4. Cuando se anuncia el destino

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El viento azotaba fuertemente las ventanas, provocando que el nudo en su estómago se afianzara, causándole náuseas.

Mae aun así no bajó los ojos, ni una sola vez; esa actitud fue, y sería, razón de innumerables reprimendas en la vida del Omega.

Su madre comenzó a recorrer la habitación, mostrándose nerviosa e impaciente ante  la reticente respuesta a mostrar respeto, o disposición de enlazarse con Alfa alguno de su hijo.

Aquel día, con recién cumplidos quince años, le habían presentado al Alfa que habían elegido para afianzar las conexiones de la familia—o lanzarlo al mejor postor, como ya comprendía siendo tan joven—. El Alfa era ya un adulto, y no se mostró realmente amable, o atento al presentarse, aunque si satisfecho con su trato.

—Y aunque no fuera lo que esperaba, ya es tarde, ¿no es cierto? —dijo Mae lo suficientemente alto para que lo escucharan todos.

Su madre se mostró pálida y tensa con sus palabras, observando la realidad reacción de aquel Alfa.

—Le falta mejorar su comportamiento  —murmuró el Alfa con poco interés del desplante del adolescente.

Cuando se retiró el hombre, Mae entre cerró los ojos, fijándolos en su madre, que correspondió la expresión con una expresión similar, llena de furia.

— ¡Por una vez, aprende a callarte! —La mujer hizo amago de levantar la mano para darle una bofetada; Mae se  forzó a no bajar sus ojos de los de su madre.

— ¡Su-Ji! —exclamó su padre sujetando el hombro de su esposa; el Beta lucía nervioso de ver a su esposa ponerse violenta con su hijo.

Sus padres eran algo peculiar: su madre era quien llevaba la batuta, principalmente porque era la primogénita de la familia Byung, y a quien su padre debía su dinero, estatus, y básicamente el techo que le cubría.

Su madre era la viva estampa de las reglas de comportamiento no dichas en esa familia, una mujer dura y calculadora, igual que su hermano—padre de Jian—, igual que todos en esa familia.

A escondidas su padre era amable e indulgente con los deseos de Mae: era en resumen, un cobarde que muy de vez en cuando se atrevía a protegerlo.

—Si me van a vender, nada pierdo en dejar una manera de que se acuerden de mi —respondió el Omega entre dientes—, anda, golpéame para que ese Alfa vea el moretón, al fin casi me subastaron, ¿Qué más les falta?

—Mae, eso...—intentó interceder su padre, observando el rostro enrojecido de furia y frustración de su esposa, que aún mantenía su mano ligeramente levantada.

—Tú no hiciste nada, tampoco digas nada —pidió Mae, dolido profundamente, como resentido con todos.

Salió del lugar sin mirar a nadie. Quería buscar a Jian, porque, aun siendo un niño, sería el único que le escucharía; sin embargo, no podía confesar sus sentimientos con él, no quería destrozar su poca felicidad, diciéndole que se iba a quedar sólo con esa familia.

Y siempre Jian fue el único al que tuvo como familia.

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Realmente no había pensado en su futuro, con que le dejaran estar alejado de la idea, como destino, de estar para un Alfa y dedicado engendrar le era suficiente; las ideas de su vida a sus casi dieciséis años en general eran basadas en sus pensamientos crudos sobre su entorno, familia, y sociedad.

Mae no posea muchos pasatiempos, o espacio para tenerlos; si bien le habían obligado a cuidar a Jian—después de la desaparición de KangLee—, eso no lo consideraba una forma de llenar su existencia, para que no le pareciera vacía: adoraba al niño, y era el único que parecía desear verle sonreír genuinamente.

Si tenía que estar con un Alfa, anhelaba que fuera un poco como el dulce niño con el que creció; esperaba que su familia, ni la sociedad, lo corrompieran.

Y básicamente ese era su único sueño en ese entonces: si iba a terminar vendido, como vil objeto de intercambio, pedía que su destino lo empujara a alguien gentil.

Sin embargo no era ingenuo, sabía que no debía esperar nada de eso.

Aquella edad en que determinaba su existencia como Omega se acercaba, y tenía bien claro que una vez ese evento ocurriera, estaría condenado a algo de lo que no podría salir.

— ¿Qué quieres ser cuando seas grande? —preguntó una vez Mae, a su primo de doce años en ese entonces.

—Abogado —contestó sin pensar—, eso me ha dicho mi papá que tengo que ser; no sé si lo quiero, pero pues eso es lo que hay; supongo que algo bueno será.  ¿Y tú? —cuestiono Jian, dejando su plato de cereal de lado en esa mañana.

Yo, quiero ser Yo —dijo sonriendo al niño.

—Esa no es una respuesta —se quejó Jian juntando sus cejas inconformes—. Yo te estoy contestando serio.

—Pues es que es verdad: soy genial, ¿quién no querría ser yo? —levanto sus manos encogiéndose de hombros.

Jian lo acompañó a reírse, de manera suave, porque desde niño siempre le prohibieron ser escandaloso.

Y esa era una respuesta que significaría todo para Mae; lo único que le haría no olvidar su voluntad.

—Creo que sí: eres genial —admitió el joven Alfa.

El Omega guardó silencio un momento, preocupando a Jian; la expresión del otro se tornó triste de manera repentina.

—Jian... ¿A ti te da miedo estar solo? —cuestionó, con sus ojos en la mesa.

—No, no me da miedo; así que no te preocupes, si a ti te da miedo, te ayudaré —aseguró asintiendo con su cabeza.

El Omega entonces volvió a esbozar su sonrisa usual, y levantó su rostro para ver los ojos verdes de su primo.

—Entonces no me preocupare más.

Al menos con eso podía estar tranquilo con Jian, porque pronto se iría lejos; claro que sabía que era como dejarlo en una cuna de cuervos, donde el dulce Alfa podía ser corrompido, o derrumbarse por la presión.

En esa familia no había tregua al parecer, fuese un Alfa, un Omega: un niño.

Muchas cosas se quedarían como recuerdos, por muchos años.  Por qué habría momentos en que lo mejor que podía tener, eran momentos para estar sólo, poder tragarse las lágrimas: seguir un día más; detestaba llorar frente a otros, y con el Alfa que terminó no le sirvió mucho.

Pero Mae siempre fue alguien terco.

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N/A: gracias por leer.  :)

Maravillosas Cartas [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora