7. Paredes grises

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Era un niño perdido, al menos así se sentía: estaba en un lugar extraño, y absolutamente solo; nadie estaba ahí para ayudarlo, ni para reconfortarlo. Mae no era lo suficientemente ingenuo como para creer que las cosas cambiaran porque sí, tampoco.

Mae, de naturaleza terca, se rehusaba a dejar que la desesperación lo domase. Si su vida tenía que ser únicamente la de satisfacer y engendrar, entonces no dejaría que quien era se derrumbara.

El hombre, que era bastante mayor que el Omega, no lo tocó a su llegada, esperaba la aparición nuevamente de su período de celo, para asegurarse de que Mae concibiera.

Mientras, Mae exploró las vastas extensiones de esa enorme casa de impenetrables paredes en la que estaba. Muchas veces buscando una forma de escabullirse, pero algo lo detenía: estaba en un país extraño, donde la lengua local le era desconocido.

Las costumbres, de lo poco que podía observar, eran tan tradicionales, que le traían recuerdos de épocas históricas más conservadoras; a pesar de esa sensación, creía que esas tierras en verdad eran prolijas en recursos.

Y no podía decir que toda la nación actuaran como en esa casa—en realidad era un absoluto ignorante de su entorno, ni si quiera sabía dónde estaba—; probablemente, su Alfa venia de una de esas familias lo suficientemente antiguas, para poder olvidarse de las viejas tradiciones. Su cabeza estaba llena de suposiciones, el no poder entender a los sirvientes, le daba mucho tiempo a sus pensamientos.

De cualquier forma, al no poder estar solo, escapar era una opción con casi nulo éxito. Su celo era inminente, como las consecuencias que traería en su vida.

El Alfa y él tampoco hablaban mucho: su interacción se limitaba en desayunar, o comer, juntos si el mayor tenía tiempo; para intercambiar palabras, tenía que esperar a que le hablara.

Aquel señor de porte duro, le desagradaba a Mae; no tanto por su apariencia física, sino por el hecho de que sabía que era un pedazo de carne para él, uno que compró sin interesarse si quiera de asegurarse si conocía su nombre: siendo honestos, el Omega tampoco le interesaba recordar el nombre del otro.

Lo único que agradecía, y quería reírse amargamente por ello, era que esperara su celo para tocarlo; si ese periodo de nulo raciocinio llegaba, podría estar inconsciente de todo, sobre todo de tener que ser atado a alguien al que resentía, casi tanto como su familia.

Su vida en esas paredes grises, resultó ser no muy diferente de donde nació. Tenía tantas, o más, restricciones. Aquello le traía mayor amargura, y Mae nunca temió responder cuando su paciencia estuviera al límite; por su "mal" comportamiento recibió castigos, y a ese Alfa no le importaba dañar su propiedad.

Después de que su celo llegó, repudio su propio cuerpo, y con una marca en su cuello, se sintió aún más solo. Sobrellevarlo fue, tenía que ser sincero; sencillo: Mae siendo tan orgulloso, como voluntarioso, no quería darle el gusto a su familia de dejarse caer.

En las noches escribía una carta, con el mismo remitente que ponía desde niño; no tenía otra manera de decir lo que pensaba, e ignoraba cuanto le entristecía que en realidad, nunca nadie leería esa cartas, mucho menos podría enviarlas: pero quería poner un remitente, era un recordatorio de que no quería rendirse.

Sin embargo, a veces se reprendía a si mismo cuando le ganaban las lágrimas.

Su vida continúo sin mucha señal de algún cambio, a excepción de que su familia no volvió a dar señal de contactarse unos meses después de ser marcado.

Ahora tenía una razón más para seguir su terquedad; en otras circunstancias, y si no fuera Byung Mae de quien se habla, probablemente el Omega se hubiera sentido en un abismo sin esperanza, destrozando toda su voluntad aquella noticia.

Mae, con las manos en su vientre, sonrió, pensó que todavía había una forma; podría ser pronto, como podrá ser en muchos años.

—Veamos, debo prepararme para pensar en más opciones —dijo Mae para sí mismo; hablar solo en esa casa, pareció una costumbre sensata al no conversar con nadie. Se acercó a su cama, y debajo de ella sacó un par de libros de historia del país, no entendía el idioma, pero haría el intento de saber dónde estaba.

Tal vez tendría que soportar muchos años más, mientras sus hijos lograba crecer los suficiente; si ellos tenían una vida favorable, quizás, sólo entonces, pensaría en resignarse; no sabía si tendría el corazón de dejarlos, o lanzarlos a la intemperie de un lugar desconocido.

No sentía mucho aprecio por los Alfas, pero si los hijos que tuviera en el futuro lo eran, entonces haría una excepción, como la hizo con Jian.

Al final, serian la única familia; los únicos que lo querrían incondicionalmente, y creía se interesarían en su felicidad. Sus hijos estarían ahí para él, y Jian, su hermano, seguramente lo seguiría buscando, como a la persona que los crió.

Después del incidente con su hermano, Kang Lee simplemente desapareció.

Hay que decir, que en efecto, Byung Jian nunca dejó de buscar; sin embargo, en realidad fue Mae quien lo encontró mucho tiempo después.

"Querido Jian,

Vas a ser tío.

Hay demasiado que quiero contarte..."


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N/A: Lo siento, ando con gripe, y no pude escribir la actu. Gracias a mi Beta que la reviso a la velocidad de la luz, se las traigo :)

El viaje de Mae y Jian ha llegado a la mitad, de aquí nos acercaremos al final rapidamente.

Maravillosas Cartas [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora