Me senté en una mesa de aquella heladería.
Y apareciste tú.
Me preguntaste que quería.
Podría haber respondido que te quería a ti, pero eso hubiera sonado demasiado cliché ¿no creéis?
Entonces dije que quería un gofre con helado.
Te quedaste mirándome unos segundos antes de apuntar lo que había pedido.
Y desapareciste.
Minutos después, había terminado de comer y pedí la cuenta.
Junto al recibo había una servilleta doblada.
La abrí y me encontré con un número de teléfono y un nombre.
Todavía no entiendo porque no te llamé.
Supongo que no quería que me volvieran a romper el corazón.
A.
