5. La tierra de invierno sin regreso

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Mae lo sabía, no tenían que mentirle, y no había necesidad de consolarse él mismo con esperanzas falsas: su celo había llegado, y eso le condenada al destino que esperaba, fuera sólo un cruel delirio de su madre.

No le quedaban muchos días de esa burda sensación de libertad, o lo poco que realmente había poseído de dicho concepto en la casa que creció.

Tal vez su padre vio su frustración, porque lo veía con una expresión de disculpa que le parecía desagradable; su madre ni si quiera lo miró más de un par de segundos, pero no podría olvidar su sonrisa de satisfacción.

Fue irónico que le diera gusto saber que su Alfa no quería que estuviera en contacto con su familia; le dolía Jian por supuesto.

Mae no lloró, no los consideraba dignos de dedicarles sus lágrimas de rabia y tristeza a quienes lo ataron a un destino con un extraño. Se sentó en su habitación sólo aquél día, no podía ver a nadie.

Claro que ni la satisfacción de poder sosegar sus penas con la soledad le dieron; su padre entró a llevarle algo de comer, una excusa en realidad para ver cómo estaba su hijo.

Y no lloró ni una vez, pero su padre pareció ver sus ojos enrojecidos, su espalda curva al estar agachado, observando sus puños cerrados y blancos por la fuerza con que los tenía cerrados.

—Mae, es decisión de la familia, si yo pudiera...—murmuró suavemente su padre, dejando la charola con comida en un pequeño escritorio que tenía la habitación.

—Patrañas, sólo te preocupaste por ti —dijo con su voz ligeramente aguda, le estaba costando contenerse y no lanzarse a golpear a su padre—. ¿Sabes qué? Sólo jódanse todos.

En realidad no era un Omega dulce, o a gusto de lo que intento su madre que fuera, aunque había a prendido a controlar su temperamento: algo que le ayudó a sobrevivir los años venideros.

En ese momento, no pudo sentirse más solo de lo que jamás pudo sentirse.

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La terquedad era algo propio del único Omega de la familia. Por eso, aunque sentía como si estuviera en una sentencia de muerte, no perdía de vista que un día pensaría en una forma de cambiar su vida.

—Sé cómo eres Mae, te conozco perfectamente, —dijo su madre a un par de días de que irse; como siempre, nunca tocaba la puerta de su habitación— sin embargo, quiero que consideres esto: tus actos pueden tener consecuencias. Seguramente la familia tomaría un trato más estricto con la crianza de Jian, conoces a tu tío.

Aquello le caló de manera profunda; quería decir tantas cosas a su madre; cuando de alguna manera expuso que el destino de su única familia estaba en sus manos, asintió mordiendo sus labios por el crudo resentimiento que le era cada vez más pesado.

No estaba cediendo, no, buscaría la manera de librarse; ya idearía una forma de saber de Jian, de que este estuviera a salvo, y pudiera defenderse por sus medios de su propia familia.

Cuando Jian pudiera irse de esa casa, y tener la fuerza suficiente, entonces volvería a pensar en sus sueños propios, como las ilusiones que en ese momento relegaría

Familia, le era terriblemente desagradable decirles a esas personas así.

—Sí, madre —Mae sonrió a la mujer con una confianza que la irrito.

Mae siempre fue irreverente, y egoísta a ojos de su familia.

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Realmente no pudo seguir la pista de adonde lo llevaron. Lo subieron a un auto de vidrios polarizados, y su madre se encargó de vigilarlo todo el camino hasta que abordará el avión.

Su padre no se atrevió a ver el destino del que no lo defendió, como esperaba.

¿Qué habrá sentido Jian? Él no dijo una palabra, hasta el mismo día en que dejo una pequeña nota de despedida al niño, siendo de madrugada, el joven Alfa no se despertó.

Cuando llegó a su destino, fue recibido por paisajes blancos al descender el avión a la pista. No tuvo mucho tiempo de investigar donde se encontraba, en cuanto llegó una mujer y un hombre enfundados en ropas de servicio, se acercaron pronunciando su nombre de manera extraña.

¿Estaba en el extranjero? Mae no tenía mucho contexto del mundo, su educación fue bastante arcaica si se comparaba con los Alfas de la casa de los Byung.

Estaba asustado, se dio cuenta cuando al intentar tomar su equipaje sus manos temblaron, haciéndole soltar la aza de una de las maletas. Los sirvientes—suponía que el Alfa los envió—, no lo dejaron tomar las maletas, y las cargaron sin decir una palabra.

La sirviente Beta lo empujo suavemente por la espalda, Mae cedió a las indicaciones de caminar; cuando subió a un automóvil negro que los esperaba, era como si lo estuvieran empujando en un abismo del que nunca le darían oportunidad de buscar una salida.

Una de las cosas que mejor recordaba, era su reflejo en uno de los ventanales de aquel aeropuerto: un cuerpo pequeño, una figura frágil, y un rostro miserable.

Odiaba su imagen, odiaba el Omega que veía en él en ese entonces.

Porque entonces, todos lo vieron como si pudieran romperlo a su antojo, se sentía atrapado en algo de lo que no había salida.

Sin embargo, eso no importaba: Mae estableció que no sólo crearía sus propios milagros, cambiaría su mundo completamente; crearía un camino para cambiar lo que era, y convertirse en lo que quería.

« ¿Qué quieres ser cuando seas grande?»

"Voy a ser lo que yo quiera, aunque me tarde toda mi vida."



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N/A: HOLIS, toca doble actu wii. Espero les guste.

Maravillosas Cartas [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora