2. La primavera donde Se Nace

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Un niño de blanca piel, y cara rojiza lloraba en brazos de su madre, que lo observaba algo consternada, entre el agotamiento y las palabras del doctor.

«Es un Omega.»

Aquello aunque al principio no fue bien recibido, la familia mostró entusiasmo por tener un miembro Omega, una oportunidad para crear lazos con otras familias; cabe decir que la pareja no estaba feliz, dado que fueron incapaces de concebir más descendencia, un heredero.

Así fue el nacimiento de Mae, rodeado por personas que lo mantenían encerrado, y escuchando la doctrina que muchos Omegas escuchaban: Servicial, gracioso, y bueno en criar niños. El único Omega de la familia, había nacido en la jovial época de primavera; el nacer de las flores, no hicieron menos indulgente el camino que tendría que recorrer en su vida.

El niño muchas veces contuvo las lágrimas al ser regañado al llorar por algo que no comprendía del todo. También era recluido del mundo, en absoluta soledad.

—Es importante que recuerdes esto, porque te unirás a un Alfa —teniendo cinco años, eso le era imposible aún de entender; pero así eran los Byung: insertaron las ideas desde el nacimiento.

A los cinco años fue también, cuando se le permitió conocer al único niño que vivía en la propiedad Byung, con él: Byung Jian no tenía más de un año en ese entonces.

El niño era un elemento valioso de los Byung—aunque no el heredero, dado que ese era su hermano mayor—, un saludable Alfa; cuando tuvo más edad, le encomendaron aprender cómo cuidarlo; algo relativo, porque más bien debía observar la forma de criar un niño, de manos de un joven Omega encargado de cuidar a Jian.

Odiaba a Jian en ese entonces; ¡Él era un niño! Eso no le correspondía, cuidar hijos no tenía que ser su labor. No obstante no pudo evitar encariñarse con el niño, que cuando pudo caminar y jugar, lo unió a su mundo infantil.

Jian le dio la oportunidad de rescatar un poco de su niñez, de tener a alguien que lo quería incondicionalmente.

El pequeño Alfa no tuvo hermanos, y también era cautivo de las duras expectativas de los Byung.

Si bien Mae cuidaba a su primo, eran principalmente vigilados por un Omega que apenas rebasaba los dieciocho; él les brindaba el cariño maternal que la dureza emocional de la familia les negó. Sus madres en todo caso veían que siguieran sus lecciones, pero quien los alimentaba y cuidaba en la enfermedad, siempre fue ese Omega.

— ¡Mira, Mae! —indicó el Omega a su frente, sentados ambos en el jardín, veían como Jian ya caminaba con más seguridad a sus dos años.

Ese Omega fue como su madre, siempre queriendo su bien, siempre acompañándolos. Les dio amor y consuelo, como si fueran sus hijos aun siendo tan joven; le permitió a Mae ser un chiquillo más, cuando pudiera; y es que la familia parecía querer que se olvidará de lo que era tener una niñez normal: su vida y pensamientos debían enfocarse en ser lo que se esperaba de él, un perfecto Omega.

— ¿No puedo cambiar el ser un Omega? Lo odio, ya no quiero esto —le dijo al mayor, que veía a Jian tambalearse mientras caminaba hacia ellos una tarde.

Ver a su primo feliz le hacía envidiar el recordar que era incapaz de ello; a su edad había sido forzado a aprender su dura realidad, una que tenía que aceptar por su naturaleza.

Hace no más de unos días, su madre le explicó, tan simple como fuera posible, que era ser un Omega; acercándose su cumpleaños, sus padres lucían estar impacientes con que creciera.

— ¡Me enviaran lejos! —se quejó el Omega menor sollozando, y atrayendo la atención de Jian, que se dejó caer sentado frente a Mae cuando llegó cerca. —. Yo quiero ir a jugar; salir de esta casa, y hacer cosas con otros niños; no quiero tener más miedo.

Jian se acercó a Mae, y lo abrazó con sus pequeñas manos. El infante no quería ver triste al otro niño; el Omega que los cuidaba bajó la cabeza, sintiéndose impotente de no poder hacer nada.

Ahí sólo veía un par de niños; uno consumiéndose en las exigencias de una sociedad, que nunca le daba tregua a personas como ellos, a los de su naturaleza.

Tenía la esperanza de que Jian podía ser diferente, lamentablemente nunca pudo confirmar sus deseos, y la forma en que Jian conservó su naturaleza noble: tampoco sería testigo de cuánto tiempo lo buscó.

—Kang Lee, ¿Nunca nos dejarás solos? ¿Verdad? —ambos niños observaron con atención al Omega mayor. Mae alzó su mano como si quisiera mantener la atención del otro, o quizás darle énfasis a sus siguientes palabras—: ¿Lo prometes?

—Lo prometo —dijo el otro sonriendo, y colocando su mano sobre su pecho, a forma de dar una señal de su promesa.

Se rompería esa promesa sin poder hacer nada; porque al menos para Mae, ese mundo estaba enfocado en hacerlos infelices.

Aunque sólo un momento, un ínfimo tiempo en su niñez pudo tener un pedacito de la felicidad que siempre esperó en esos años, donde su inocencia aun le daba esperanzas de algo diferente.

Probablemente sin esos pocos años, no hubiese podido intentar cambiar en el destino que le habían arrojado; se hubiera hundido en la desesperación, y tal vez se hubiera olvidado de su deseo de cambiar lo que se le dio como algo determinado en su destino, como su vida.

Jian y Kang Lee fueron los buenos recuerdos que le ayudaron a soportar la parte que más intentó quebrarle de su vida.

—Estoy seguro que cuando crezcas Jian, ayudaras a los Alfas a darse cuenta que son horribles —dijo una vez Mae, mientras terminaban de comer en la cocina, lugar que ocupaban generalmente de niños para almorzar.

Jian de tres años ladeo la cabeza comprendiendo lo que le decía su primo, pero como lo veía feliz asintió con un suave movimiento, para seguir tomando su cuchara, Kang Lee se molestaba si no comía todas sus verduras.

El Omega mayor observó con tristeza el entusiasmo con que decía Mae aquello; decidiendo no dejar que esas emociones continuaran, decidió decir cualquier cosa que estuviera en su mente.

—Ahora que los veo niños, pensé que sus ojos eran del mismo verde, pero los de Jian son de un tono más oscuro —comentó sentándose, y mirando brevemente la pequeña porción del más pequeño, que estaba ya casi vacío.

—Los de Kang son bonitos —comentó el pequeño, teniendo dificultades pronunciando el nombre de quien los cuidaba.

Mae recuerda el color de los ojos de ese Omega, tenía un peculiar color café que se veía cobrizo; y también poseía una pequeña cicatriz cerca de uno de ellos, Kang le contaría que fue lo último que le dejó su padre antes de morir—quien ofrecía servicios como personal de limpieza a la familia Byung, desde muy joven; un hombre abusivo—; Mae también pensaba que sus ojos eran bonitos.

Y también deseo que Kang Lee fuera su madre.



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N/A: a partir de este punto, las cartas seran raras (sólo en momentos importantes de la vida de Mae, quizas un par), y la historia será narrada sin más interrumpción ejeje, pero esa esporadicas cartas, son algunas de todas las que escribió nuestro protagonista.

Espero que les guste :)

Maravillosas Cartas [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora