Capítulo II - Un cumpleaños con muchas sorpresas

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Siete primaveras habían transcurrido desde aquella extraña noche.

Pancrazio depositaba religiosamente cincuenta monedas de plata en las manos de Tolonea. Era éste el precio de su olvido y del silencio de la guardiana. El hecho se había convertido en algo automático, un limpiador eficaz para su conciencia.

Todo transcurría con total tranquilidad. La princesita cumplía siete años.

A la sencilla fiesta habían acudido amigos y compañeros del rey. Todos de la alta nobleza.

Sorei sonreía ante los regalos que los demás ponían en sus manos. Todos se esforzaban por hacerla feliz. La pequeña de cabellos dorados y ojos como tazas, de color azul grisáceo, mostraba a su madre cada obsequio. Esta sonreía complacida, sin dejar de obedecer el rígido protocolo.

— ¡Mi princesa! –la alzó Pancrazio ente sus manos, haciéndola llegar tan alto, que Sorei rio emocionada.

No tenía ningún miedo a las alturas, le encantaba aquella emoción de verse en el aire, de sentirse tan…tan libre.

Su padre fue bajándola poco a poco y la niña rodeó con sus brazos el cuello de éste.

—Te quiero mucho, papito mío. –le besó la mejilla con efusividad.

—Papito mío no, padre. Delante de la gente, debes llamarme padre –le conminó.

—Está bien, padre –le respondió triste.

—Y ahora juega con tus primas.

—Pero…- Sorei comenzó a tirarse de los dedos, como siempre que se ponía nerviosa.

— ¿Pero qué?

La niña alzó sus hermosos y grandes ojos, clavándolos con inocencia en el rostro barbudo de su padre.

—No me gustan los juegos de las primas.

—¿Cómo que…?

—Son muy sosas. –dijo con claridad.

—Ni se te ocurra volver a repetir tal cosa –le dijo en el oído el enfadado rey a su pequeña- Son pequeñas damas de sociedad, como tú, nobles. Y deja de hacer eso con los dedos, está prohibido por el protocolo. Compórtate como la princesa que eres ¿Entendido?

La niña asintió y cuando fue puesta en el suelo por el rey, pensó:

—Son tontas. –miró hacia sus primas, que se limpiaban la boca con maestría y la miraban de soslayo, soltando una risita- Mas que tontas – puso sus brazos en jarra- Compórtate como una princesa, como una princesa –se sujetó las faldas con rabia- Si soy una niña pequeña papá –lo miró enfadada, pero él reía entre amigos.

La niña salió corriendo de allí, no quería estar entre la gente. Era su cumpleaños, pero nadie parecía reparar realmente en ella. Todo era un falso  escenario.

Corría por pasadizos y largos pasillos, levantándose esa falda con cancán que tanto la incomodaba.

Como un ratoncito se metía por cada recoveco, hasta que pudo atravesar las murallas del castillo y fue en ese preciso momento cuando chocó contra alguien.

La asustada pequeña alzó la cabeza.

—Pero, mi pequeña Soreina ¿Qué haces tú por aquí? ¿No es tu fiesta hoy?

— ¡Ah, Tolonea! –exclamó la pequeña, abrazándose con ímpetu a su fuerte cuerpo, del cual no era capaz de abarcar la cintura.

— ¿Qué ocurre princesita? –preguntó, tejiendo entre sus ásperos dedos los rubios cabellos de la niña.

La daga de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora