En la hora de nuestra muerte.

1.4K 2 2
                                    

 En la hora de nuestra muerte,

 112

 ¿Dígame?

 —Por favor, vengan.

 —¿Policía, bomberos, ambulancia?

 —Todos, pero vengan rápido.

 —Gracioso.

 El teléfono dejó de oírse.

 El hombre, aterrado, miró el "manos libres", y pensó. Pensó intensamente. Su teléfono estaba en su bolsillo izquierdo, fuera de su alcance, y por lo tanto no podía marcar. Con la única mano que podía mover, pulsó el botón gordo del aparato, y apareció la agenda, mostrando las letras del alfabeto, a la vez que se oía una voz femenina que decía:

 —¡A!

 El hombre giró el botón gordo del manos libres, y lo apretó en la F. Se oyó la misma voz que decía “¡F!” Pulsó y giró un poco el mando, hasta que apareció el nombre “Facundo”. Acto seguido pulsó el botón de nuevo.

 Al cabo de unos segundos se oyó un pitido agudo, que ululó varias veces hasta que una voz conocida salió por los altavoces del coche.

 —¿Sí?

 —¡Gracias al cielo! Hola, Facundo, ¿cómo estás?

 —¡Papá! Te esperaba hace una hora. ¿Dónde estás?

 —No lo sé, hijo. Me he dormido mientras conducía. Cuando he despertado, me he visto fuera de la carretera, sin poder salir del coche. No sé cuánto tiempo he estado inconsciente.

 —Tranquilo, papá. ¿Has llamado al 112?

 —Sí, pero me han colgado. Y no puedo llamar a nadie que no esté en la agenda.

 El hombre pensó que si salía de esa situación, pondría el número de la Guardia Civil y de los otros servicios de emergencia, independientemente, en su agenda telefónica.

 —No te preocupes, papá, ya estoy llamando yo por el móvil. Espera..., […] Dicen que monitorizarán tu llamada a mi fijo y te localizarán por triangulación.

 —Qué bien, hijo, pero no creo que lleguen a tiempo. Hace frío, mucho frío. El coche está destrozado, y yo no puedo salir.

 —¿Estás solo?

 —No estaba solo, pero creo que ahora sí. Me temo que hay un fallecimiento en este accidente.

 —No te preocupes, papá. Enseguida llega la ayuda.

 —Hijo, por si acaso no llegan a tiempo, quisiera decirte las cosas que nunca te dije.

 —Tranquilo, papá, ya me las dirás cuando nos veamos.

 —No sé si saldré de esta, hijo, no sé cómo estoy. Quizá esté tan grave que por eso no me duele ya nada. Bueno, nada más que este brazo, que es lo único que puedo mover.

 —Venga, papá, no me asustes. Enseguida vamos.

 —Hijo, cuando hayan localizado esta llamada, cuelga y llámame por el móvil. Así podremos seguir la conversación hasta que llegues con la ayuda.

 —Ya te han localizado, papá. Me cambio al móvil. Tú tranquilo, que ya vamos para allá.

 La conexión se cortó, pero a los pocos segundos volvió a oírse la llamada del móvil de Facundo.

 —¿Sí?

 —Hola, papá. Soy yo otra vez. Dime qué querías decirme.

 —Hijo, no sé si me dará tiempo. No sé si la batería aguantará, o si aún no se ha estropeado el sistema economizador de la batería, y no puedo poner en marcha el coche de nuevo.

La saga del Padre Nuestro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora