Capítulo XI - La imperdonable humillación
Charles dejó caer su gran mano con fuerza sobre el hombro del atónito Alessano.
—Es nuestra noche de suerte –balbuceó muy cerca de su oreja, relamiéndose los labios.
Serfalina y Sorei estaban hechas un manojo de nervios mezclado con susto, ante aquellos hombres que por sus ropas parecían finos nobles. Pero Tenniere parecía no temerle a nada y con toda frescura se subió a la tarima a bailar. Los muchachitos eran apuestos y se veían de alta alcurnia…lo que daría con tal de solo ser amante de uno y que esto la hiciese vivir una vida más próspera y no como un estorbo en casa de su tía.
—Wooow —lanzó gritos Alessano, silbando y batiendo en palmas, mientras se acercaba a la tarima. Toda su atención puesta en Tenniere.
Sorei le lanzó una mirada iracunda.
Se cree que pueden jugar con la vida de toda persona, con su dinero y poder. Me asquea, me asquea demasiado. —pensaba la enfadada muchacha.
Serfalina se aferró a su brazo derecho.
—Tenemos que irnos, rápido. Si mi prometido se entera de que he estado aquí.
De repente Charles se acercó a las dos mujeres y tomándola entre sus brazos desde atrás, gritó: ¡Pero si aquí tenemos a otras dos lozanas plebeyas!
Arthur, a lo lejos miraba, sin saber bien cómo reaccionar.
La bailarina anterior pegaba empujones a Tenniere, furibunda. Había venido a robarle su puesto y a quitarle el centro de atención.
—¡Soltadnos! —gritaron Serfalina y Sorei, con fuerza. Sorei intentó deshacerse con fuerza de aquel brazo que le causaba repugnancia.
Charles, entre la burla y la rabia, empujó a las dos muchachas con tanta brutalidad, que chocaron contra Alessano.
Este, riendo las observó. Los ojos de Serfalina se inundaron en lágrimas mientras Sorei intentaba mantener su gesto de orgullo.
Aquel muchacho le sonaba familiar. Seguro había acudido a una de tantas fiestas de palacio. En sus ojos solo se veía altivez y menosprecio. Se notaba que era altanero y soberbio y esto desfiguraba un rostro que podría ser perfecto en belleza.
De repente sintió su mano helada en su faz, apretujándola como si fuese un trozo de carne.
—Esta es muy blancuzca —volteó el rostro de una atónita Sorei de un lado a otro, observando sus facciones- No parece una campesina.
Sorei no podía dejar de mirarlo con repugnancia. No sabía porque guardaba silencio si su alma gritaba encolerizada. ¿Por qué se dejaba examinar como un esclavo?
Alessano tomó con su otra mano, feroz, el fino rostro de Serfalina y dijo:
Plebeya pura, no se compara…
Serfalina rompió en llanto.
—Pero más frágil que una princesa.
Alessano con desprecio la empujó contra Charles, que la acogió entre sus brazos.
— ¡Suéltameeee!- gritó enloquecida Serfalina, ante lo que Charles actuó peor, comenzando a sobar sus pechos con delicia. La muchacha parecía desgarrarse en alaridos.
Tenniere, que estaba furiosa por la falta de atención en ella, bajó de la tarima y gritó:
— ¡Soltadla! –ante lo que Charles le respondió con un bofetón.
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La daga de oro
RomanceUna misteriosa historia de amor, aventuras y magia. Donde la Inquisición, la Monarquía, las brujas, los aquelarres, los encantamientos y maldiciones tomarán protagonismo para entretejer una gran historia en la cual una atípica princesa, un príncipe...