Capítulo IX | Ya no grites

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Me escondo debajo de la cama, mamá dice que papá está vivo pero yo sé que eso no es cierto, está muerto, y como lo dije se enojó, porque dice que me creo una sabelotodo y que por mi culpa papá murió. Que yo fui su mayor des... ¿desgracia? Sí, eso, desgracia, su acento a veces es raro y no le entiendo bien, también dijo palabras que no conozco pero que sonaron muy feas, debo buscarlas luego, aunque no creo que aparezcan en los libros que leo.

Tengo miedo, mi cabeza duele, me ha hecho llorar, debo ser fuerte como papi decía pero las lágrimas traviesas salen sin parar.

Ella huele alcohol, probablemente eso la ha hecho delirar. Guardo silencio, espero no pueda escucharme sollozar.

Yo no tengo la culpa de lo que le pasó a papi, yo solo quería sanarlo, yo quería ayudarlo, se lo prometí, prometí que encontraría una cura para su enfermedad, tal como lo había soñado. Papá decía que no se rompían las promesas, y yo lo hice, no pude cumplir la mía. Por eso Madeleine me odia, esa es la razón por la que me desprecia.

Ella parece querer mucho a papá, ¿pero entonces por qué se fue? ¿por qué nos dejó solitos a él y a mí?

Me hago bolita abrazando mis rodillas y cerrando los ojos con fuerza; no quiero más gritos.

—T-te extraño, papá —susurro—. P-perdóname.

Igna Fritz | El sueño de una genioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora