CAPÍTULO 16

1.3K 82 0
                                    


—¿Qué hora es?— pregunté mientras jugaba con una ramita.

—Las once.

—Chúpalo entonce'.

—¡El trabajo, hueona!— La Anto se paró de golpe —Por favor dime que lo trajiste. No me esforcé tanto para nada.

—¿Qué hablái? Fuiste la que menos hizo— la atacó el Matu.

Me paré sin preocupación y el Matias me imitó, juntos, nos sacudimos un poco la tierra que se nos había pegado al uniforme y después de eso los tres fuimos a buscar la cartulina. Ya había sonado el timbre pa'l cambio de hora y el patio se llenó de alumnos que aprovechaban cada segundo sin profesores hasta que llegara el que les tocaba. Me daba risa ver cómo, en los cambios de hora, los profesores se pegaban a la puertas para hacer entrar a los hueones como si estuviéramos en kinder.

Entramos a la sala y, antes de que empezaran las clases, sacamos el trabajo que tenía adentro de mi mochila, enrollado con un colet. Mis dos amigos, que por supuesto no lo habían visto terminado, empezaron a alabar la cartulina cuando entró el profesor al que le tocaba dar clases en nuestra sala.

La Anto al toque se puso tiesa, obvio po', si a penas levanté la vista, estaba parado el mismísimo Rodrigo Silva, nuestro profesor de lenguaje, aquel con el que la señorita, aquí presente, soñaba cosas subidas de tono.

—¿Y eso, niños?— Niños po' hueón, como si el culiao fuera un viejo prehistórico.

—Un trabajo— Respondió la pelá. Aunque era evidente que era un trabajo, uno no hacía hueás así por gusto.

—Está muy bonito. Ojalá se saquen un siete.

Dicho eso, prácticamente tuvimos que arrastrar a la hueona afuera de la sala para no llegar tarde a clases y que nos descontaran por puntualidad. Yo creo que si la Anto fuera mayor de edad y no fuera alumna de este colegio, mejor dicho, de ningún colegio, ella conseguiría casarse con el hueón. Si él con cuea tenía treinta años y por lo que sabíamos (gracias al psicopateo intenso de mi amiga) no estaba casado ni tenía hijos, a parte, la Anto era la única que lo escuchaba de verdad en clases.

—Le gustaron mis dibujos—Dijo orgullosa cuando salimos. Con el Matu la dejamos hablar hueás, no es bonito que te bajen de tu nube.

Los días pasaron y yo trataba de evitar a los cuartos; a la salida, para no toparme con mi vecino, esperaba a que el Andrés se aburriera y se fuera solo y los días que mi hermano y su grupo iban al gimnasio me quedaba en la casa de mis amigos y volvía en la noche. En el colegio con cuea los miraba y, aunque un par de veces escuché mi nombre, me escapaba al baño como la cobarde que soy.

No sé, hueón. Nunca me había pasado nada igual, el mayor contacto masculino que tenía era con mi hermano. Normal que reaccionara así.

Aunque en verdad, para ser sincera, no sabía por qué lo hacía, en volá no quería que la gente hablara hueás como el rumor que ya se había corrido, una hueá de que me estaba metiendo con el Felipe para vengarme del Camilo por friendzonearme, o algo así.

Como mis ganas de vivir, la semana se acabó muy rápido. Era sábado en la tarde y yo, como todos los sábados en la tarde, estaba desparramada en el sillón, viendo tele y con pijama todavía. Estaba sola en la casa viendo una hueá sobre Chile porque el internet no funcionaba pa' poner Netflix.

—¡Puta la hueá fome!— No había hueá más depresiva que la tele los sábados.

Estaba implorando que Dios acabase con mi vida cuando sonó el timbre, miré la puerta como esperando que se abriera sola, pero asumí que tenía que pararme y así lo hice. Estaba terrible indecente y, aunque probablemente era mi mamá o el Andrés, decidí solo asomar la cabeza por si no eran ellos. Apenas miré el exterior, la luz del día me hizo doler los ojos, como si no la hubiera visto por una eternidad.

Esta Hueá se Descontroló Donde viven las historias. Descúbrelo ahora