C11: Confesiones.

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—¿Qué? ¿En serio?—preguntó la muchacha sin apartar la mirada de los ojos castaños del muchacho. Sebastián asintió un poco.—¿Desde cuándo llegaron?—inquirió en medio de un suspiro.

—Desde el día que llegamos al campamento...¿recuerdas ese sobre amarillo que recibimos el día en que estábamos por viajar hacia acá?—cuestionó lentamente.

—Lo recuerdo perfectamente bien—susurró ella apartando la mirada.

—Pues ese sobre era el acta de matrimonio...—agregó el pelinegro.

—¿Eso significa que ya podemos comenzar con los tramites del divorcio?—cuestionaó Leah de manera lenta tratando de que su cerebro entendiese todas y cada una de las palabras de la nueva información que estaba recibiendo.

—Sí. Eso es lo que significa—musitó en voz baja. Leah asintió un poco y volvió a mirarlo.—Leah...—la llamó en un murmullo.

—¿Si?

—Yo...nada, sólo...descansa—anunció antes de darse media vuelta en la cama y tratar de dormir—Buenas noches, Leah...

El cerebro de Leah seguía luchando por terminar de comprender que era lo que él le había dicho. El acta de matrimonio finalmente había llegado, los trámites del divorcio estaban a punto de comenzar y por sí eso fuese poco, ella estaba embarazada. Sintió su corazón estremecerse dentro de su pecho y sus ojos llenarse de lágrimas.

¿Qué se supone que iba a hacer ahora? ¡Seguir con tu vida, Leah! ¿Qué más puedes hacer?

—Buenas noches, Sebastián...

Se recostó a su lado y derramó lágrimas en silencio. O por lo menos lo trató de hacer porque para Sebastián Yatra era más que obvio que ella estaba llorando. Lo que aún terminaba de comprender era sí lloraba porque su matrimonio finalmente se iba a terminar o sí lo hacía de felicidad porque después de todo, por fin se libraría de él.

Inspiró profundamente y se giró en la cama. Leah le estaba dando la espalda y su cuerpo temblaba ligeramente. El corazón del pelinegro se aceleró y sin pensárselo dos veces se acercó hasta ella y la abrazó por la cintura enterrando su rostro en el cabello de la chica. Aspiró el perfume de Leah y besó su cabeza cariñosamente.

—Todo va a estar bien, Leah. Te lo prometo...

(...)

—Bueno, pero tú de verdad que te volviste loca ¿Verdad?—cuestionó Alanis a la mañana siguiente contemplando a la familia de Sebastián subir a canoas para dar un paseo por el lago.

Leah no estaba bien. Se sentía mareada y con nauseas así que se había inventado un dolor de estómago para no tener que subir en una canoa con nadie. En su lugar se encontraba sentada sobre el pasto junto a Alanis que muy amablemente se había ofrecido a quedarse haciéndole compañía mientras los observaban a ellos. Sebastián reía junto a Esteban y Danny y Donna. Y el corazón de Leah se estremecía cada vez que la mirada del muchacho se posaba en ella y las palabras de la noche anterior se rebobinaban torturándola.

—No—respondió en voz baja.

—Pues tal parece que si—musitó Alanis acomodándose las gafas de sol.—¿Qué supone que piensas hacer ahora que lo sabes?—cuestionó mirándola fugazmente.

—No lo sé.—murmuró la pelinegra.

—¡Tienes que decírselo, Leah!—demandó fervientemente.

—¡No!—exclamó de inmediato—¿Para qué...?

—Bueno, tiene todo el derecho a saber—le informó la castaña—¡Es su padre! ¿Eso te parece un buen motivo? —se mofó cruzándose de brazos.

Lo que pasa en Las Vegas...|S.Y.|Terminada.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora