Capítulo IV - Descubriendo el mundo

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IV Capítulo- Descubriendo el mundo

 

 

Una luz de inquietud bailaba en el intenso azul de los ojos de Briseida. Su cuerpo desgarbado temblaba como una hoja ante la rosada mano de aquella bonita niña de rostro inocente y con la mirada del color de las más preciosas perlas.

El pequeño pajarillo que se había colado por la rendija, canturreaba una armoniosa melodía, mientras volaba alrededor de las cabezas de las niñas.

Briseida se puso en pie rápidamente y corrió hacia otro lugar. Hundió su cadavérico cuerpo desmadejado entre varias cajas polvorientas.

Sorei quedó agachada de espalda a ella, con la mano extendida. Escuchaba el respirar ruidoso y ansioso de aquel ser tan raro. Realmente era un monstruo.

Su abundante y larguísimo pelo negro, casi le llegaba hasta los pies. Su rostro era un sin sentido de surcos y facciones mal hechas. La nariz parecía la de las brujas de todos sus cuentos. Aún así, en sus ojos podía ver algo que la estremecía por dentro.

— ¿Por qué te escondes de mí? –preguntó la triste Sorei, sin moverse un centímetro de su postura.

Quizás la pregunta que debería hacerse a ella misma, sería ¿Porqué no se escondía ella de aquel ser que inspiraba tanto miedo?

Briseida no sabía de dónde provenía aquella de cabellos dorados. Había visto algunos como ellas, pero sentía mucho miedo a tenerla tan cerca. Era real, se podía tocar…era de la especie de Tolonea. ¿Habría más Toloneas fuera de allí?

Sorei se puso en pie, sin recibir respuesta alguna. De espalda a Briseida, le preguntó:

— ¿Quién eres? ¿Qué haces en el desván de la nanita?

Briseida apenas pudo entenderla, tan solo se abrazaba con fuerza los huesos sobresalientes de sus rodillas.

—Soy…soy un monstruo. –volvió a repetir.

Sorei se giró con fuerza y fue hacia ella. Lo que produjo pánico en Briseida, que se remetía contra las cajas, gimiendo quejumbrosa.

— ¿Qué te ocurre? Se supone que yo debería estar muerta de miedo…no tú.

Briseida alzó sus grandes ojos, envueltos en oscuras cuencas. Miró detenidamente la ropa de la pequeña y su faz amable.

—No tengas miedo –le sonrió Sorei, agachándose ante ella, a una distancia prudencial.

Briseida la miraba con desconfianza.

— ¿Tolonea es tu madre? –preguntó la confundida princesa.

—No lo sé. –balbuceó Briseida.

Sorei miró hacia todos sitios, con curiosidad y pesar entremezclados.

— ¿Qué haces aquí? Nunca te había visto.

—Yo…- Briseida aferró su negruzco y sucio camisón entre sus dedos- Nunca salgo de aquí. – sentenció entre balbuceos.

— ¡¿Nunca?! –Exclamó la horrorizada Sorei- ¿Porqué?

De cuclillas, Sorei fue acercando delicadamente sus cortos pasos.

— ¿Quién te ha impuesto este terrible castigo? ¿Por qué? –le preguntó una niña entristecida- ¿Desde cuándo estás aquí?

—Siempre. –vocalizó aquella criatura.

Los ojitos de Sorei se cargaron de lágrimas. Ella adoraba la libertad. No podía imaginar una vida allí encerrada, sin ver más nada que su propia humanidad.

La daga de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora