La saga del Padre Nuestro.

Amén: 1 La gente que quise.

I La gente que quise

 Anoche cumplí un mes de muerto. Jamás pensé que iba a decir eso. Me habría parecido un disparate. Pero sí, ya no estoy entre los vivos. Ya no estoy entre los míos. Ya no pinto nada en este mundo. Lo malo es que le he cogido cariño. No me quiero ir. Todos los días veo a gente que muere en accidentes, de enfermedad, de hambre, por guerras, y por muchas otras causas. Y al poco tiempo dejo de verlos. No me da tiempo ni de hacer amistad. Quizá es porque me he quedado demasiado pillado en este mundo. Le tengo mucho apego a la gente que quise.

 Que quise. Extraña frase, ¿verdad? Pero ahora veo las cosas que dicen de mí, o que se dicen entre ellos, y me quedo tan fresco. O veo que no les va bien, que tienen problemas. Y me da lo mismo. Se ve que el mundo de los afectos es una zona orgánica, algo que se queda con el cuerpo cuando uno se muere. No sé si yo soy mi alma, no sé si apenas llego a espectro. O no sé si soy otra cosa. Cuando paso frente a un espejo no me veo. Pero veo todo lo demás. No noto cansancio. No sé cómo me desplazo, pero me desplazo con una facilidad envidiable. No me veo las piernas, ni las manos. Pero lo veo todo. Lo oigo todo. Y todo me deja igual que estaba.

 En este mes he aprendido más que en toda mi vida. Un poco tarde, ¿verdad? Soy como el estudiante que se ha estudiado las preguntas del examen después de haberlo suspendido. Cuando ya todo da igual. Ahora debería sentirme vacío. Pero veo que cuando más vacío he estado fue cuando vivía. Y veo que la gente que sigue viva está más vacía de lo que yo sospechaba.

 Pero voy a contarte, lector nada timorato que me acompañas en este viaje a través de la muerte, cómo he llegado hasta aquí. Luego discutiremos un par de conceptos que nos puedan haber quedado sueltos.

 Pero para eso necesito que vuelvas la hoja.