Aquel día tan soleado de abril, el profesor de geografía había faltado, si mal no recuerdo.
Decidimos salir de clase y sentarnos en las gradas que se encontraban fuera.
Las gradas estaban debajo de un enorme árbol, un árbol del que caían hojas constantemente.
Me senté al principio de los escalones, un poco alejada de los demás, en la parte donde daba el sol.
Cogí mi mochila y saqué un libro.
Tú estabas sentado detrás mía, con tus amigos.
Me llamaste.
Una.
Dos.
Tres veces.
Contesté a la tercera.
—¿Qué quieres?— te pregunté.
Una parte de mi estaba molesta porque quería seguir leyendo, pero la otra estaba feliz porque estabas hablando conmigo.
—¿Quién de nosotros tres te parece el más guapo?
Rodé los ojos, para que pensaras que me importabas lo más mínimo, cuando yo sabía que no era así.
Esperé unos minutos, para hacerte ver que estaba pensado la respuesta, cuando en realidad ya tenía la respuesta a esa pregunta desde hace meses.
—Bueno...—empecé a decir—lo voy a decir por decir, no es porque me parezcas guapo ni nada. De los tres el que me parece más guapo eres tú— te señalé.
Lo que vino a continuación, no me lo esperaba.
Y no porque fuera bueno.
Me diste una mirada que en aquellos momentos no supe describir.
Pero años después lo supe.
Me diste una mirada de asco.
Y después te reiste de mi.
En eso momentos me dieron ganas de mandarte a la mierda y de decirte cualquier insulto que se me pasara por la cabeza en aquel momento.
Pero, como era de esperar, no lo hice.
Lo único que hice fue darte la espalda, avergonzada, esforzandome en no llorar.
Porque era demasiado tímida, demasiado ingenua, demasiado buena persona.
Quería que me dejara de importar el "que dirán".
Quería hacer y decir lo que me diera la gana sin tenerle miedo a las consecuencias.
¿Cuándo me olvidaré de ti?
¿Cuándo me importarás una mierda?
¿Cuándo me daré cuenta de que no todo el mundo es lo que dice ser?
¿Cuándo?
A.