Capítulo 11

246 19 1
                                    

Me quedo parada, observándole alejarse.

-No podemos dejar a tu padre solo, Ishy- me dice Kentran.

-No podemos quedarnos aquí, corremos peligro. En Asamia no sólo estaremos seguros, sino que también podremos luchar. Kentran, mi padre tiene miedo de volver. Te necesito ahora conmigo, por favor. ¿Vendrás conmigo a Asamia?

Kentran me mira largamente, suspira y después sonríe.

-Me iría contigo al fin del mundo.

Caminamos hacia el CRD con cuidado de no ser vistos. (´Sí, lo sé, es una estupidez volver al mismo sitio del que hemos huído pero necesitamos un vehículo para llegar a Gernos y desde allí, a Asamia). Tras media hora, llegamos al CRD.

-Entro, cojo una moto y nos largamos, ¿vale?- me dice Kentran.

Al rato, aparece arrastrando una moto.

-¡Vamos, sube!

Muchas horas después, al ocaso, llegamos a Gernos. Entramos en una calle poco transitada de la ciudad.

-¿Y ahora qué hacemos?- digo al bajar de la moto- ¿Cómo llegamos a Asamia?

-¿Me preguntas a mí? La idea de huir fue tuya.

-¡Yo sólo quería irme de allí! ¡No tengo la menor idea de cómo ir a Asamia! ¿No te alegras de ser libre?

-Pues la verdad es que no mucho, Ishy. Hemos perdido a tu padre.

-Mi padre es un cobarde y tiene miedo del pasado.

-No digas eso de él, nos ha ayudado mucho.

La verdad es que lo echo de menos, mucho de menos, pero no puedo reconocerlo delante de Kentran.

-Sí, pero por lo que se ve se ha hartado de hacerlo. Estoy cansada de que me den de lado, Kentran, tú no lo entiendes.

-Claro, ahora yo soy tonto y no lo entiendo. Pues ¿sabes qué te digo, Ishy? Que te vayas tú sola a Asamia, yo me quedo aquí.

Sus palabras me golpean y por un segundo pienso en cambiar de opinión. No, no puedo dejarlo. Llevo toda la vida cediendo y todo el mundo me ha pisoteado. Ha llegado mi hora, mi hora de demostrar que no soy una niña débil y asustadiza. Quiero luchar y voy a hacerlo, quieran o no.

Al ocaso, deambulo sola y perdida por los concurridos y penumbrosos callejones de Gernos. No ha sido una muy buena idea separarme de Kentran y Hopkins, ahora me doy cuenta. Quiero luchar, pero no puedo hacerlo sola.

Y aquí estoy, perdida en una ciudad que no conozco donde ni si quiera tengo un lugar para pasar la noche. Y para colmo de males, mi cabeza tiene precio.

"Mi cabeza tiene precio" pienso con desconcierto.

Sí, desde que he visto carteles con mi rostro y un rótulo de PREFERIBLEMENTE? VIVA, he procurado meterme en las callejuelas y evitar a la gente.

Hace veinte años, el Gobierno aprobó una ley que permitía a la policía (enteramente comprada por el Gobierno, por supuesto) poner precio a la vida de los delincuentes, para, en palabras del ministro de seguridad, "aumentar las probabilidades de atrapar a los malhechores". Mi cabeza vale exactamente ciento veinte monedas de oro. No es mucho, eso me consuela, pero las cosas no van bien si me quieren preferiblemente viva.

Pero, faltaría menos, las vidas de Kentran y Hopkins también tienen precio. Cien y ciento diez monedas de oro respectivamente, eso es lo que valen. Ni si quiera puedo creer que yo valgo más. Soy más peligrosa que ellos, pero ¿por qué? No soy más que una adolescente que quiere salvar a su mejor amigo. Una de dos, o Lucas Bravestone y compañía no están muy seguros de a lo que se enfrentan o se les ha cruzado algún cable.

Paso junto a una pared plagada de carteles de "se busca". Encuentro el mío, donde sale una foto en la que tengo unos dos años menos y debajo reza:

Ishy Pull. 16 años. Doble huída de edificio gubernamental, injurias, colaboración y reunión ilícita. PREFERIBLEMENTE VIVA. Se recompensará. 120,00 MONEDAS DE ORO.

Menos mal que no saben que yo maté a Jack, si no, la recompensa sería mucho más alta. Supongo que será por haberme escapado del Refugio y del CRD, "haberme reunido" con Kentran y Hopkins, pero no tengo ni idea de lo que son injurias.

-¿Injurias...?- susurro casi sin darme cuenta.

-Mentir, en su caso, sobre el Gobierno, señorita Pull- dice una voz a mis espaldas. El corazón me da un vuelco. No me hace falta girarme para saber quién es.

-Se...señor Strauss-digo sin volverme, más asustada de lo que he estado nunca.

Casi lo oigo esbozar esa torva media sonrisa suya.

Sin pensarlo, echo a correr. Corro hasta quedarme sin resuello, e incluso cuando no tengo aliento sigo corriendo. Detrás, oigo a Strauss corriendo tras de mí. (Diablos, este hombre está en mejor forma de lo que pensaba).

Al doblar una esquina, alguien me pone una mano en la boca, me mete en un callejón oscuro y me envuelve en sus brazos. Levanto la vista hasta los ojos de mi captor. Vuelvo a respirar cuando veo que es Kentran.

Intento decir algo, pero él tiene la mano sobre mi boca y sólo se oye un balbuceo.

-Shh- dice mientras me acaricia la cabeza con suavidad-. No hables, ahora te lo explico.

Vemos como Strauss pasa por delante sin percatarse de nuestra presencia. Suspiro aliviada. Kentran me quita la mano de la boca y sin dejarme decir nada, me besa.

Cierro los ojos y me dejo llevar un segundo, pero en seguida los abro y me aparto.

-Kentran, no. Por favor.

Él me mira confundido.

-Pero me dijiste que podríamos...

-Lo siento, Kentran, me he equivocado. No puedo estar contigo, lo siento de verdad.

Kentran aparta la vista y resopla.

-Ya estamos.

-¡No, Kentran, no "estamos"! A ver, yo no puedo estar contigo mientras sé que Hugo está encerrado, que hay gente que está en peligro y que nosotros podemos ayudar. Necesito que lo entiendas, por favor, Kentran. Por favor.

-Me dijiste que me querías.

-¿En algún momento he dicho que no te quiera? Kentran, eres muy importante para mí pero no puedo quererte como tú deseas, perdóname. Tienes derecho a enfadarte, pero me encantaría que algún día me perdonaras.

Kentran mira al suelo un rato hasta que clava sus bonitos ojos azules en los míos y dice con una sonrisa cansada:

-Claro que te perdono. Ishy, te quiero muchísimo. No te imaginas cuanto te quiero, más de lo que he querido o voy a querer a nadie en mi vida.

-Pero, Kentran, ¿cuándo nos conocimos? ¿Un mes, un mes y medio, el tiempo que hemos estado presos nada más? Casi no nos conocemos.

-¿A que sí? Pero sin embargo, siento que te conozco desde siempre. El peligro une, supongo.

Se ríe, pero no es una risa de verdad. Está muy triste, lo veo en sus ojos. Lo miro fijamente y lo abrazo. Él me abraza con toda su fuerza, casi me hace daño, pero no digo nada. Nos pasamos dos minutos así, abrazados. Después, yo me separo y le pongo las manos en los hombros y digo:

-Hay que irse.

Deep #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora