La daga de oro

Capítulo V- Creciendo entre biblias y cuentos de hadas

Sorei se encontraba sentada sobre su cama de colcha rosada con dosel blanco transparente. Reunía papel de pergamino cuando de repente se vio sorprendida por su madre, la Reina Lourdela.

Esta lucía hermosa y siempre contenta. No parecía dejarse rozar por la tristeza tras la marcha de su esposo.

Sus ojos pardos enmarcados en aquel rostro angelical, miraron a su pequeña hija, mientras sostenía el dosel entre una de sus delicadas manos.

—¿Cómo está hoy mi princesita?

—Castigada. –respondió de mal humor.

—Estás muy grosera últimamente.

Lourdela se sentó al borde de la cama de su hija. Su madre tan solo la regañaba sin cesar. Estaba cansada. Menos mal que ahora tenía una amiga, Briseida.

—Mamá –la interrumpió- Tengo que contarte algo y no sé cómo hacerlo.

—Pues comienza por el principio, hijita. –la animó la reina.

—Es sobre Tolonea –la pequeña levantó sus perlados ojos hacia el rostro de su madre.                           El dolor de la decepción se pintaba con amargura en ellos.

—Suponía que sucedía algo. ¿Por qué no quieres estar con ella?

—Deja que te explique.-tomó una bocanada de aire y expiró con pesar- Tolonea es muy mala, muy mala.

Tras decir esto, los ojos de Sorei quedaron anegados, ante la atónita reina. Sorei no sabía cómo afrontar lo que había descubierto y aún menos sus propios sentimientos.

—Pero  ¿Cómo puedes estar diciendo eso, Sorei? Tu nanita es la mujer más buena con la que hemos contado en este reinado.

— ¡Ella ya no es mi nanita! ¡Y no es buena! -  con rabia lanzó los pergaminos contra la cama- ¡Ella tiene encerrada en su desván a una niña!

—Pero…pero ¿Qué clase de locura es esa?

La reina se puso en pie, sin saber si reír o endurecer el castigo de Sorei de inmediato. ¿Cómo podía inventar semejante barbaridad?

—¡Es cierto mamita! –le gritó, aferrándose a la tela floreada de su larga falda-

—¿Por qué escondería Tolonea a una niña en su desván?

— ¡No lo sé! La niña es muy extraña. Es…como un monstruo.

La reina comenzó a reír sin poder creer lo que escuchaba.

—Hija, de verdad me preocupas. –acercó su mano a la mejilla de Sorei, pero esta desvió su rostro.