. después de unos meses devolvió a su hermano todo el dinero, y él sintió una rara sensación al ver que, por una vez en la vida, se le habían perdonado sus deudas.

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