Capítulo X | Ellos dicen la verdad

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Miro la boleta de calificaciones por un par de segundos, puntajes perfectos como siempre.

Suspiro cuando el profesor de matemáticas me felicita por mi rendimiento, sé lo que viene después de esto, es por la misma razón por la que detesto la preparatoria.

-Miren, ahí va el gusano sabelotodo -Una risa burlona detrás de mí hace que me encoja en mi misma para intentar ocultarme-. ¡Vamos, rarita! No seas aguafiestas y di algo.

Permanezco en silencio.

Un empujón violento en mi brazo me hace tirar mi mochila y los libros que llevaba en mi mano.

Me quejo por el dolor, pero aún así no levanto mi vista del suelo.

Tomo aire y me agacho para recoger mis cosas pero la persona que me empujó las patea lejos de mi alcance.

Mis ojos se cristalizan por razones que no deseo reconocer. Camino hasta el rincón donde cayeron esparcidas, las recojo con rapidez y salgo corriendo.

-Hasta luego, Ignútil -Escucho antes de desaparecer del lugar.

Doy vueltas por el parque buscando algo de tranquilidad, aunque lo único que anhelo es arrojarme a mi cama y echarme a llorar.

Sé que me esperan muchos gritos al llegar por haber tardado, aunque de todas formas me esperaban.

Madeleine sigue siendo la misma de siempre, un ser arrogante que me desprecia, por no decir que me odia; sinceramente no sé como papá pudo haberse fijado alguna vez en ella.

Aunque la verdad es que he pensado que el problema debo ser yo. No es posible que todos a mi alrededor estén equivocados, ¿verdad? Sí, definitivamente no es posible.

He intentado ocultar mi personalidad pero soy una inútil para todos, me detestan, y ni yo misma puedo verme al espejo, siento que doy asco.

Sí, ellos tienen razón, soy un ser inservible, un gusano que no merece un buen trato.

Y eso me hace pensar en lo mucho que extraño a mi padre, él me amaba tal y como era, no me señalaba; no me juzgaba.

Las lágrimas se deslizan por mis mejillas y un sollozo se escapa de mis labios al sentir ese vacío.

Me duele el pecho e intento mantener la compostura al estar en un lugar público, aunque poco concurrido.

Cuanto quisiera que alguien me entendiera, sólo alguien...

Pero tienen razón, no sirvo.

Igna Fritz | El sueño de una genioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora