6. La pena de los vanagloriados

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Un niño corría con clara angustia en su rostro, con no más de trece años; casi cae en varias ocasiones en su desesperación de encontrar alguien en esa mañana, en su mano apretaba un pequeño papel.

— ¡Mae! —Gritó, con cautela al principio, pero al final olvidó sus precauciones para gritarlo a todo pulmón—, ¡MAE!

Se tropezó al dar un paso en falso, y solo quedo el eco de su voz por el pasillo. En el suelo, permitió que un par de lagrima cayeran—quizás por dolor, como por las emociones que se agolpaban sin piedad en ese momento— se quedó sentado ahí, no sabiendo que pensar.

Para su fortuna, su madre fue la que lo encontró—guiada por el escándalo— Jian siempre pensó que la esposa de su padre, era como una muñeca de bonita sonrisa, siempre callada, y obediente a los deseos de la familia.

—Mae...él, me dejó una nota...y decía que se iba —intentó explicar el niño—, lo estoy buscando.

Su madre se puso en cuclillas frente a él, y revisó con gentileza sus piernas; estiró una de sus finas manos para levantar a su hijo; lo observó unos segundos, para responder a Jian con un movimiento de cabeza.

—Se ha ido —agregó serena—, llegó el tiempo de que lo llevaran con su Alfa.

Después de eso, con la mente entumecida por la revelación, pensó aterrado, que si se dormía, los recuerdos con quien consideraba su hermano podrían desaparecer: no pudo volver a dormir con tranquilidad, hasta que se fue de esa casa.

Siempre temió por el destino de Mae.

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La niñez de Jian fue, a decir verdad, una serie de memorias solitarias; y no por que el buscara la exclusión de la amistad de otros niños, sino porque el nivel de exigencia de su padre pareció elevarse conforme pasó el tiempo, sin mencionar que al darse cuenta de lo destacado que era su hijo en los estudios, sólo siguió pidiendo más que la excelencia misma.

Siendo un niño, Jian se la pasó en sus estudios, y el único tiempo en que podía pensar algo diferente, o su padre no estaba, preguntaba por el paradero de la única compañía honesta que tuvo desde pequeño: su madre guardaba silencio, respondiendo sin palabras con una sonrisa triste.

El pequeño Alfa, deseó con fervor una vida más convencional; deseaba tener amigos, deseaba ser un niño, y no un proyecto de su familia.

Para otros chiquillos, Jian era un niño incapaz de sacar el rostro de los libros; alguien aburrido, y de poca notoriedad por su carácter que creían dócil—en realidad, siendo amabilidad—: fue una absoluta sorpresa, cuando comenzó a denotar con su esencia, aquella naturaleza Alfa con la que había nacido.

Y eso no cambio mucho su vida: tenía que cumplir con la excelencia, lo único admitido por su padre.

El punto donde realmente comenzó a desear cosas propias, fue cuando tuvo sus primeros roces con los inocentes amores de la juventud, aquellas experiencias efímeras le hicieron darse cuenta de otros aspectos de su propia naturaleza.

Cuando tuvo dieciséis, logró tener—a pesar de las limitaciones de su opresiva vida—, una novia, una bonita Omega de piel trigueña; la experiencia fue breve, y dolorosa: "Eres demasiado suave, blando como Alfa, la verdad, no eres lo que esperaba." Fueron las palabras con las que terminó su primera relación, y todavía intentando dilucidar que era el amor.

Cuando ingresó a la universidad, vio con discreta alegría que esta quedaba demasiado lejos de la residencia de los Byung; su padre lo mandó a los dormitorios, para que pudiera avocarse a sus estudios sin dificultades: ahí conoció al estrafalario Alfa, Geun Yoh, amigo de otro estudiante renombrado, que decían terminaría siendo senador un día en el congreso—San Kyo—. Yoh era su amigo, además de compañero de habitación.

Mantenía sus calificaciones de excelencia, y el control de su padre se hacía presente de una u otra manera; con llamadas, e incluso peticiones de reportes de sus calificaciones a la universidad.

Woah, de verdad te asfixian amigo —murmuró Yoh, después de escuchar la llamada recién finalizada de Jian con su padre; el Alfa de ojos esmeralda observó su celular con expresión turbada.

—No tengo de otra —comentó, lanzando con un poco de irritación su celular.

—Bueno, mi abuela decía —comenzó Yoh; el Alfa era un hombre muy unido a su familia, y por lo que sabía, sus abuelos, tíos, y algunos primos vivían en una enorme casa en una comunidad rural—: "Si no puedes, úneteles." Seguro hay una forma de que saques algo para ti de lo que te ordenan, ¡anímate hombre! —le dio una palmada en el hombro.

—Supongo...—Las palabras de Yoh, aunque sencillas, le mostraron una manera de tener una vida propia—, ¡tienes razón! —exclamó, asustando al otro Alfa.

Si no podía ir contra su familia, tomaría el camino que su familia trazo para él; tomaría lo que le imponen, y le daría forma a su manera.

—Seré un abogado como quieren, pero lo usare como yo quiera —aseguró con una sonrisa animada, rara en Jian—. Siempre he querido ayudar a los Omegas, ¿sabes?

—Sah, ¡Ahí lo tienes! —reconoció con el mismo animo Yoh—, No por nada tienes esas calificaciones. Y siempre tan noble, Byung Jian. Esto merece unas copas, hermano —rio despreocupado, recargándose junto a la pared del escritorio de su amigo.

Jian solo asintió, percibiendo una ligereza que nunca había sentido.

No tenía los recursos para buscar su primo, ni a Kang Lee en ese entonces, pero haría lo posible para buscar a su primo con sus métodos; o ayudar a otros.

Maravillosas Cartas [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora